¿Contribuyen las religiones al valor del respeto?
Así comienza el primer artículo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclama adoptada en Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948.
Libertad, igualdad y fraternidad se presentan como los principios que regulan y posibilitan el ideal de una sociedad en la cual nos reconocemos como hermanos y nos reconciliamos trascendiendo nuestras diferencias.
Esta tradición cívica y social de respeto e interacción tiene sólidas bases en las gestas revolucionarias de la modernidad, de las cuales se hacen eco la revolución francesa de 1789 o la declaración de independencia norteamericana de 1776. Nosotros somos hijos y herederos de estas tradiciones, siendo nuestra responsabilidad la de sostener estos principios en la obra de nuestras manos.
Pero mientras afirmamos nuestra filiación a los derechos humanos, es nuestro deber el preguntarnos de qué manera pueden estos textos – escritos en su mayoría bajo el paradigma del iluminismo secular – enriquecerse con la voz de las religiones. En este sentido es que me pregunto: ¿Pueden las religiones contribuir a la construcción de una sociedad pluralista, democrática y fraternal? ¿O estamos condenados a aceptar que las religiones han nacido para competir, desunir y violentar a sus fieles en contra de aquellos que no comulgan con las mismas ideas y prácticas religiosas? Es innegable que la historia nos ha demostrado en incontables ocasiones de qué manera las religiones han sido utilizadas para exacerbar posiciones y sembrar odio y discordia. Todos los hombres de fe que nos comprometemos en el trabajo por un mundo mejor debemos ante todo reconocer el daño que nos hemos infligido muchas veces en el nombre de Ds. Sólo a partir de este reconocimiento es que podremos reparar los equilibrios perdidos; sólo a partir de estas reflexiones es que podremos animarnos a ir más allá.
En el contexto de este escrito es mi intención compartir con ustedes algunas ideas sobre el valor del respeto en el marco de la Tradición de Israel.
El judaísmo, partiendo de lo que ya se inscribe en el Libro del Génesis, propone el reconocimiento fraterno de todos los hombres de esta tierra, basándose en la idea de que cada uno de nosotros ha sido creado a imagen y semejanza de Ds (Bereshit 1:27). Esto significa que la agresión o humillación del prójimo tiene su correlato en la agresión o humillación del mismo Ds. En este sentido, nuestras fuentes nos recuerdan que todo aquel que llega a posiciones encumbradas a partir del desprestigio del semejante no gozará de su parte en el mundo por venir (Bereshit Raba 1:5; Baba Metzia 58b), estableciendo de esta manera el principio de que sólo en el crecimiento compartido y mutuo, el ser humano alcanza verdaderamente la cima y fundamento de su existencia (1). El respeto, en este sentido, sólo puede nacer de reconocernos – como diría el filósofo judeo-francés Emanuel Levinas – en el rostro del otro. El respeto, en este sentido, va de la mano con la idea de responsabilidad, siendo ésta entendida como la habilidad que cada uno de nosotros tiene de ofrendarle a nuestro prójimo una respuesta. O, en palabras del mismo Levinas:
"El "descubrimiento" del otro – no ya como dato precisamente, ¡sino como rostro! subvierte la aproximación trascendental del yo, pero conserva el primado egológico de ese yo que permanece único y elegido en su responsabilidad irrecusable.
La habilidad de responder, o responsabilidad, se articula como base del respeto y aceptación del otro a partir de un diálogo genuino, y no a partir de la imposición de las ideas personales, haciendo oídos sordos a las ideas de los demás. Consecuentemente leemos en Pirkei Avot, texto basal de nuestra tradición: "¿Quién merece ser honrado? Solo aquel que honra a las personas" (Avot 4:1).
El diálogo, el respeto y la interacción fraterna no tienen como objetivo el lograr que todos pensemos lo mismo. La igualdad pretendida no es igualdad de ideas; la igualdad anhelada es igualdad de posibilidades a partir de un encuentro común, en el cual nos damos la posibilidad de aprender a partir de la diferencia. Porque todo aprendizaje significativo necesita de al menos dos personas, que al encontrarse cara a cara construyen juntos un conocimiento compartido. Aprendemos en tanto y en cuanto nos abrimos al diálogo sincero y honesto, ya que como decía el pedagogo Paulo Freire, aquel que pretende tener la última y única palabra, acabará tarde o temprano sin tener más nada que decir, y sordo por darse la posibilidad de escucharse únicamente a sí mismo (3).
En este sentido, me parece que las expresiones religiosas tienen vital importancia a la hora de inspirar a la humanidad toda en una constante invitación al diálogo. Porque las religiones se estructuran justamente a partir de un diálogo profundo que intenta acercar al hombre con el Otro por excelencia, que intenta vincular al hombre con Ds. Y es en base a esa relación de pacto trascendente que el respeto, el reconocimiento y la reconciliació
Decíamos anteriormente que parte fundamental del lugar del respeto en la tradición judía se basa en la creencia de que Ds ha creado a cada hombre y a cada mujer a su imagen y semejanza. En este momento daremos otro paso, al decir que dicha imagen y semejanza pasa de potencia al acto en tanto y en cuanto el hombre actúa siguiendo los pasos de Ds. Esto significa – de acuerdo a lo planteado por el judaísmo – que los hombres nos volvemos socios de Ds cuando al igual que Él logramos vestir al desnudo, cuidamos de pobres y ancianos, visitamos enfermos y atendemos a quienes menos tienen y más necesitan (Sota 14a).
En resumidas cuentas, el hombre se hace socio en la obra de creación al comprometerse con la obra creativa. Somos hijos del pacto, en tanto y en cuanto lo sostenemos a partir de nuestras acciones. Y este punto ilumina el concepto general que este día nos convoca: las religiones pueden inspirar al respeto mutuo que trasciende las diferencias invitando a la acción reparadora que parte de un activismo espiritual y concreto hacia el diálogo y el reconocimiento entre la gente. Si logramos auto-convocarnos en el diseño y la realización de espacios que propicien la interacción entre semejantes, lograremos entonces que las expresiones religiosas sumen una voz vibrante y significativa a la pluralidad de voces de hombres y mujeres de bien que día a día trabajan por la construcción en estas tierras del reino de los cielos.
El modelo aquí planteado para una convivencia profunda a partir de la apertura a un diálogo sincero, tiene múltiples derivaciones en los diferentes aspectos que hacen a nuestra vida cotidiana.
Al darnos tiempo para dialogar sin imponer nuestras ideas o puntos de vista, logramos crecer como padres e hijos, zanjando las diferencias generacionales que muchas veces deterioran el núcleo familiar. En este sentido es que debemos entender las palabras del profeta Malaquías quien definió a Elías como aquel que sabrá volver el corazón de los padres hacia los hijos y el corazón de los hijos hacia los padres (3:23-24). El profeta Elías, para el pueblo judío, es el símbolo del advenimiento de los tiempos mesiánicos, siendo entonces que Malaquías nos dice que en el momento en que padres e hijos sepan hallar el espacio para que sus corazones se reencuentren, estaremos viviendo tiempos redimidos y diferentes, tiempos de respeto, comprensión y aceptación, tiempos de amor y de vínculos imperecederos.
Lo mismo ocurre en lo que respecta al medio ambiente y a su cuidado. El modelo dialógico de respeto y responsabilidad nos compromete en el cuidado del mundo en el que vivimos. Porque para construir un mundo mejor, es imprescindible que comencemos por reparar el mundo en el que vivimos. Este mensaje fue bellamente expresado por nuestros sabios, quienes al hablar de la creación del hombre dijeron: "En el momento en que Ds creó al hombre, lo puso frente a todos los árboles del Jardín del Edén y le dijo: Observa Mi creación, cuán bella y agradable es, y todo lo hice por ti. Ten cuidado de no dañar Mi mundo ya que si lo alteras no habrá nadie que lo pueda componer" (Kohelet Raba 7:28).
Así como el diálogo da frutos en las relaciones familiares y en los vínculos que debemos forjar con el mundo y la naturaleza, asimismo ocurre en lo que respecta al diálogo interreligioso. Porque al aceptar la invitación de compartir la mesa, de bendecir el pan, y de consagrar el espacio, lo que hacemos es encarnar las palabras del profeta, quien supo retóricamente preguntar: "¿Acaso no tenemos todos un mismo padre? ¿Acaso no ha sido un mismo Ds el que nos ha creado? ¿Por qué, pues, somos desleales los unos con los otros, profanando el pacto de nuestros padres?" (Malaquías 3:10).
Las religiones pueden aportar mucho en la construcción de un mundo en el cual los valores del respeto y el reconocimiento nos guíen y orienten hacia un horizonte esperanzador. Pero atención: En tiempos en los que surgen visiones fundamentalistas, exclusivistas y monológicas, debemos entender que si bien las expresiones religiosas pueden inspirarnos, será solo a través de la acción consecuente, congruente y continua de hombres y mujeres de bien (y no de generalizaciones o abstracciones)
En este sentido somos nosotros los responsables de dar respuesta al llamado divino, somos nosotros los responsables de aceptar el compromiso que nos interpela, y somos nosotros los últimos responsables del devenir del mundo en el que vivimos.
Quiera Ds que en el espíritu de los valores que nuestra tradición nos propone, podamos seguir diseñando espacios de reencuentro y reconciliació
(1) Sin ser nuestro tema principal, vale la pena mencionar que la idea de la semejanza del hombre con Ds tiene también implicancias normativas en nuestra tradición. Es por ello que, por ejemplo, toda la legislación sobre la pena de muerte – aun cuando teórica – se basa en el principio de no deformar la figura humana. Los interesados en el tema, pueden consultar la Mishna, tratado de Sanedrín, del capítulo 7 en adelante.
(2) E. Levinas (2000) Ética e infinito, Madrid: La balsa de la Medusa, p. 85, n. 9
(3) P. Freire (1997) Pedagogía de la Autonomía, México DF: Siglo Veintiuno Editores, p. 112: "Es preciso que quien tiene algo que decir sepa, sin duda alguna, que, sin escuchar lo que quien escucha tiene igualmente que decir, termina por agotar su capacidad de decir por mucho haber dicho sin nada o casi nada haber escuchado."
[tomado de http://sp.madrichim
Rabino Joshua Kullock
Joshua Kullock es un rabino argentino que pertenece a la Comunidad Hebrea de Guadalajara, México.
Nota: Esta reflexión es un aporte al diálogo entre la fe y la política y no implica ninguna relación del autor con la Coalición Cívica. Para suscribirse al servicio gratuito de reflexiones diarias sobre la política desde la fe, envíe un mensaje en blanco a: elcorazondelapolitica-subscribe@gruposyahoo.com.ar
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