martes, 30 de junio de 2009

Martes 30 de junio

Hoy tengo un sueño

"Por eso, hoy hemos venido aquí a dramatizar una condición vergonzosa. En cierto sentido, hemos venido a la capital de nuestro país, a cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y de la Declaración de Independencia, firmaron un pagaré del que todo estadounidense habría de ser heredero. Este documento era la promesa de que a todos los hombres, les serían garantizados los inalienables derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.

También hemos venido a este lugar sagrado, para recordar a Estados Unidos de América la urgencia impetuosa del ahora. Este no es el momento de tener el lujo de enfriarse o de tomar tranquilizantes de gradualismo. Ahora es el momento de hacer realidad las promesas de democracia. Ahora es el momento de salir del oscuro y desolado valle de la segregación hacia el camino soleado de la justicia racial.

Pero hay algo que debo decir a mi gente que aguarda en el cálido umbral que conduce al palacio de la justicia. Debemos evitar cometer actos injustos en el proceso de obtener el lugar que por derecho nos corresponde. No busquemos satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el odio. Debemos conducir para siempre nuestra lucha por el camino elevado de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas donde se encuentre la fuerza física con la fuerza del alma. La maravillosa nueva militancia que ha envuelto a la comunidad negra, no debe conducirnos a la desconfianza de toda la gente blanca, porque muchos de nuestros hermanos blancos, como lo evidencia su presencia aquí hoy, han llegado a comprender que su destino está unido al nuestro y su libertad está inextricablemente ligada a la nuestra. No podemos caminar solos. Y al hablar, debemos hacer la promesa de marchar siempre hacia adelante. No podemos volver atrás.

¡Hoy tengo un sueño! Sueño que algún día los valles serán cumbres, y las colinas y montañas serán llanos, los sitios más escarpados serán nivelados y los torcidos serán enderezados, y la gloria de Dios será revelada, y se unirá todo el género humano. Cuando repique la libertad y la dejemos repicar en cada aldea y en cada caserío, en cada estado y en cada ciudad, podremos acelerar la llegada del día cuando todos los hijos de Dios, negros y blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, puedan unir sus manos y cantar las palabras del viejo espiritual negro: "¡Libres al fin! ¡Libres al fin! Gracias a Dios omnipotente, ¡somos libres al fin!".


Este discurso pronunciado por Martin Luther King Jr. el 28 de agosto de 1963 en el Lincoln Memorial, Washington D.C., es un ejemplo para tomar en cuenta por los líderes políticos de nuestra nación, ampliamente aplicable a la problemática actual de la Argentina. Y aunque no sea en el aspecto específicamente de segregación racial, sí sirve para cualquier grupo de personas que ve cómo sus valores y derechos son violados por el poder de turno (en cualquiera de sus tres esferas) y pretende recuperar o lograr la justicia y el respeto lesionados.

En el discurso, MLK hizo esta dramatización del "cheque listo para cobrar" que tenemos cada ciudadano, no importa nuestro origen o credo. Se aplica a los creyentes que quieran reclamar un país con principios éticos, morales, con respeto a la familia y a la vida, sin corrupción, agresión o autoritarismo. Estos son principios que los hombres patrios de nuestra nación resaltaron en el preámbulo de la Constitución Nacional donde, al establecer las bases de la misma, invocaron a "Dios como fuente de toda razón y justicia".

Si nos preguntamos en qué momento se tiene que hacer el reclamo de justicia, ética y moral, MLK responde que ahora es el momento para que Argentina se levante de su condición y camine hacia un rumbo distinto, afianzándose como un país ejemplar en Latinoamérica, un país con democracia, república, educación, etc. Éste es el momento, no podemos esperar más. Que desde el mundo se pueda confiar en Argentina no tiene que ser una cuestión partidaria, sino una cuestión de estado.

Resulta también muy importante resaltar que este país diferente que anhelamos no se puede conseguir por medio de la violencia (hasta el día de hoy seguimos viviendo las consecuencias la sangre derramada en nuestra tierra), amargura u odio.

Por último resulta digno de resaltar la importancia del obrar de Dios que MLK sostenía respecto del cambio en Estados Unidos. En Argentina también los caminos torcidos se deben enderezar, las montañas de obstáculos se deben allanar y la gloria de Dios debe ser revelada a todos los argentinos, para encontrar el camino justo que debemos emprender.

Este es un camino de libertad, donde debemos liberarnos de las cadenas que nos detienen y para que cada argentino experimente la libertad en todos los ámbitos de su vida.

Si mi pueblo, que lleva mi nombre, se humilla y ora, y me busca y abandona su mala conducta, yo lo escucharé desde el cielo, perdonaré su pecado y restauraré su tierra. Mantendré abiertos mis ojos, y atentos mis oídos a las oraciones que se eleven en este lugar…Pero si ustedes me abandonan, y desobedecen los decretos y mandamientos que les he dado, y se apartan de mí para servir y adorar a otros dioses, los desarraigaré de la tierra que les he dado y repudiaré este templo que he consagrado en mi honor. Entonces los convertiré en el hazmerreír de todos los pueblos. Y aunque ahora este templo es imponente, llegará el día en que todo el que pase frente a él quedará asombrado y preguntará: "¿Por qué el SEÑOR ha tratado así a este país y a este templo?". Y le responderán: "Porque abandonaron al SEÑOR, Dios de sus antepasados, que los sacó de Egipto, y se echaron en los brazos de otros dioses, a los cuales adoraron y sirvieron. Por eso el SEÑOR ha dejado que les sobrevenga tanto desastre" (2 Crónicas 7:14,15,19,20).

[extraído del artículo "Hoy tengo un sueño" ]

Martín Bruzzi

Martín Bruzzi es abogado, pertenece a la Mesa Interreligiosa del Conurbano Norte de la Coalición Cívica y es miembro de la Iglesia Rey de Reyes del barrio de Belgrano, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Nota: Esta reflexión es un aporte al diálogo entre la fe y la política y no implica ninguna relación del autor con la Coalición Cívica. Para suscribirse al servicio gratuito de reflexiones diarias sobre la política desde la fe, envíe un mensaje en blanco a: elcorazondelapolitica-subscribe@gruposyahoo.com.ar

lunes, 29 de junio de 2009

Lunes 29 de junio

Cansancio patriótico

Ayer, como cientos de miles de autoridades de mesa y fiscales partidarios, tuve el privilegio de participar, junto con millones de electores de mi país, de una de las elecciones más importantes de la historia argentina. El día de ayer y la mañana de hoy reflejaron esas quince horas de servicio en lo que a mí me gustaría denominar como "cansancio patriótico".

Es que, cuando pensamos en "el corazón de la política", estas elecciones dejaron al descubierto el tipo de política que muchos predican y practican. También muestra algo más profundo todavía: el corazón de cierta clase de políticos. La convocatoria anticipada de las elecciones –contraviniendo el orden institucional en busca de una especulación egoísta– y las listas de candidatos testimoniales –que se ofrecen para cargos que no ocuparán– dejaron en evidencia el espíritu antidemocrático más profundo y cínico: usar aspectos exteriores y formales de la democracia para alterar la esencia de la práctica democrática, que es respectar la voluntad del pueblo.

De aquí surge otro tipo de "cansancio patriótico", el cansancio de la gente que empezó a rebelarse contra estas maniobras fradulentas y mezquinas. La participación de más fiscales, conscientes de que el voto no alcanza sino que hay que cuidarlo, fue un importante indicador y un gran responsable también de los resultados.

Quisiera terminar esta breve reflexión con un incidente que ocurrió el miércoles 24 de junio pasado, unos días antes de las elecciones, relatado por uno de sus participantes, la Dra. Donata Chesi:

La convocatoria circuló por cadenas de e-mails y mensajes SMS. Un grupo de vecinos con la consigna "De habitantes a ciudadanos" organizaron un breve acto público en la plaza municipal de San Isidro, con la presencia del rabino Sergio Bergman. Aquella misma plaza y el mismo orador donde hace unos meses se reunieron miles de personas clamando por justicia y seguridad. Esta vez éramos pocos (unas cien personas), pero teníamos un acompañamiento: un grupo de encapuchados munidos de grandes bombos, hacían un furioso y rítmico estruendo. Los que estábamos allí, al finalizar el discurso de los organizadores, giramos sobre nuestros talones y tarareando rítmicamente "par-ti-ci-pa-ción", enfrentamos al grupo de cobardes encapuchados y logramos que se fueran corriendo. Mi enojo por el atropello de estos grupos organizados enviados vaya a saber por quién (aunque tengo mis sospechas) pasó a ser una sensación de victoria. Pensé: "ladran Sancho, señal que cabalgamos". En ese momento, sin duda, habíamos dejado de ser habitantes para actuar como ciudadanos decididos a no dejar espacios para que los violentos, los corruptos, se apoderen de nuestros derechos.

A nadie le gusta el cansancio, pero hay cansancios buenos y productivos. El de esta mañana es muy bueno y muy productivo.

Alejandro Field

Alejandro Field es miembro de la Mesa Interreligiosa del Conurbano Norte de la Coalición Cívica y uno de los conductores del programa radial "De espectadores a actores ".

Nota: Esta reflexión es un aporte al diálogo entre la fe y la política y no implica ninguna relación del autor con la Coalición Cívica. Para suscribirse al servicio gratuito de reflexiones diarias sobre la política desde la fe, envíe un mensaje en blanco a: elcorazondelapolitica-subscribe@gruposyahoo.com.ar

viernes, 26 de junio de 2009

Viernes 26 de junio

Reflexiones políticas

Participación cívica

En la Argentina tenemos un sistema constitucional republicano, basado en la alternancia en el poder, la elección de los funcionarios mediante el voto, la división de los poderes y los controles sobre los poderes del Estado.

Este sistema indudablemente funciona, pero también es cierto que la cultura política de los argentinos no es completamente republicana. De hecho, a comienzos del 82 los argentinos fueron reprimidos por un gobierno militar, en el mes de marzo, y el 2 de abril se plegaron a una aventura bélica en las islas Malvinas que resultó desastrosa en vidas humanas, recursos económicos y el impacto psicológico sobre la identidad de los argentinos.

En nuestro país contamos con fuertes rasgos autoritarios y populistas inscriptos en nuestras conductas cívicas y, por otra parte, tendencias a evitar el cumplimiento de las normas, lo cual contribuye a que el sistema no funcione bien. Se trata de un círculo vicioso, porque la falta de premios y castigos trabaja en definitiva como un dispositivo pedagógico para aprender a no cumplir las normas.

Este dispositivo es una influencia ambiental que actúa sobre las personas desde que son muy jóvenes, como lo vemos con los jóvenes que matan personas con sus autos y huyen o los ciclistas que circulan por las veredas y a contramano.

En tal sentido, es importante que las personas se incorporen a la política, que reclamen derechos y lugares y que participen en forma responsable. Es necesaria una participación decidida para aumentar la calidad institucional del país y para hacer que el Estado integre mejor los intereses de las personas y los colectivos y brinde respuestas a esos intereses.

En ese espacio de participación los evangélicos tienen bastante para hacer a partir de la tradición de administración de muchas de sus congregaciones mediante asambleas, comisiones de trabajo, juntas directivas, desempeños de diversos papeles en las iglesias (algunos modestos) y códigos éticos que emanan de sus creencias religiosas.

En las congregaciones evangélicas, aunque a veces se basan en una centralidad personalista de los pastores (también afín con nuestras herencias culturales) existen espacios para la actuación de personas que fuera de las congregaciones no tienen un papel social significativo: personas que solamente participan de sus trabajos y sus familias pero no de otras organizaciones donde puedan dar opiniones y desempeñar diversos papeles en comisiones y equipos.

Los evangélicos en la política

Muchos evangélicos huyen de la política, debido en gran medida a herencias de las iglesias misioneras, que asociaban la política con "el mundo" y, obviamente, "el mundo" con "el mal". En respuesta, algunos evangélicos han querido crear clubes políticos y partidos políticos.

La experiencia muestra bien que la creación de partidos políticos confesionales es mala. En primer término, porque va contra la laicidad del Estado, que es un hecho conveniente para el mejor funcionamiento de una democracia. En segundo lugar, porque está probado que esos partidos no funcionan en escenarios como el de la Argentina.

La Democracia Cristiana, fundada por los católicos, existió por varias décadas y tuvo algunos éxitos, pero finalmente una notable decadencia. Y los intentos de crear partidos políticos evangélicos entre los años 1990 y 2001 resultaron un fracaso. Estos partidos no tienen posibilidades de éxito donde existen partidos importantes que representan los intereses de clase y la cultura de la población.

Además, los evangélicos en tal caso solamente pueden buscar votos en las congregaciones. Pero a la vez los pastores y los líderes de las federaciones lo van a impedir, porque están decididamente en contra de mezclar la política con la religión.
Creo que los evangélicos deben participar simplemente como ciudadanos y nada más que como tales, a partir de sus valores personales. Y estos valores pueden nutrirse de su condición de creyentes.

Cada individuo responsable posee un equipamiento de valores que puede tener su origen en una formulación teológica, en una filosofía, en una herencia familiar, en la herencia de un barrio y otros lugares que funcionan como usinas de la cultura. De ese modo los evangélicos pueden colaborar con el fortalecimiento de la democracia, con el fortalecimiento institucional del Estado y el sistema republicano, y a la vez poner un plus en el mantenimiento de la separación entre la iglesia y el Estado.

Me parece incorrecto y hasta pretencioso que los evangélicos quieran entrar en la política para ser "sal y luz de la tierra", lo cual significa asumir que serán el cordón que unirá al país con Dios, una especie de fuerza mesiánica, que no hace sino reforzar tendencias mesiánicas existentes en sectores de la política y en la cultura de nuestro país.

Punterismo sustitutivo

En ciertas ocasiones surgen comentarios referentes al acercamiento de políticos o funcionarios a los líderes evangélicos para ofrecerles ayudas a cambio de admitir una influencia política. Esto merece un comentario.

Aparentemente existiría una tendencia de parte del liderazgo evangélico, en ciertos niveles y situaciones o contextos, a enrolarse en intercambios prebendarios con el Estado, principalmente en los espacios institucionales de nivel municipal. Si esto efectivamente sucede en sectores populares, significa que los pastores tienden a convertirse en punteros sustitutos, tal vez guiados por la buena voluntad.

Esas prácticas irían a la inversa precisamente de una contribución al fortalecimiento de la institucionalidad del sistema político, pese a que podrían brindar beneficios para las congregaciones en forma de recursos para modestos programas sociales o de educación.

Estas conductas, si tienen lugar, contribuyen a la cooptación de personas como estrategia de maximización del poder por medio del empleo de recursos, que realmente pertenecen a la sociedad y al Estado que la representa y articula como "polis"; en definitiva, tienden a fortalecer mecanismos de concentración personalista del poder por encima de la institucionalidad.

De todos modos resulta inevitable en cualquier organización política. Es parte de la condición humana, y algunas veces inevitable, dependiendo de la presión de las circunstancias. Lo importante es aminorar sus efectos negativos.

[artículo publicado originalmente por Ecupress, usado con autorización del autor]

Hilario Wynarczyk

Hilario Wynarczyk es Doctor en Sociología, socio fundador y miembro de la Asamblea Directiva del CALIR, Consejo Argentino para la Libertad Religiosa, asesor de la Secretaría de Culto de la Cancillería 1999-2001, miembro de la Red Latinoamericana de Estudios Pentecostales, RELEP, el Programa Latinoamericano de Estudios Socio-Religiosos, PROLADES, y la Asociación de Cientistas Sociales de la Religión en el Mercosur.

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jueves, 25 de junio de 2009

Jueves 25 de junio

Papás malos, estado bueno

En numerosas oportunidades hemos escuchado que "la política debe servir para resolver los problemas de la gente", tomándola como sistema que alcanza el poder para poder hacer.

No siempre es así, lamentablemente.

Distinguiendo entre aquellas acciones que son bien intencionadas y que llegan a la comunidad distorsionadas, me quiero detener en las otras, aquellas que sus mentores promueven a sabiendas que lesionarán el tejido social y degradarán la integridad de la personas. Fundados en un falso progresismo, se cometen errores irreparables.

Días pasados, de paseo por España, pude comprobar cómo el presidente del país instala un tema tan delicado como el aborto en la sociedad. El Sr. Zapatero dice que "una mujer a partir de los dieciséis años puede decidir abortar, y no necesita de la autorización de sus padres". Luego hace referencias a la autonomía que le cabe a una mujer (adolescente) a esa edad.

Verdaderamente lastimoso el planteo, cuestionable desde todo ángulo: deberes y derechos que emergen de la constitución, preceptos religiosos, etc. Lo más significativo de ello lo resumiría así: PAPÁS MALOS, ESTADO BUENO.

Qué pena, me duele el corazón…

Marcelo Pivato

Marcelo Pivato es docente, ex Director General de Educación de Gestión Privada del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires e integra la Mesa Interreligiosa Nacional de la Coalición Cívica.

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miércoles, 24 de junio de 2009

Miércoles 24 de junio

Predicar a Dios en la actividad política

La actividad política, como la familiar, la laboral, la gremial, la cooperativa, constituye una oportunidad para manifestar al Dios que nos da paz y alegría de vivir, como así también confianza en nuestra eterna felicidad y en la de nuestros seres queridos. Es una oportunidad, porque nos permite relacionarnos con personas distintas: por edad, por condición social, cultural, educativa, de creencias.

A través de esa relación, por la que se busca mejorar el bienestar general, podemos mostrar la confianza en la vida eterna a través de los desprendimientos personales. Los creyentes nos desprendemos de lo material porque estamos convencidos que eso es mínimo frente a un valor supremo como la felicidad eterna. Por eso Cristo lo demostró con su sufrimiento y muerte física y nosotros podemos demostrarlo, aunque en mucho menor medida, esforzándonos sin pretender recompensas terrenales (cargos, honores, dinero).

Podemos mostrar básicamente los valores de la dignidad (de ser hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza), del amor a todos (incluyendo a nuestros enemigos), de perdonar todas las ofensas, de comprender a los demás, de tratarlos amigablemente, de aceptarlos como son, porque sabemos que así procede Dios. La actividad política es uno de los caminos que nos permiten perfeccionarnos y perfeccionar a los demás.

Para un creyente, la política es un medio más para predicar a Dios, que es semejante a predicar el amor, entendiendo por amor la voluntad de tratar a los demás como consideramos que Dios quiere que los tratemos (con calidez, aceptación, justicia, libertad, misericordia)
. Para un creyente, los objetivos principales son amar a Dios y a los demás y que los demás lo conozcan y hagan lo propio. Los objetivos terrenales (tener una familia, un status social, ser gobierno) son secundarios, y no deben oponerse ni entorpecer al principal.

Considero que los creyentes debemos tener siempre presente que Dios no necesita de nosotros para beneficiar a los demás, porque es todopoderoso. Cuando beneficiamos a los demás, nos beneficiamos a nosotros mismos, y si no lo hacemos nos perjudicamos nosotros. Dios les compensará los perjuicios que le ocasionemos y los terminará beneficiando a través de otros. Dios sería ingenuo si hiciera depender la felicidad de los demás de un solo grupo de personas.

Lo expuesto me explica el porqué de la diversidad de religiones y creencias, es decir la gran cantidad de caminos que conducen a Dios. Como manifestaba Gandhi, tantos como seres humanos.

Miguel Ángel Bustos

Miguel Ángel Bustos es Ingeniero Químico, Inspector de Seguridad Nuclear y miembro de la Mesa Interreligiosa del Conurbano Norte de la Coalición Cívica (bustosma@yahoo.
com).

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martes, 23 de junio de 2009

Martes 23 de junio

Cómo participar en política

Muchas veces nos preguntamos: ¿Cómo tenemos que participar en política los que tenemos una fe que nos impone un marco ético? Esta pregunta esconde la idea de que en política no hay lugar para la ética. Sin embargo, "lo político" es más bien una praxis, una forma de expresar nuestras ideas no sólo a través de las palabras sino, y sobre todo, a través de nuestras acciones. Son estas acciones las que revelan nuestras ideas, nuestra ética. Por eso, lo político, como cualquier quehacer humano, siempre incluye lo ético.

En el capítulo 12 de la Carta a los Romanos, encontramos algunas claves que nos ayudan a pensar nuestras prácticas. "No vivan como vive todo el mundo. Al contrario, cambien su manera de ser y de pensar" (v. 2): la acción que acompaña al pensamiento. No imitemos a "los otros", traigamos frescura y novedad, veamos a cada persona como ciudadano, reconozcamos su dignidad de ser humano, y no nos creamos mejores de lo que realmente somos (v. 3) ni nos creamos más inteligentes que los demás (v. 16).

El paradigma está expresado en el v. 9: "Amen a los demás con sinceridad. Rechacen todo lo que sea malo, y no se aparten de lo bueno". En el marco de la sociedad ¿qué es lo malo y qué es lo bueno? Esa respuesta, ¿tiene que ver con lo individual o con lo colectivo? ¿Podemos manejarnos con conceptos a priori o tenemos que contextualizar, investigar, aprender y reflexionar permanentemente?

Otro aspecto básico es tener conciencia de nuestras capacidades y posibilidades. Lo que podemos hacer, lo tenemos que hacer bien y no ser perezosos (v.11). Lo que tenemos que hacer no significa necesariamente lo que nos gusta, sino lo que tenemos capacidad para hacer. San Pablo plantea la imagen del cuerpo, de un organismo, donde cada uno hace un trabajo diferente y un órgano no es superior a otro, pero todos son necesarios para la vida. El mal funcionamiento de una parte afecta al resto.

Por último, San Pablo nos insta a no bajar los brazos: "No nos dejemos vencer por el mal. Al contrario, triunfen sobre el mal haciendo el bien" (v. 21). La transformación de la sociedad implica un trabajo, una actitud responsable, humilde, firme, rogando intensamente a Dios cada día, cada minuto, para que nos dé la fortaleza necesaria para ser coherentes con lo que Él nos enseña. Creo firmemente que el mayor desafío de los que creen está en la calle, y no en las iglesias.

Susana Somoza

La Dra. Susana Somoza es Bioquímica, Magíster en Salud Pública y profesora titular de Salud Pública en la Universidad Nacional de Formosa.

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lunes, 22 de junio de 2009

Lunes 22 de junio

Un espacio para construir una nueva nación

Durante mucho tiempo pareció que la fe y la política fueran antagónicas, que no fueran compatibles. Desde la secularización del poder (es decir la autonomía del poder político del poder religioso) hubo una tremenda separación entre ambas, generando un desencanto de la una por la otra. Esto generó un profundo desinterés por las situaciones vividas tanto de uno como del otro lado.

Sabemos, porque la historia lo demuestra, que el estado debe hacer su trabajo y la iglesia debe hacer el suyo, pero ¿quien dijo que deben ser opuestos? Parece que no pudiéramos mantener el equilibrio entre ambas relaciones.

Sabemos por la Palabra de Dios que la fe debería ser un factor de influencia en la sociedad. El Señor Jesús expresó que debemos ser sal y luz en la tierra. ¿Qué significará esto? Sin más ni menos, en una cuestión radicalmente de esencia y función. La fe es influencia y debe ser usada para influenciar.

Como creyentes, nuestra responsabilidad es ser un factor de cambio en medio de la sociedad en la que vivimos y en todos los ámbitos que la componen. Es decir, comienza en lo personal, sigue en lo familiar, lo social, lo económico, lo laboral o empresarial, lo profesional, lo artístico, lo cultural y, por qué no en lo político. Allí es donde se toman decisiones trascendentes de la organización y funcionamiento de una sociedad.

La política, en su definición más sencilla, es "el ejercicio del poder". En la actualidad, podemos entender este término como la actividad de quienes procuran obtener el poder, retenerlo o ejercitarlo con vistas a un fin. Debe tenerse presente que esta actividad es de carácter instrumental; desde una perspectiva moral, la política debe ser vista como una de las actividades más nobles del ser humano, ya que implica una labor de servicio hacia los demás, viéndolos como la generalidad o pueblo.

Es llamativo que por muchísimos años tal vez no vimos la necesidad o no comprendimos la importancia de ser influencia también en el ámbito político. Pensamos que tal vez nuestra responsabilidad era meramente orar por las autoridades gubernamentales, predicarles la fe y brindar asistencia en el trabajo social con los más necesitados, y nada más. Es verdad, se puede influenciar de forma externa, pero tal vez este tipo de influencia es un poco débil, poco penetrante y fugaz.

En este tiempo Dios está despertando una nueva generación de jóvenes, hombres y mujeres que se animan a una influencia mucho más profunda e intensa, y es la que sólo se puede dar de forma interna, metido dentro, siendo parte vital dentro de los fragmentos de la organización y estratificació
n de una sociedad. Claro que este tipo de influencia requiere perseverancia, compromiso, audacia y, sobre todo, una tenaz vocación cimentada en los valores de la fe.

Necesitamos comenzar a actuar y a trabajar en la construcción de un camino que nos lleve a concientizarnos de la necesidad y responsabilidad que tenemos como cristianos de influir en todos los ámbitos de nuestra sociedad; entre ellos, la política. En primera instancia, intentando detener la tendencia declinante que pone a la política en un constante camino descendente y luego, en una segunda instancia, edificando alternativas para la participación y conducción política desde los ámbitos de la fe. Este es el tiempo para comenzar con la construcción de una nueva Argentina.

Todas las fuerzas deben direccionarse a proporcionar propuestas para la formación de nuevas generaciones que aspiren a asumir el desafío de una transformació
n en la vida política de nuestra nación. No es tarea fácil, pero es totalmente posible.

Es necesario comprender que el secreto del éxito en materia política está en formar hombres y mujeres que tengan en un alto valor a la moral y a la ética como forma de vida. Es tiempo de asumir que, como personas que creemos en Dios y que tenemos un fuerte compromiso en materia social, también deberíamos velar por una acertada y más eficaz conducción política.

Con esta visión bien clara y pensando en la comisión dada por el Señor, es que hemos necesitamos trabajar juntos con el fin de convocar a todos los jóvenes, hombres y mujeres de virtud que se sienten movidos por un fuerte sentir de patriotismo y un fuerte compromiso social a sumarse a tomar un lugar protagónico en los asuntos de nivel de gestión y conducción política.

Si usted que lee estas líneas es una de estas personas que muchas veces ha sentido que es necesario un cambio, y que aguardaba la oportunidad para comenzar a trabajar en este desafío de transformació
n a nivel político, hoy es el tiempo, ésta es la oportunidad para comenzar a ser parte de la construcción una nueva Argentina.

Alejandro Quiroga

Alejandro Quiroga es pastor de la Iglesia Catedral de la Fe e integra la Mesa Interreligiosa Nacional de la Coalición Cívica.

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viernes, 19 de junio de 2009

Viernes 19 de junio

Reflexionemos y evaluemos

Se nos ha enseñado que: "El pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes". Escoger quien nos represente no es una tarea sencilla. La calidad del sufragio incide directamente en la calidad de vida que tendremos. Necesitamos saber quiénes son ellos, qué es lo que proponen y ver si defenderán los intereses de los electores.

Tengamos cuidado con la propaganda engañosa. Los formadores de opinión, los constructores y vendedores de imagen tienen la habilidad, si de mal proceden, de "vendernos gato por liebre". Los candidatos puede ser un producto de los medios de comunicación que nada tiene que ver con lo que realmente son, hacen y harán. Puede haber un abismo entre lo que prometen y lo que cumplen.

Veamos a qué partido pertenecen, cuál es la filosofía que sostienen. Cuáles son las aptitudes personales, morales, éticas e intelectuales de las personas propuestas. Cuál es su historia familiar, su experiencia y capacidad para desempeñarse en el puesto que desean ocupar.

Entérese de los programas que ofrecen y vea si responden a los valores del evangelio del reino de Dios. Tenga cuidado con las influencias. Las encuestas marcan tendencias, pero no son una guía valedera para decidir el voto.

Por otro lado, y en estos tiempos, las alianzas son como los pies de la imagen que interpretó Daniel, el hierro y el barro: están juntos pero no se unen. Por eso "en parte son fuertes y en parte son frágiles". Estar juntos no es estar unidos.

Como cristianos se nos pide cambiar de vereda, de espectadores a protagonistas. El voto por sí solo no alcanza para cambiar una realidad. La oración y la acción deben ir juntas. Cuando ore, tenga en cuenta la fuerza de los débiles, para que Dios los guíe. A veces los que deciden quiénes saldrán electos son los millones de personas que carecen de educación, los indigentes, los desocupados; duele ver cómo se usa la pobreza como instrumento de dominación. E l "voto cautivo" corresponde a los estructuralmente carenciados que cambian el presente y futuro generacional por migajas.


Juan José Churruarin

Juan José Churrurarin es pastor de la Iglesia Congregación Cristiana de Goya, provincia de Corrientes.

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jueves, 18 de junio de 2009

Jueves 18 de junio

Por qué participo en política

En el Congreso Internacional sobre la Evangelización Mundial, celebrado en la ciudad suiza de Lausana en julio de 1974, cerca de 2700 líderes evangélicos representantes de 150 países se reunieron bajo la consigna "Que el mundo oiga la voz de Dios". Al cierre, suscribieron lo que se conoce como el Pacto de Lausana. En una de sus secciones declara que "la evangelización y la acción social y política son parte de nuestro deber cristiano".

Resulta claro que un genuino compromiso social cristiano abarca tanto el servicio social como la acción social, entendiéndose el primero como la asistencia a las necesidades humanas y el segundo, la eliminación de las causas de esa necesidad.

Es evidente –y en eso hemos fallado la mayoría de los creyentes– que hay casos en que las necesidades no pueden aliviarse si no es mediante la acción política. En ese sentido, debemos mirar más allá de los individuos a las estructuras, más allá de la rehabilitación de los presos a la reforma del sistema carcelario, más allá de la ayuda a los pobres a la transformación de los sistemas económicos y políticos.

¿Cuál es, entonces, el fundamento bíblico para la acción social y política? ¿Por qué deben participar los cristianos?

Para poder esbozar una respuesta, el reverendo John Stott recurre a varias doctrinas bíblicas. Para nuestra reflexión vamos a recurrir a dos de ellas que, en teoría, todos los cristianos aceptamos.

1) La doctrina de Dios

Primero, necesitamos una doctrina de Dios más completa. Pues tenemos la tendencia a olvidar que a Dios le interesa toda la humanidad y la vida humana en todas sus facetas. Este concepto tiene consecuencias importantes sobre nuestro pensamiento.

En primer lugar, Dios es el Dios de la naturaleza, además de ser el Dios de la religión. Dios creó el universo, lo sustenta y lo declaró "bueno" (Génesis 1:31). A Dios lo empequeñecemos cuando lo hacemos exclusivamente el Dios que está detrás de nuestra vida religiosa. Por supuesto que le interesa nuestra vida devocional, pero si se relaciona con toda la vida. Según la enseñanza de los profetas del Antiguo Testamento y Jesús, Dios cuestiona la religión si esta se reduce a cultos religiosos divorciados de la vida real, del servicio en amor y de la obediencia moral interior. "La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre", dice Santiago 1:27, "es ésta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo". Si lo que hacemos y decimos en nuestra vida religiosa, pública y privada no tiene una correspondencia con nuestra vida real, es pura hipocresía, que es la actitud que Dios más critica.

En segundo lugar, Dios es el Dios de la creación, además de ser el Dios del pacto. Los creyentes del Antiguo y del Nuevo Testamento hemos cometido el mismo error de reducir a Dios a una deidad local, como hizo el pueblo de Israel, o al Dios de la iglesia. Pero la Biblia comienza con las naciones, no con Abraham; con la creación, no con el pacto. Además, cuando Dios eligió al pueblo de Israel, no se olvidó de las otras naciones. Y aún más, prometió que, al bendecir a Abraham y a su descendencia, iba a bendecir a todas las familias de la tierra, y que un día restaurará aquello que la caída arruinó, restituyendo la perfección de todo lo creado.

En tercer lugar, Dios es el Dios de la justicia, además de ser el Dios de la justificación. Es el Dios salvador de los pecadores, pero también le importa que la vida comunitaria del creyente se caracterice por la justicia (Salmos 146:7-9). En los capítulos 1 y 2 del libro del profeta Amós, Dios dirige sus juicios primeramente a las naciones vecinas y luego a Judá e Israel, por su falta de justicia. Al Dios de la Biblia le interesa todo lo "sagrado" y lo "secular", no sólo la religión sino la naturaleza, no sólo el pueblo del pacto sino todos los pueblos, no sólo la justificación sino también la justicia social en toda comunidad. De manera que no debemos limitar sus intereses.

2) La doctrina del hombre

Cuanto más alto sea nuestro concepto del hombre, cuanto más alto sea el valor que le damos al ser humano, mayor será nuestro deseo de servirle. Los creyentes, a diferencia de los humanistas, tenemos una base más sólida para el servicio a nuestros semejantes. Los seres humanos son seres creados a la imagen de Dios, que por lo tanto poseen capacidades únicas que los distinguen del resto de la creación.

Esta criatura de semejanza divina no es sólo alma, para que nos ocupemos solamente de su vida espiritual, ni sólo cuerpo, para que atendamos sus necesidades físicas, ni sólo seres sociales, para que nos limitemos a asistirlos en sus problemas comunitarios. Desde una perspectiva bíblica comprenden estos tres aspectos, y es por eso que debemos prestar atención a la evangelización, a la asistencia y al desarrollo. (1)

En la base de cada uno de nuestros pensamientos y acciones subyace una teoría. Puede ser que no seamos conscientes de ello en cada caso, pero nada expresa más claramente nuestra escala de valores como nuestras acciones. Y salvo que tengamos personalidades divididas, debe haber una relación entre nuestros principios éticos y nuestros pensamientos; por ende, nuestra conducta moral.


Como creyentes, tenemos una base objetiva para nuestras normas éticas: la revelación de Dios. Creemos firmemente que Dios ha revelado quién es Él, quiénes somos los hombres y cuáles son las pautas para relacionarnos, no sólo con Dios sino también con los demás seres humanos. El sistema de valores del cristiano no surge a partir de especulaciones intelectuales o del pragmatismo circunstancial.

En este sentido, la acción política de los creyentes se concentra en lograr que, a través de la persuasión, la justicia de Dios sea una realidad en la tierra. Lo que Dios considera justo tiene implicancias directas sobre la acción política. Les toca a los creyentes guiar a la sociedad para que ésta tenga conceptos claros sobre lo que está bien o está mal. La justicia de Dios tiene que ver con la defensa de los derechos de los desposeídos, con el dictado de leyes que salvaguarden la dignidad del trabajo, con el manejo honesto de los fondos públicos, con el resguardo de la salud psicológica, física y espiritual de la población, con el mantenimiento de la paz y el respeto universal.

Por todo lo anterior es que considero que no hay "políticos creyentes" sino creyentes con vocación política.

Me resulta difícil pensar que podría "hacer" política, sin a la vez "hacer" religión. El creyente sólo puede reflejar su acción política, para que ésta sea coherente, a partir de sus principios éticos…

[extraído del artículo "Por qué participo en política" ]

Pedro Gilaberte

Pedro Gilaberte pertenece a la Mesa Interreligiosa del Conurbano Norte de la Coalición Cívica y es miembro de la Iglesia Bautista de San Isidro, al norte de la ciudad de Buenos Aires.


Nota: Esta reflexión es un aporte al diálogo entre la fe y la política y no implica ninguna relación del autor con la Coalición Cívica. Para suscribirse al servicio gratuito de reflexiones diarias sobre la política desde la fe, envíe un mensaje en blanco a: elcorazondelapolitica-subscribe@gruposyahoo.com.ar

miércoles, 17 de junio de 2009

Miércoles 17 de junio

Justicia y caridad

…La caridad es, dentro de la fe cristiana, una de las tres virtudes teologales. Es la forma en que traducimos del griego la palabra agape… una palabra infrecuente y descolorida entre los griegos que los cristianos tomaron del desván del idioma y le dieron un vigor y brillo extraordinario. Porque agape es el amor que nace de la voluntad y que se entrega generosamente sin esperar recompensa; es el amor que se da por entero sin que medie ningún interés…

Al lado de esta palabra brillante colocamos la palabra justicia. Otra palabra luminosa muchas veces empañada cuando se la confunde con venganza, revanchismo, desquite, represalia, escarmiento. La justicia es la sed constante del hombre en un mundo entristecido por la presencia constante del mal y la corrupción. Cuando esta sed desaparece, cuando el conformismo o el fatalismo nos hacen renunciar a la búsqueda de una justicia imparcial, el hombre se desnaturaliza…

Los sabios que indagaron sobre la importancia de la justicia llegaron a una conclusión que queda registrada en la Biblia en el libro de Proverbios: "La justicia engrandece a la nación; la corrupción es afrenta de las naciones" (Proverbios 14:34). También los profetas, en tiempos de declinación moral, hicieron de la justicia el tema central de su prédica como único camino para salir de la decadencia. Isaías les recuerda que "el efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre" (Isaías 32:16).

Pero ¿qué es la justicia? ¿Cómo podemos definirla? … Cervantes, que conocía como pocos el alma humana, utiliza a su alter ego literario para resumir en pocas palabras los problemas que se le presentan al hombre cuando debe actuar como juez. Don Quijote aconseja a Sancho, flamante gobernador de la ínsula, sobre la administración de justicia y le dice:

Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las informaciones del rico. Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico, como por entre los sollozos e importunidades del pobre. (...) Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia. (...) en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente, porque, aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia.

Cervantes, como viejo cristiano, conocía la sentencia de la ley mosaica que dice: "No perviertan la justicia; no hagan ninguna diferencia entre unas personas y otras, ni se dejen sobornar, pues el soborno ciega los ojos de los sabios y pervierte las palabras de las personas justas" (Deuteronomio 16:20)…

¿Cómo relacionar justicia y caridad? Parecen virtudes paralelas, difíciles de conjugar. Jean Guitton, en sus agudas reflexiones sobre la justicia y la caridad, dice: "No hay que confundir justicia con caridad, pues, aunque se la recomienda, la caridad no es exigible, como la justicia, por la fuerza. Es su complemento, la humaniza. La práctica de la mera justicia no tiene ningún mérito. Pero la justicia es la condición necesaria para la caridad".

Luego Guitton elogia un fallo de la justicia francesa. Una mujer pobre había robado alimentos selectos para mimar a sus hijos a quien siempre tenía que alimentar con pastas. El tribunal la absolvió pero el Ministerio Público apeló la medida. Finalmente, la Corte la condenó a una pena ligera, pero en suspenso. Guitton comenta: "Buena manera de juzgar. La Corte aplicó la ley, es decir hizo justicia. Pero al dejar la pena en suspenso practicó la misericordia"…

A nosotros, los mortales, nos cuesta mucho conjugarlas. Afectados por el mal y la corrupción hemos bastardeado nuestro concepto de justicia. Platón dice en La República que la justicia armoniza todas las virtudes, y afirma: "La justicia es la virtud de la ciudad". Aristóteles la define como la virtud que gobierna las relaciones interpersonales en la sociedad y es reflejo de la armonía interior del hombre ejercitar la justicia.

De acuerdo al diagnóstico de los ilustres filósofos de la antigua Grecia las dificultades que nos aquejan a los argentinos con la justicia reflejan nuestro estado de desequilibrio interior y presagian un destino aciago. No se puede consagrar la impunidad o tolerar la corrupción y a la vez mantener la armonía del cuerpo social. Luis Thiers dice: "La injusticia es una madre jamás estéril, siempre produce hijos dignos de ella"…

El sabio Salomón en Eclesiastés observa: "También he visto que a gente malvada la alaban el día de su entierro; y en la ciudad donde cometió su maldad, nadie después lo recuerda. Y esto no tiene sentido, porque al no ejecutarse en seguida la sentencia para castigar la maldad, se provoca que el hombre sólo piense en hacer lo malo" (Eclesiastés 8:10-11).

Esta antigua radiografía de una sociedad decadente se ajusta tristemente a nuestra realidad… No se puede vivir sin justicia, por lo tanto hay que tener el valor de ejercerla. No se puede tolerar la impunidad, por lo tanto hay que tener el valor de extirparla. Y hay que hacerlo porque no se puede vivir con las heridas permanentemente abiertas, no podemos seguir atados al pasado y todos tenemos que abocarnos febrilmente a buscar la forma de hacerlas cicatrizar. Mientras esas heridas permanezcan abiertas no tendremos futuro. Hay que cicatrizarlas; es imprescindible.

Pero ¿cómo hacerlo? Soy consciente de que querer pararse en el medio es exponerse a ser victima de todas las iras. Pero quisiera por un momento hacer abstracción de las propias heridas en homenaje al tema que nos convoca. Porque intuyo que la clave está en que sepamos conjugar las dos palabras que nos convocan: justicia y caridad. El bálsamo que necesita nuestra sociedad está en que se cumpla con las demandas de una verdadera justicia no infectada por las ideologías y, si fuera posible y diera lugar, se practique una sincera caridad consensuada que surja de corazones serenos convencidos voluntariamente que no hay futuro si se sigue revolviendo el pasado.

Tengo debajo del mentón una ahora casi imperceptible cicatriz. Cuando apenas tenía cinco años caí de bruces y el filo de una baldosa me abrió un tajo que sangró profusamente. Durante varios días tuve que soportar el incómodo vendaje y luchar contra la tentación de tocar la herida. Finalmente se hizo la costra, me retiraron las vendas y aprendí a convivir con esa cicatriz que me acompaña hasta hoy. Cada vez que la veo esbozo una sonrisa recordando la caída, el pánico, el dolor, la sangre y el llanto. Pero el tiempo la transformó en un recuerdo que ya no duele.

Lo mismo me pasó con otras heridas, las del alma. Como a todos los mortales me tocaron recibir muchas y tuve que aprender a dejarlas cicatrizar, porque es preferible llevar una marca como recuerdo que soportar un permanente dolor. Guiado por el saber de los antiguos, ajenos a los dislates del psicoanálisis, no intenté reabrir continuamente las heridas ni revolver histéricamente el pasado. Tengo la lucidez necesaria como para saber que lo más importante es construir el futuro y me aboco a trabajar mirando hacia delante. Vendar en silencio las heridas del alma hace que el dolor se disuelva y deje paso al recuerdo.

Hoy puedo decir que allí están, forman parte de mi historia, ayer dolieron pero ya no duelen. Son cicatrices. ¿Por qué no las mantuve abiertas? Porque manteniendo heridas abiertas uno se hace esclavo del pasado y no se puede avanzar mirando hacia atrás.

Añoro que en nuestra tierra las heridas se cierren y quede siempre presente la cicatriz de la memoria, porque nunca es recomendable el olvido. Sueño que podamos legar a la generación que viene una Argentina luminosa donde la noche del pasado se sepulte para siempre. Anhelo, en definitiva, que se cumplan las palabras del salmista cuando dice:

La misericordia y la verdad se encontraron;
La justicia y la paz se besaron.
La verdad brotará de la tierra,
Y la justicia mirará desde los cielos
(Salmos 85:10-11)


Espero que esté cerca el día en que todos elevamos los ojos hacia el Supremo Juez del universo, comprendiendo que solo él, en quien se conjugan naturalmente la justicia y la caridad, puede darnos una respuesta definitiva para que la nueva generación avance en paz hacia un horizonte de esperanza.

[extraído del artículo "Justicia y caridad"]

Salvador Dellutri

Salvador Dellutri es pastor de la Iglesia de la Esperanza, en San Miguel, al noroeste de la Ciudad de Buenos Aires, conferencista y escritor.

Nota: Esta reflexión es un aporte al diálogo entre la fe y la política y no implica ninguna relación del autor con la Coalición Cívica. Para suscribirse al servicio gratuito de reflexiones diarias sobre la política desde la fe, envíe un mensaje en blanco a: elcorazondelapolitica-subscribe@gruposyahoo.com.ar

martes, 16 de junio de 2009

Martes 16 de junio

Fe y política: ¿quién debe nutrir a quién?

La relación entre la política y la religión –para ser más exactos, la relación entre los seres humanos que hacen política y los seres humanos que hacen religión– es el pulso que marcó el ritmo de la historia del ser humano desde que éste se organizó en su vida diaria y casi al mismo tiempo invocó a un protector y/o creador.

La tensión entre las necesidades de establecer prioridades éticas, morales, discursivas, materiales, de territorio y aquellas de origen espiritual generó una cantidad de conflictos tan grande que cuesta encontrar enfrentamientos desvinculados de estos temas.

Como hombres de fe que nos consideramos, y haciendo base en las Escrituras, nos parece oportuno desempolvar el olvidado libro de Levítico del Antiguo Testamento y afirmarnos en él, recordando que el mismo no caducó, que no fue declarado "out" por Jesús, y que además Él se encargó de aclarar que no venía a abolir la Ley, sino más bien a cumplirla. Hecha esta aclaración, encontramos el siguiente texto que nos parece revelador de cuál debe ser la relación entre las personas de fe y las personas de la política, en este caso, en su papel de gobernantes:

Si el que peca inadvertidamente es uno de los gobernantes, e incurre en algo que los mandamientos del Señor su Dios prohíben, será culpable. Cuando se le haga saber que ha cometido un pecado, llevará como ofrenda un macho cabrío sin defecto, pondrá la mano sobre la cabeza del macho cabrío, y lo degollará en presencia del Señor, en el mismo lugar donde se degüellan los animales para el holocausto. Es un sacrificio expiatorio. Entonces el sacerdote tomará con el dedo un poco de la sangre del sacrificio expiatorio y la untará en los cuernos del altar del holocausto, después de lo cual derramará al pie del altar del holocausto el resto de la sangre. Toda la grasa del animal la quemará en el altar, tal como se hace con el sacrificio de comunión. Así el sacerdote hará expiación por el pecado del gobernante, y su pecado le será perdonado (Levítico 4:22-26, énfasis agregado).

En este texto encontramos, a nuestro entender y hasta que nos demuestren otra cara de la verdad, algunas claves:

1. Son los gobernantes quienes deben acercarse a los sacerdotes, recurrir a ellos en busca de ayuda.

2. Las frases del versículo 23, "inadvertidamente" y "cuando se le haga saber", parecen indicar que no se espera que el gobernante se entere por sí mismo de sus errores. En otros párrafos del mismo libro se muestran varios casos de equivocaciones auto denunciadas.

3. Es el trabajo del sacerdote el que guía hacia el perdón del error.

Nos resulta interesante, aceptando este modelo como un interesante paradigma para resolver la relación entre políticos y religiosos, compararlo con el que se observa a la distancia en la Argentina de hoy.

Sobre el punto 1 podemos afirmar,con algo de vergüenza e indignación, que el movimiento que propone la Biblia se observa en general a la inversa. Debemos aclarar que para describir este paisaje no tomamos una única fotografía y que, en la suma de todas las que tenemos ante nuestros ojos, comentamos un promedio de ellas. Al mismo tiempo reconocemos que tienen mayor impacto aquellas que provienen de movimientos religiosos y políticos más masivos, y que creemos que por esa masividad tienen mayor impacto en nuestra realidad.

Este movimiento contrario al que propone el texto se observa en forma muy marcada y tiene algunos detalles a tener en cuenta.

  • En un partido del conurbano bonaerense, en su legislatura, han instalado una mesa atendida por pastores y/o sus representantes. En muchos casos, miembros de sus comunidades de fe, casualmente, tienen ayudas sociales especiales. Otros partidos, a partir de este modelo exitoso a la hora de los votos, imitaron la medida.
  • Un Jefe de Gobierno fue paseado por distintas iglesias en las semanas anteriores a la elección que lo depositó en su cargo y se generó un boca a boca que aseguraba que tal funcionario se había convertido a determinada religión y con esto arrastró una interesante cantidad de votos.

Evitamos otros comentarios, otros datos llamativos, porque a pesar de lo que no nos gusta a nosotros están predicando a Cristo (parafraseando a Pablo), pero nos parece muy importante diferenciar los VALORES DEL REINO por sobre los valores de cualquier país. Nos parece que lo que las personas de fe deben transmitir a la política son valores universales tendientes a la paz universal, el fin del hambre en todo el planeta, la justicia en cada rincón de cada país. Nos parece importante darle a esta tarea unas gotas de eternidad (parafraseando a un amigo) y universalidad; desde allí seguramente serán útiles a la Argentina, por ser útiles a lo general.

No es nuestra intención criticar estas decisiones pastorales, pero sí decimos que en ellas vemos a los sacerdotes acudiendo a los políticos o generando espacios en los que buscan abiertamente el voto de las personas de fe, con un argumento fatal: "Vótenme, porque soy de la religión de ustedes". Este mensaje subliminal no sólo es contrario al espíritu de la Biblia, sino que además es condenable desde el sentido común. Las personas deben ser votadas por su capacidad de trabajo, su honestidad, su ocupación por los desposeídos, sus estudios; en definitiva, por sus frutos visibles. Invitar a que alguien nos vote por ser de determinada religión supone afirmar que los miembros de esa fe son mejores, simplemente por pertenecer a ella. Y con esto solo, por lo menos a nosotros, nos quita las ganas de votarlos.

Por otro lado, el respaldo a políticas de gobierno desde los púlpitos, genera una inclinación al voto de aquellos que creen en lo que dicen sus líderes.

Creemos firmemente que las personas de fe deben intervenir en política; que sus valores religiosos pueden y deben transformar la triste realidad de las coimas, los subsidios fraguados, el asistencialismo, el clientelismo, "el chori y la Coca". Pero nos inclinamos a un modelo en el que esa persona de fe haga su carrera política sin chapear de qué religión es, como aval de que es bueno o será mejor que otro. Anhelamos personas de fe que caminen a la par de aquellos que no creen o no confiesan o no congregan, para que unos a otros se den lo bueno que tienen y se ayuden a descartar lo malo.

Tenemos fe que la cultura que viene del cielo se haga carne en este tiempo y no queremos observar más cómo aquellos que tenemos responsabilidades frente a la sociedad, en nuestra condición de sacerdotes, compramos a precio vil las costumbres más ateas y de alguna manera, filtramos esa filosofía hacia los cielos.

Andrés Eidelson

Andrés Eidelson es estudiante de teología en el Instituto Teológico FIET y miembro de la Iglesia Presbiteriana San Andrés en el barrio de Belgrano, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Fue uno de los creadores y conductor durante las primeras siete ediciones del programa "De espectadores a actores" .

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lunes, 15 de junio de 2009

Lunes 15 de junio

La búsqueda del bien común

El corazón de la política debería ser, sin dudas y por sobre todas las cosas, la búsqueda del bien común respetando la Constitución Nacional. Esta frase encierra, en síntesis, mi modesta opinión sobre la cosa pública, que en definitiva no es otra cosa que la expresión latina res publica,que da origen a la palabra República. Entiendo que no se puede buscar el bien común si no se respetan las reglas establecidas en nuestra Carta Magna, ni que se puede respetar la misma sin procurar el bien común.

La letra dela Constitución es bien conocida, pero el concepto de bien común no tanto, ya que muchas veces se confunde el bien común con el bien de la mayoría. En este sentido, adhiero a los conceptos vertidos por Aristóteles, Santo Tomás de Aquino y Jacques Maritain. El bien común no es equivalente a la suma de los bienes particulares, sino que es algo más. El bien común representa un plus a través del cual el ser humano (ciudadano y persona) puede desarrollarse. El bien común es ese algo más que le debe permitir el acceso a la salud, la educación, la vivienda, el trabajo y la libertad.

Resulta pues interesante hurgar en este corazón de la política y analizar si los políticos tienden en sus acciones al bien común respetando la Constitución Nacional o si tienden al bien propio aprovechándose de la Constitución Nacional. Bastaría con poner ejemplos concretos en cada caso para trazar el derrotero.

Finalmente, considero que esta tendencia al bien común, que en nuestro Preámbulo de la Constitución está ligado a promover el bienestar general, constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común y asegurar los beneficios de la libertad, debe ser el fiel de la balanza para medir la actuación política. El verdadero político "argenuino" debería llevar con él siempre esa medida, ese norte, ese rumbo: medir todo bajo el prisma del bien común en el fiel respeto de la Constitución Nacional.

Jesús María Silveyra

Jesús María Silveyra es empresario y escritor. Escribió, entre otros, el libro Un viaje a la esperanza , donde relata su experiencia personal de la obra del padre Pedro Opeka en Madagascar.

Tanto el autor como el padre Opeka participaron como entrevistados en el programa del 28 de marzo de 2009 de "De espectadores aactores", hablando sobre "Consumir o dar".

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viernes, 12 de junio de 2009

Viernes 12 de junio

El lugar de la religión

Cuando el emperador Teodosio, que instituyó a fines del siglo IV el cristianismo como religión oficial del Imperio Romano, quiso entrar en la catedral de Milán luego de haber ordenado una masacre, fue detenido a las puertas del templo por el obispo Ambrosio (más tarde San Ambrosio) quien lo obligó a hacer penitencia por aquel crimen.

Cuando siglos más tarde (siglo XVI), el zar Iván el Terrible de Rusia pretendió recibir una bendición del metropolitano Felipe (más tarde San Felipe), recibió por respuesta recriminaciones por su crueldad. El zar lo increpó: “Calla, santo padre, y bendíceme”. A lo cual el prelado contestó: “Mi silencio abriría tu alma al pecado y traería muerte”. Ante esto, el déspota lo hizo encarcelar y más tarde asesinar en su prisión.

Cuando en 1926 una huelga de mineros creó un serio problema en Gran Bretaña, algunos obispos anglicanos se ofrecieron para mediar en el conflicto. La respuesta del entonces primer ministro Baldwin fue preguntar a los obispos qué opinarían si el gobierno encomendara a los sindicatos la revisión de alguno de los credos oficiales.

A lo largo de la historia, las autoridades seculares, incluso las cristianizadas, pretendieron relegar a la Iglesia a un papel meramente “espiritual”, o sea de cura de almas y administración de sacramentos. Por supuesto que no desdeñaron la palabra de la Iglesia cuando pensaban que ésta podría serles de utilidad.

A la inversa, fuerzas revolucionarias que buscaban cambios en el ordenamiento social y económico imputaron a la Iglesia complicidad con los poderes constituidos, y hasta se llegó a sostener que la religión, y todas las religiones, no eran más que inventos para manipular y explotar a los pueblos.

Nuestra sociedad actual es (o tiende a ser) democrática e igualitaria, donde existe libertad de expresión y de credo. ¿Qué papel puede tener la religión en ese medio? Las cuestiones principales que la religión se plantea –existencia de un ser o de seres superiores, de ultratumba, destino– escapan a la ciencia y, con mayor razón, a la política. No así los valores morales que la religión enseña, que a menudo entran en conflicto con otros, en particular los nacidos de la secularización y el permisivismo dominantes.

Hay cristianos que rehúsan participar en política, por ser campo plagado de tentaciones y que fuerza a veces a realizar actos de moralidad dudosa. Pero esto no debe ser óbice para una participación en la que el cristiano está, por su misma calidad de tal, comprometido por su obligación de interesarse por su prójimo. El peligro de no hacerlo está en volverse “idiota”, como llamaban los griegos a quienes cuidaban sólo de sus asuntos e intereses particulares.

“Quien vota, puede equivocarse. Quien se abstiene de votar, ya se ha equivocado”. Esta frase, que muchos cuestionarían, tiene su fundamento en una aguda sentencia del pensador inglés Edmund Burke: “Todo lo que necesita el mal para triunfar es que los buenos no hagan nada”.

Tomás Banzhaf

Tomás Banzhaf es ministro laico de la parroquia anglicana de San Miguel y Todos los Ángeles, Martínez, Gran Buenos Aires

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jueves, 11 de junio de 2009

Jueves 11 de junio

La religión como parte de la solución

Los problemas que se nos presentan en la vida, y más aún en las sociedades, no se pueden resolver desde ópticas sectoriales ni de enfoques de disciplinas que parecieran ser la solución mágica de las cosas, como indican las tendencias de tratar de resolver las cuestiones societales a partir de enfoques económicos sin tener en cuenta la compleja maraña de interrelaciones de las distintas disciplinas que concurren en el esquema de una sociedad.

Por ello es importante que los gobiernos, en los distintos niveles del espectro político, comprendan y pongan en marcha herramientas que permitan encarar las soluciones rompiendo con el enfoque monodisciplinario, que lamentablemente es la tendencia generada desde la misma formación universitaria. Un ejemplo son las soluciones del problema de la seguridad, que están relacionadas con distintos aspectos, como ser la economía, la distribución de la generación de la riqueza, los modelos éticos, el acceso a servicios esenciales como la educación y cultura, la salud, un sistema justo de premios y castigos, la justicia –que debería ser equitativa y aplicada en tiempo y forma–, la contención de los contraventores mediante alojamientos adecuados y con posibilidades de recuperación social y de posibles salidas laborales, los sistemas de prevención y seguridad, etc.

Es parte esencial de las soluciones buscadas que la sociedad, en su conjunto, esté basada en un concepto claro de responsabilidades, de saber los derechos y los deberes, de comprender que no se puede construir nada sólido sin un basamento ético, de convivencia armónica, de respeto por el prójimo y en armonía con la naturaleza.En este aspecto, las religiones deberían tener una activa participación en esa búsqueda de soluciones, ya que constituyen un basamento sustancial en la formación del hombre y de sus relaciones con el prójimo.

La transdisciplina es una herramienta que permite abarcar soluciones con la interrelación activa de las disciplinas que abarcan el complejo tejido social. Es necesario definir qué es la transdisciplina y sus diferencias con la interdisciplina y la multidisciplina. Según el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia, disciplina: denota arte, facultad o ciencia; multi: denota multiplicidad o varios/varias; inter: preposición inseparable que significa entre o en medio; trans: preposición inseparable que significa del otro lado, a través de o la parte opuesta. En base a estas definiciones, la transdisciplina es una metodología que permite encarar soluciones traspasando los límites de cada disciplina y logrando que las mismas sean producto de un trabajo de equipo y de interrelación de las disciplinas actuantes, teniendo en cuenta los efectos correspondientes y permitiendo acotarlos. Con esto se logran objetivos en función de haber contemplado las variables a partir de una conceptualización global del problema.

Si bien es importante lograr romper con los compartimentos estancos de las distintas disciplinas mediante metodologías, como la que ofrece la transdisciplina, no debemos perder de vista que los logros no serán consistentes sin la piedra fundamental de un concepto ético de la aplicación de las soluciones. Por ello, es necesario que los políticos busquen reencauzar los modelos teniendo en cuenta esto. En este aspecto, las religiones tienen un papel preponderante y rector. Para lograr una sociedad justa, debemos comenzar por buscar una sociedad con basamentos sólidos que permitan devolver la confianza en la palabra y en los actos de gobierno, que devuelvan la confianza en los hombres y en las instituciones. Busquemos esto y el resto se nos dará por añadidura.

Herberto Panzeri

Herberto Panzeri es Computador Científico y Miembro del Seminario Transdisciplinario Permanente del Instituto Gioja de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires

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miércoles, 10 de junio de 2009

Miércoles 10 de junio

La política como misión de libertad

Todos/as hemos sido creados por Dios a su imagen y semejanza y por tanto destinados a la vida eterna en el cielo. Desde nuestro cristianismo, vemos al hombre/mujer como el centro de nuestro accionar y, por otra parte, la gran obra de Dios. En este sentido, cuando decimos que buscamos el Bien Común, estamos también actuando como políticos.

Somos "misioneros" porque nuestra misión es aportar al mundo nuestra visión del Hombre como sujeto de la creación. Si no tenemos siempre presente al Hombre, principal creación de Dios, no podemos decir que estamos en sintonía con Dios ni que estamos cumpliendo sus deseos. Los cristianos del siglo XXI no podemos llamarnos como tales si no aceptamos esta concepción. A partir de considerar al Hombre como el centro de la creación, podemos empezar a pensar en el Bien Común, en el Bien de todos los hombres.

Lo primero en la búsqueda de ese Bien Común es desarrollar a ese Hombre. Darle personalidad. Darle libertad. El Hombre en el plan de Dios es libre, esa palabra tan usada pero tan poco comprendida. Probablemente el ser libre es la condición necesaria para todo hombre y mujer. Pero, entonces, debemos preguntarnos: ¿Cómo hacemos al hombre libre?

Nuestra misión como cristianos es hacer que todos los hombres y mujeres sean libres. Pero ser libres implica que tengamos las cualidades para poderlo ser. Dios nos dio esas potencialidades al crearnos, pero necesitamos desarrollarlas, hacer que salgan a la luz. La contracara es la persona que tiene poder, dinero, que lo tiene todo pero que al mismo tiempo está subordinada a estas cosas y que entonces tampoco es libre. Pero eso es otro cantar.

Hoy sabemos que el Hombre tiene muchos derechos y que para realizarse como tal necesita de ellos. Que Dios quiso que esos derechos sean aplicados y que, en la medida que no los podamos ejercer, vamos a estar "mutilados" como personas, que no vamos a poder ser libres. Derecho a una vivienda digna, derecho a vivir en un ambiente sano, derecho a la salud, derecho a una alimentación adecuada, derecho a la formación de nuestra mente y derecho a una educación acorde con los tiempos que vivimos. Sin todos esos derechos, que en definitiva es nuestro capital humano y que nos permiten desarrollarnos, no podemos decir que somos libres.

Este también debe ser la misión de la política. Creo que aquí la religión y la política concuerdan: el Bien Común. Los caminos de cómo llegamos a esto son varios. La política nos tendrá que presentar las distintas alternativas

Alejo Fernández Moujan

Alejo Fernández Moujan pertenece a Casa de Galilea , una organización social que trabaja en el barrio La Cava, en San Isidro y participó en el programa del sábado 7 de marzo de 2009 de "De espectadores a actores", hablando sobre "Asistencialismo, clientelismo o desarrollo de personas".

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martes, 9 de junio de 2009

Martes 9 de junio

Conciencia de Dios

Para algunos que no participamos activamente en política, la palabra misma nos causa un cierto escozor, y justo es reconocer que hay razones para ello. Y es que la política en las últimas décadas ha sido asunto de los políticos, casi una casta social a la que sólo parece poder accederse por invitación.

Sin embargo, la política es una actividad humana no sólo necesaria sino imprescindible para el funcionamiento de cualquier organización, comenzando por la familia y culminando en la nación. Todos hacemos política, porque todos deseamos gobernar, dirigir e intervenir en lo que está ocurriendo en nuestros grupos de pertenencia.

Pero gobernar no es una tarea sencilla. Para gobernar se necesita poder y el poder, en cualquier proporción es peligroso. Como bien decía Lord Acton, "El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente". Permitir que alguna personas nos gobiernen, significa que les estamos otorgando el poder para que lo hagan, y por eso es fundamental que podamos confiar en que esas personas comprenden las limitaciones éticas y morales que restringen el uso del poder conferido.

Desde la perspectiva de la fe, debemos asegurarnos que esas personas tengan conciencia de Dios, como juez único y final de todos nuestros actos. Nuestra Constitución reconoce esa conciencia desde su proclamación, invocando a Dios como "fuente de toda razón y justicia", y si creemos en la honesta y sabia intención de nuestros predecesores, deberíamos seguir su misma línea de pensamiento.

La política como toda otra actividad humana no es mala ni buena; quienes la ejercen son los que definen su carácter, de acuerdo al uso y los objetivos que persigan. La invocación de Dios no se refiere a ampulosos actos protocolares o la práctica de tradiciones centenarias carentes de un significado espiritual preciso. Se refiere a que toda la nación, pero principalmente quienes la gobiernan, deben vivir y actuar siguiendo sus mandamientos, que poco tiene que ver con lo cultual y mucho con lo moral.

El estado crítico que ha alcanzado nuestro querido país no será resuelto a través de una utilización mezquina y parcial del arte de gobernar (política) por parte de aquellos que han acumulado experiencia valiosa, pero que no la usan más que en su propio beneficio o el de los grupos que representan.

Los buenos políticos son aquellos que, viviendo cercanamente las realidades de quienes pretenden representar, trabajan por todos los medios legítimos a su alcance para satisfacerlas. Resulta cuando menos curioso creer que quienes nunca han rozado la pobreza, nunca han compartido la miseria de los menos favorecidos, puedan interpretar adecuadamente sus necesidades. Tampoco podrán hacerlo quienes habiendo sido parte de la masa de los humildes, han huido de sus lugares para refugiarse en la misma ostentación que dicen combatir.

Definitivamente debemos convivir y apreciar el valor de la política y de los políticos en una nación que ha conquistado a un alto precio el valor de vivir en democracia. Sólo convendría recordar que la buena política –el arte de gobernar y administrar el estado en beneficio de todos– sólo la pueden hacer los buenos políticos.

Guido Micozzi

Guido Micozzi es ingeniero y pastor de la Comunidad Cristiana en San Fernando, en el Gran Buenos Aires.

Nota: Esta reflexión es un aporte al diálogo entre la fe y la política y no implica ninguna relación del autor con la Coalición Cívica. Para suscribirse al servicio gratuito de reflexiones diarias sobre la política desde la fe, envíe un mensaje en blanco a: elcorazondelapolitica-subscribe@gruposyahoo.com.ar

lunes, 8 de junio de 2009

Lunes 8 de junio

Mandar mandando o mandar obedeciendo

Suele definirse al poder como una capacidad de hacer –o de hacer que se hagan– determinadas cosas. Esta definición suele ser aplicada al poder político, y por ello suele pensarse a éste como la capacidad que (se supone que) tienen los gobernantes para modificar situaciones. Ellos hacen promesas y la gente los vota porque “tienen” el poder de hacer lo que prometen y lo que haga falta. Así, pues, el gobernante se piensa a sí mismo y es pensado por la sociedad como aquél que tiene el mando y manda a hacer, “manda mandando”.

Este concepto y esta práctica de “mandar mandando” resulta ser una involución del concepto original del poder político como facultad delegada por el pueblo para el cumplimiento de un determinado mandato. Y es recuperado a partir de diversas prácticas de democracia directa bajo la consigna de “mandar obedeciendo”.

El poder político en las sociedades democráticas surge de un acto delegativo. Algunas personas le dan poder a otras para que éstas últimas cumplan determinado “mandato”, ejerzan unos roles, dirijan un emprendimiento, procuren organizar los recursos para alcanzar determinados fines, etc. …

...Sin embargo es común escuchar decir de sí mismos, por parte de algunos actores sociales y políticos, que ellos tienen suficiente autoridad para mandar y confiesan el propósito de tomar el poder.

La representación del poder como algo que puede tomarse se enraíza en el imaginario social según el cual el poder es una pócima (ungüento mágico) que alguien se procura para sí mismo y gracias a la cual puede hacer que ocurran las cosas. Ello le permitiría a su vez insuflar suficiente temor como para impetrar órdenes que sus súbditos cumplirán sin chistar, o bien dibujar ilusiones que sus seguidores gustosos creerán. Los vemos subirse a un podio y convocar a seguirlos…

…Últimamente asistimos a construcciones colectivas por parte de vastos sectores populares marginados los cuales, apelando a su memoria histórica de trabajadores, han logrado organizarse y convertirse en co-protagonistas de sus propias empresas, por ellos recuperadas; vimos asimismo vecinos que han dicho “basta” al circuito autorreferencial de los políticos y se han autoconvocado en barrios, plazas, bares, formando asambleas barriales; madres que se han autoorganizado y movilizado a propósito de la muerte de sus hijos; otros grupos, a partir de casos de contaminación ambiental, etc. A propósito de este fenómeno, se ha comenzado a hablar de “poder desde abajo” para referirse a un poder comunitario u organizacional, donde no es tan significativa la presencia de liderazgos autoritarios cuanto de lazos de solidaridad y recíproco reconocimiento…

…El sentido del poder surge no tanto del estilo con que históricamente se lo concibió o ejerció, cuanto del motivo (intención oculta en quienes se beneficiaron de un determinado orden social) por el cual adquirió esa determinada representación social en ese determinado contexto histórico. ¿En qué medida un revolucionario que pretendía “tomar el poder” lo hacía “para transformar la realidad”? Cuando él decía “vamos a cambiar la historia” ¿estaba imaginando a un pueblo auto-organizándose, según tareas y roles, en función de un proyecto comunitariamente concebido? ¿O simplemente se estaba colocando él, a sí mismo, en el lugar del tirano, y viéndose –anticipadamente– a sí mismo decidiendo por todos “lo que hay que hacer” (lo que él considerase lo mejor para todos), es decir prefigurándose las necesidades y deseos de los demás y poniéndose en el rol de satisfacerlos? Ambos propósitos –del déspota aferrado a su sillón y del revolucionario que sólo pretende disputárselo– comparten una misma representación de “poder” (podio-pócima)…

…Desde una intención no transformadora caben un sinnúmero de definiciones. Si alguien quiere el poder por sí mismo, por el afrodisíaco disfrute de sentirse poderoso, la política será para él el arte de mantenerse en el poder justificando por ese fin cualquier medio: la administración de “la caja” (los recursos que estén a su alcance), la promesa, la amenaza, la calumnia, el pánico, etc. Si alguien desea ocupar un cargo público para conservar un orden social que lo beneficia, del cual saca ventajas, tratará de neutralizar las protestas, ensayará un doble discurso que le permita prometer aquello que los explotados demandan y hacer aquello que los explotadores necesitan. La política será para él el arte de postergar, el arte de encolumnar a los ciudadanos tras un futuro lejano a construir con el sacrificio… el arte de canalizar las “justas” protestas dentro de “la paz” y “el orden”, para evitar desmadres, etc. Si es el caso de un gobernante “puesto” por determinados intereses, la política será para él el arte de distraer, de embarcar a la ciudadanía en discusiones estériles y distractivas, de generar polémicas y posturas encontradas entre opciones igualmente falsas, mientras se dedicará a hacer lo que le ordenan dichos intereses ocultos.

Desde una intención transformadora, en cambio, la política podría ser re-definida como el arte de hacerlo posible. El arte de crear las condiciones para que sea posible registrar las oportunidades de cambio y que sea posible aprovecharlas. La política como trasgresión fecunda de los límites que plantea una determinada coyuntura histórica y permita a todos los miembros de una comunidad des-sujetarse de todo aquello que los ata a una situación de opresión: creencias, hábitos, legados, lenguajes, estructuras jurídicas, desigualdades económicas, etc. La política como herramienta para promover la justicia y para cambiar la realidad de la fragmentación, del consumismo individualista, y hacer posible la experiencia de la comunión: del recíproco reconocimiento, de la placentera pertenencia a un proyecto compartido de cambio, del inesperado alumbramiento de ocurrencias impensadas... La política, en fin, como forma eminente de la caridad, como instrumento adecuado para la construcción social del Bien Común….

…El compromiso del creyente laico en política no puede reducirse a la creación de un partido confesional, ni siquiera a una opción “partidaria”. Para un cristiano el punto de llegada no es un “mejor partido”, sino un mejor mundo, una mejor convivencia, una mayor justicia, un orden más sabio, según lógicas más semejantes a los deseos de Dios. Y ese mejor mundo debe ser construido desde todas las partes y con todas las partes: con todos los partidos, con todas las organizaciones sociales, con todas las instituciones de la sociedad civil, con todas las singulares personas, en tanto células vivas del cuerpo social.

La militancia en un sector, en una organización, en un partido determinado, debe ser vivida por el cristiano como una “encarnación”, es decir como esa limitación necesaria que nos permite estar e interactuar en un determinado momento histórico. Ser partes, aportes, reales. Dejar de ser una abstracción ilimitada y perfecta y empezar a construir un mundo desde un rincón y durante el lapso en que nos toque vivir. Pero la tensión debe consistir en procurar, desde ese espacio-tiempo, desde cada uno de los gestos y acciones posibles, desde cada una de las decisiones posibles, contribuir a configurar un mundo más justo, más incluyente, más participativo y no un partido mayoritario, una organización exitosa, un monumento a sí.

Son estas simultáneas tensiones de los laicos, quienes desde diferentes opciones políticas buscan el Bien Común, las que pueden luego entramarse para acuerdos inter-partidarios que hagan posible la gobernabilidad, la alternancia en el co-mando, la vigencia de políticas de Estado de mediano y largo plazo… es decir “la Política” en tanto herramienta del Bien Común, esto es: para la gestación de las condiciones suficientes para que sea posible el desarrollo de toda la persona y de todas las personas….

[extractos del artículo “Del mandar mandando al mandar obedeciendo - Poder, política y participación”]

Alberto Ivern

Alberto Ivern es Licenciado en Ciencias de la Educación, Profesor de Pedagogía y de Filosofía, Maestro de Mimo y Pantomima, Actor Nacional, Trabajador Social, creativo publicitario, consultor del Ministerio de Educación Nacional, capacitador docente y asesor institucional

El autor participó en la conferencia-debate sobre la participación de los creyentes en política el 27 de octubre de 2008

Nota: Esta reflexión es un aporte al diálogo entre la fe y la política y no implica ninguna relación del autor con la Coalición Cívica. Para suscribirse al servicio gratuito de reflexiones diarias sobre la política desde la fe, envíe un mensaje en blanco a: elcorazondelapolitica-subscribe@gruposyahoo.com.ar