viernes, 30 de octubre de 2009

Viernes 30 de octubre

Jimmy Carter, el mejor ex presidente

Jimmy Carter es líder bautista, Premio Nobel de la Paz y ex-presidente de EEUU

El líder bautista Jimmy Carter es ex presidente de Estados Unidos (1977-1981). Se le otorgó el premio Nobel de la Paz en 2002 y preside el Carter Center con sede en Atlanta.

A los 77 años y a más de un cuarto de siglo de haber llegado a la cumbre de su carrera política, Jimmy Carter sigue siendo una figura respetada en medio de las tempestades.

Su paso por la Casa Blanca no dejó el sabor amargo de la corrupción (como Nixon) ni la imagen lamentable de un mujeriego irrefrenable (Clinton). Pese a sus profundas diferencias políticas, probablemente estuvo más cerca de George Bush padre, a quien todos siguen mirando hasta hoy como un ejemplar pater familias.

Pero Jimmy Carter fue más que eso: es un cristiano (bautista) que nunca escondió su fe y, algo ingenuamente para los cánones post-modernos, sigue proclamando su confianza en Dios y en la humanidad. Sin otras armas, se ha convertido en un Quijote del nuevo siglo que no vacila en tratar de "desfacer entuertos" allí donde lo invitan.

RESUMEN BIOGRÁFICO

Ninguno de los ex presidentes estadounidenses del pasado reciente ha logrado mantenerse en el centro de las atenciones como Jimmy Carter.

El trigésimo noveno presidente de Estados Unidos es recordado por los reveses políticos durante su gestión entre 1977 y 1981 que pasó por la crisis de refugiados cubanos de Mariel y la toma de rehenes en la embajada de su país en Teherán. Sin embargo, en estos últimos 25 años ha logrado una cierta rehabilitación política.

Muchos comentaristas lo han calificado como el mejor "ex presidente" por su labor en pro de la democracia y elecciones libres en países en vías de desarrollo.

Defensor de la democracia

Carter ha encabezado innumerables misiones de observadores electorales a los más lejanos rincones del planeta en África, Asia y América Latina.

Esa labor ha sido coordinada desde su Centro Carter en Atlanta, un instituto de investigaciones políticas ubicado en la ciudad más importante de su estado nativo en Georgia.

Carter estuvo en Haití en 1994 para promover la democracia. Para quienes han acompañado esa trayectoria no resulta nada sorprendente que haya acaparado los titulares de primera plana de la prensa estadounidense o que las cadenas televisivas le hayan dedicado varias horas de cobertura en directo a la visita del ex mandatario a La Habana.

Acompañado por su esposa Rosalynn, su fiel compañera desde los tiempos en que egresó de la academia naval en 1946 como oficial de submarinos, Carter sentó un nuevo precedente al hablar en directo y en español por la televisión cubana.

Ante la presencia de Fidel Castro, el ex mandatario estadounidense se pronunció a favor del respeto a los derechos humanos y el levantamiento del embargo estadounidense.

Críticas a regímenes dictatoriales

Como líder protestante (miembro destacado de la Iglesia Bautista) Carter se mostró un férreo opositor de la actuación de regímenes dictatoriales, pero muchos lo han criticado por considerarlo ingenuo a la hora de poner en práctica sus creencias.

Fuente: BBC. Redacción: Protestante Digital

[tomado de http://www.protestantedigital.com/new/MasSobreEsteAutor.php?53]

Nota: Esta reflexión es un aporte al diálogo entre la fe y la política y no implica ninguna relación del autor con la Coalición Cívica. Para suscribirse al servicio gratuito de reflexiones diarias sobre la política desde la fe, envíe un mensaje en blanco a: elcorazondelapolitica-subscribe@gruposyahoo.com.ar

jueves, 29 de octubre de 2009

Jueves 29 de octubre

Los 10 mandamientos para un debate sobre el aborto

Ni los jerarcas religiosos deberían monopolizar la moral y sancionarla con condenas, ni las presuntas posturas defensoras de la mujer deberían jugar demagógicamente con la apelación a derechos ilimitados de ésta para decidir sobre su cuerpo, postula teólogo católico español. Un debate democrático sobre la materia debe procurar, antes que aplastar al otro bando, buscar creativamente puntos de coincidencia para leyes que dispongan del más amplio consenso posible.

En una columna publicada en el diario español El País, el teólogo jesuita de esa nacionalidad Juan Masiá, profesor de bioética de la Universidad Católica de Osaka (Japón), ha entregado un decálogo de sugerencias que podrían contribuir a sacar del atolladero en que se encuentra desde hace tiempo en diversas sociedades democráticas del mundo el debate sobre el aborto.

La lacerante discusión se arrastra desde hace décadas en Estados Unidos, donde el aborto es legal, pero se discute si hacerlo o no más expedito, para espanto y rechazo virulento de muchos católicos. La discusión ha suscitado un severo enfrentamiento entre el Presidente Barack Obama, un cristiano convencido, y la jerarquía católica estadounidense y el Vaticano. En varios otros países del mundo se reproduce esta polarización de posturas. En Chile, el debate se lleva a cabo en forma larvada y un tanto hipócrita, usándose como excusa la llamada píldora del día después, cuya distribución masiva impulsa con decisión el gobierno de Michelle Bachelet, sin perjuicio del rechazo de una minoría que considera o sospecha que el fármaco es abortivo.

Hay quienes enfrentan este debate con una frivolidad de la cual se jactan, ya que consideran que ello constituye una muestra elocuente y indesmentible que son personas modernas, que no se complican la vida con "prejuicios valóricos". Para ellas, el sexo es una actividad básicamente recreativa que se debe ejercer sin mayores atados, cuidando eso sí de no contraer enfermedades como el herpes o el sida y tomando precauciones anticonceptivas. Pero si la mujer llega a embarazarse contra su voluntad, entonces hay que deshacerse cuanto antes del problema, recurriendo al aborto si no hay más remedio, lo cual, a estas alturas del desarrollo tecnológico, es un procedimiento rápido y seguro si se lleva a cabo en condiciones adecuadas. Y aquí no ha pasado nada.

POLARIZACION Y VIOLENCIA

Descontados estos hombres y mujeres tan modernos, en una y otra trinchera, la de quienes defienden y la de quienes rechazan el aborto, hay personas de buena voluntad que abogan por sus posturas movidas por un sincero interés de proteger a las mujeres de situación más vulnerable o de asegurar mejores condiciones de vida a los que nazcan. Unos se llaman pro-vida, pero eso no significa que sus adversarios sean partidarios de la muerte: por el contrario, estos últimos quieren librar de la muerte a muchas mujeres que ponen en peligro sus vidas al recurrir al aborto clandestino cuando se ven enfrentadas a un embarazo que no pueden asumir. Los otros se denominan partidarios de la libertad, pro-choice, pero eso no significa que sus oponentes quieran esclavizar a las mujeres.

En una y otra trinchera hay creyentes, incluso cristianos, en numerosos casos católicos, hecho indesmentible y documentado, que los fanáticos de uno y otro lado no debieran ignorar o desconocer.

La polarización de las posturas ha llegado a tal punto que parece que ya no hay esperanzas de que las partes lleguen a acuerdos siquiera mínimos. En Estados Unidos fue hace poco asesinado un médico que realizaba abortos en contra de fetos de hasta seis meses, ejecución a sangre fría perpetrada al interior de una iglesia luterana a cuyo servicio religioso asistía la víctima, por parte de un militante partidario de la vida. Los promotores de la libertad de elegir, por su parte, extreman sus posturas y llegan a propiciar el aborto libre hasta una edad en la que el feto es ya perfectamente viable.

En este escenario, las consideraciones formuladas recientemente por el teólogo Juan Masiá pueden contribuir a que esta pugna dé a luz un diálogo más constructivo, que eleve la ética de las respectivas sociedades.

Punto clave es que así como ningún gobierno tiene derecho a arrogarse el monopolio de la democracia, ninguna iglesia o confesión religiosa tiene derecho a arrogarse el monopolio de la moral en el debate de los llamados temas valóricos. Cuando la tradición del debate político está arraigada en una sociedad sanamente plural, laica y democrática, no tiene sentido que un determinado grupo cultural o religioso se erija en portavoz exclusivo de la moral ante la opinión pública, como tampoco se concibe que haga tal imposición un determinado sector político.

Al gobierno, que en toda democracia es el responsable de la promoción del bien común, le corresponde no exasperar, ni burlarse ni aplastar a ningún sector, aunque éste sea minoría, sino procurar, recurriendo al máximo de creatividad, construir consensos siquiera mínimos entre los bandos en pugna. Posiblemente a uno y otro lado de la barricada habrá muchos que coincidan en que es preferible prevenir los embarazos no deseados, que distribuir píldoras o crear secciones en los hospitales públicos para realizar abortos; o favorecer la adopción de bebitos antes que destinar personal médico a extraer fetos.

Las organizaciones profesionales, los medios de comunicación, las entidades educacionales, los científicos y por cierto los representantes de tradiciones religiosas ejercen su derecho a contribuir al debate cívico, enriqueciéndolo con aportes intelectuales o testimoniales y matizándolo con cuestionamientos; pero no pueden imponer esas opiniones saltando por encima de las reglas constitucionalmente consensuadas por la comunidad política para su funcionamiento parlamentario. Todos pueden proponer, pero sin imponer. Todos pueden cuestionar, pero sin condenar.

Ahí está clave de un debate democrático, que respete los derechos de los ciudadanos, según el teólogo Masiá, quien critica la situación que prevalece al respecto en España. "Aparecen a menudo ante la opinión portavoces eclesiásticos que enarbolan la bandera de la moral, presuntamente amenazada por el gobierno, tentando a portavoces de las autoridades para que entren al trapo devolviendo la pulla, con el regocijo de quienes pescan morbo informativo en el río revuelto de la polémica".

En tal sentido, cabe dejar constancia de la ambigua postura que asumió el presidente de la Conferencia Episcopal de Chile, Alejandro Goic, cuando concurrió ante la comisión especializada de la Cámara de Diputados que analizaba el proyecto de ley propuesto por el Gobierno para facilitar la entrega gratuita de la píldora del día después a mujeres pobres. Por una parte, el prelado dejó en claro que concurría "con respeto y humildad"; por el otro, empero, criticó que el tema fuese debatido en vísperas de elecciones presidencial y parlamentarias, en circunstancias de que el período preelectoral constituye un momento privilegiado, toda vez que los ciudadanos tienen derecho a votar informadamente acerca del pensamiento de las personas que aspiran a dirigir el Estado y elaborar las leyes.

También en España el debate sobre la interrupción del embarazo, nombre de fantasía con que se denomina el aborto, ha asumido las características de una guerra a muerte entre dos bandos que buscan deslegitimar y aplastar al otro, se queja Juan Masiá. "Parece un pugilato de izquierdas contra derechas, Gobierno contra Iglesia, posturas pro mujer contra posturas pro vida, defensa de madres contra protección de fetos y un interminable etcétera de oposiciones maniqueas". Si se ha llegado a un callejón sin salida, es porque, diagnostica el teólogo, "seguimos sin aprobar la asignatura pendiente: proponer sin imponer; despenalizar sin fomentar; cuestionar sin condenar; concienciar sin excomulgar".

En el caso de parlamentarios creyentes, de uno y otro lado, el teólogo hace votos para sepan conjugar su conciencia religiosa con la prudencia legislativa, sin condicionamientos de pertenencia confesional o política. "Sabrán que no todo lo éticamente rechazable ha de ser penalizado, ni tampoco lo despenalizado es, sin más, éticamente aprobable. Sin ceder a presiones, ni de cúpulas partidistas o religiosas, buscarán conjugar la protección de la vida naciente con la necesidad de evitar aquellos excesos penales que harían un flaco favor a la vida que se desea proteger".

DECALOGO

El decálogo propuesto el catedrático jesuita encuentra su origen a fines del siglo pasado y se basa en el intercambio que mantuvo en Tokio con otro jesuita, el padre Javier Gafo, en el marco del programa de colaboración entre la Cátedra de Bioética de la Universidad Pontificia de Comillas, el Instituto de Ciencias de la Vida de la Universidad Sofía y la conferencia episcopal japonea.

La consideración de este decálogo puede complementarse con las lúcidas reflexiones sobre bioética planteadas recientemente por el Cardenal Carlo María Martini.

1) Evitar el dilema entre pro-life y pro-choice. Posturas opuestas pueden coincidir en que el aborto no es deseable, ni aconsejable. Hay que unir fuerzas para desarraigar sus causas. Nadie debe sufrir coacción para abortar contra su voluntad y debe mejorarse la educación sexual para prevenir los embarazos no deseados.

2) No mezclar delito, mal y pecado. Rechazar desde la conciencia el mal moral del aborto es compatible con admitir, en determinadas circunstancias, que las leyes se abstengan de penalizarlo como delito. El apoyo a esas despenalizaciones no tiene por qué identificarse necesariamente con la actitud de favorecer frívolamente el aborto.

3) No ideologizar el debate. Evitar agresividad contra cualquiera de las partes, no hacer bandera de esta polémica por razones políticas o religiosas y no arrojarse mutuamente a la cabeza etiquetas descalificadoras ni excomuniones anacrónicas. Ni el aborto deja de ser un mal moral cuando la ley lo despenaliza, ni la razón de considerarlo mal moral depende de una determinación religiosa autoritaria.

4) Dejar margen para excepciones. No formular las situaciones límite como colisión de derechos entre madre y feto, sino como conflicto de deberes en el interior de la conciencia de quienes quieren (incluida la madre) proteger ambas vidas.

5) Acompañar a las personas antes de juzgar los casos. Ni las religiones deberían monopolizar la moral y sancionarla con condenas, ni las presuntas posturas defensoras de la mujer deberían jugar demagógicamente con la apelación a derechos ilimitados de ésta para decidir sobre su cuerpo. El consejo psicológico, moral o religioso puede acompañar a las personas, ayudándolas en sus tomas de decisión, pero sin decidir en su lugar ni dictar sentencia contra ellas cuando la decisión no es la deseable

6) Comprender la vida naciente como proceso. La vida naciente en sus primeras fases no está plenamente constituida, de modo que no cabe exigir el tratamiento correspondiente al estatuto de persona, pero eso no significa que pueda considerarse el feto como mera parte del cuerpo materno, ni como realidad parásita alojada en él. La interacción embrio-materna es decisiva para la constitución de la nueva vida naciente y merece el máximo respeto y cuidado: a medida que se aproxima el tercer mes de embarazo aumenta progresivamente la exigencia de ayudar a que éste se lleve a término. Para evitar confusiones al hablar de protección de la vida, téngase presente la distinción entre materia viva de la especie humana (por ejemplo, el blastocisto antes de la anidación) y una vida humana individual (por ejemplo, el feto más allá de la octava semana).

7) Confrontar las causas sociales de los abortos no deseados. No se pueden ignorar las situaciones dramáticas de gestaciones de adolescentes, sobre todo cuando son consecuencia de abusos. Sin generalizar, ni aplicar indiscriminadamente el mismo criterio para otros casos, hay que reconocer lo trágico de estas situaciones y abordar el problema social del aborto, para reprimir sus causas y ayudar a su disminución.

8) Afrontar los problemas psicológicos de los abortos traumáticos. Es importante prestar asistencia psicológica y social a quienes cuya toma de decisión dejó cicatrices que necesitan sanación. No hay que confundir la contracepción de emergencia con el aborto. Pero sería deseable que la administración de recursos de emergencia como la llamada píldora del día siguiente fuese acompañada del oportuno aconsejamiento médico-psicológico.

9) Cuestionar el cambio de mentalidad cultural en torno al aborto. Es necesario repensar el cambio que supone el ambiente favorable a la permisividad del aborto y el daño que eso hace a nuestras culturas y sociedades

10) Tomar en serio la contracepción, aun reconociendo sus limitaciones. Fomentar educación sexual con buena pedagogía, enseñar el uso eficaz de recursos anticonceptivos y la responsabilidad del varón, sin que la carga del control recaiga sólo en la mujer. Sin tomar en serio la anticoncepción no hay credibilidad para oponerse al aborto; hay que fomentar la educación sexual integral, desde higiene y psicología a implicaciones sociales, e incluya suficiente conocimiento de recursos contraceptivos, interceptivos y contragestativos.

[tomado de http://www.creyentes.cl/wp/2009/07/los-10-mandamientos-para-un-debate-sobre-el-aborto/]

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miércoles, 28 de octubre de 2009

Miércoles 28 de octubre

Marshall T. Meyer. El hombre. Un rabino

AJN.- Con la presencia de destacadas personalidades, autoridades del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, autoridades eclesiásticas, presidentes de socio deportivas, representantes de Madres de Plaza de Mayo, rabinos y de Naomi, esposa de Marshall Meyer Z´'L, quien llegó a la Argentina especialmente para este homenaje, se realizó en el Seminario Rabínico Latinoamericano la presentación del libro "Marshall T. Meyer. El hombre. Un rabino.", de Mariela Volcovich
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Marshall T. Meyer Z"L revolucionó la vida judeo-argentina hace cincuenta años. Introdujo las ideas renovadoras del Movimiento Conservador a nuestra cultura. Posibilitó que miles de familias modificaran el modo de vivenciar su propio judaísmo. Fue un rabino, un maestro, un guía, un hacedor, un luchador.

Anoche se realizó en el Seminario Rabínico Latinoamericano la presentación del libro-homenaje "Marshall T. Meyer. El hombre. Un rabino.", de Mariela Volcovich y con prólogo de José "Pepe" Eliaschev.

La presentación estuvo a cargo del Dr. Daniel Fainstein, el pastor Aldo Etchegoyen, Graciela Fernández Meijide y la autora.

Al comienzo del acto se mostró un video de su vida. Marshall Meyer Z''L llegó a la Argentina en 1959, y fue rabino de la Congregación Israelita de la Argentina, en un momento en que las sinagogas estaban sin gente y sólo asistían a ellas los ancianos.

Implementó medidas que le dieron nuevos aires a la comunidad, los campamentos de verano, los movimientos juveniles, agregó el órgano en la liturgia, el castellano al Sidur, etc. En 1963 debió marcharse para crear Bet El. Su aporte al Seminario Rabínico Latinoamericano fue muy importante, educando a rabinos con esta nueva visión del judaísmo.

Marshall Meyer fue un acérrimo luchador por los derechos humanos.

En 1983 Alfonsín le entregó la Orden del General San Martín. Poco tiempo después se marchó a EE.UU. y murió víctima de un cáncer en 1993.

Graciela Fernández Meijide en el acto agradeció por estar en un homenaje tan sentido y relató anécdotas de su trabajo con Meyer en la Asamblea por los Derechos Humanos y en la CONADEP.

Por su parte, el pastor Aldo Etchegoyen expresó: "Aprendimos juntos a reflexionar en comunidad en el contexto del diálogo interreligioso, nos fuimos descubriendo como personas. Nos unían los textos y las vivencias de vida".

Daniel Fainstein, dijo que "hasta el momento no había nada escrito para contar y mostrar la grandeza de su obra. Sentimos emoción porque vimos la pasión de su vida. Fue un mentor, nos impulsaba a ser mejores, fue un agudo analista de la realidad, un transformador del judaísmo argentino, latinoamericano y mundial. Fue uno de los grandes líderes religiosos del siglo XX".

Mariela Volcovich, contó que "su libro fue alimentado por la tesis hecha por Fainstein anteriormente y que recibió una respuesta masiva. Cuando convocó a personas para que contaran sus vivencias. cada uno abrió su valija de los recuerdos. Fue una reconstrucción de la memoria. Fue lo que pude recopilar con el mejor amor y con el mayor respeto de los 25 años de su obra en la Argentina".

Marshall T. Meyer Z"L posibilitó que miles de familias modificaran el modo de vivenciar su propio judaísmo. A 50 años de su arribo a la Argentina, este libro materializa el recuerdo de muchas personas que vieron modificadas sus propias vidas por la presencia y testimonio de Meyer, tanto en su modo de acercarse a Dios como en la mirada que comenzaron a tener sobre todos los hombres del mundo.

[tomado de http://www.prensajudia.com/shop/detallenot.asp?notid=16103]

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martes, 27 de octubre de 2009

Martes 27 de octubre

El impacto político de Calvino

La Reforma, en su esencia, no era un asunto de lo periférico, sino del corazón, del cual brotan los asuntos de la vida. Se dirigía a la cuestión de la relación del hombre con Dios, la que es determinante para todas las otras relaciones de la vida. En este sentido era católica y universal en su impacto sobre la vida total de la sociedad. Aunque la restauración de la verdadera iglesia era la meta principal, la divina gloria de la obra de Dios en Cristo arrojó su luz con amplitud hacia toda esfera de la vida.

El impacto de las ideas de Calvino en la esfera política inauguró una nueva era, dándole un carácter y una dirección nuevas a la existencia nacional en muchas tierras. El estado griego había sido totalitario, en el que la religión servía como un medio para un fin, a decir, la glorificación del estado. En la Edad Media los roles fueron revertidos de manera que nos encontramos con una iglesia-estado, con la suprema autoridad conferida al papa, quien prestaba el poder temporal al gobernante terrenal para el servicio de la iglesia. Calvino miró a la iglesia y al estado como dos entidades interdependientes cada una habiendo recibido su propia autoridad del Dios soberano. En esta concepción el estado nunca es secular, ni están el estado y la iglesia separados en el sentido moderno de la palabra. La democracia atea y la soberanía popular no pueden decir que Calvino es su padre.

Según Calvino, la iglesia y el estado deben vivir en paz y deben cooperar juntos en sujeción a la Palabra de Dios. Cada una ha de tener su propia jurisdicción. El estado tiene autoridad en los asuntos puramente civiles y temporales; la iglesia, en los asuntos espirituales. Calvino abolió la cláusula de la ley canónica del beneficio del clero, colocándose a sí mismo y a sus asociados ministeriales en obediencia a los magistrados todos los asuntos civiles. Los magistrados, por su parte, habían de estar bajo la jurisdicción del consistorio en las cosas espirituales. Es claro por esto que Calvino pensaba del estado como constituido por ciudadanos cristianos, pues así como no hubiera sido posible la vida individual próspera sin moralidad basada en la verdadera religión, así también, sostenía Calvino, la vida social y política sin verdadera moralidad, la que a su vez está basada en la verdadera religión, a decir, la cristiana, es imposible.

Según la iglesia medieval el estado era su sirviente. Los anabaptistas consideraban al estado como un siervo de Satanás. Pero Calvino sostenía que el estado es siervo de Dios, puesto que la política civil hace posible la vida entre los hombres al restringir al malvado de manera que no puedan perpetrar sus crímenes con impunidad. De allí que el servicio del estado sea santo, que ha de ejercerse en el nombre de Dios y para su gloria. Los magistrados son los representantes de Dios; su llamado no es solamente legítimo "sino en mucho el más sagrado y honorable de la vida humana" (Inst., IV, 20, 1), y les debemos obediencia por causa de la conciencia. Así, la vida completa, para Calvino, es librada de la prohibición de la inferioridad profana. La libertad espiritual del cristiano no suprime los tribunales, las leyes o los gobernadores, y es perfectamente consonante con el servicio civil (Ibid., IV, 20, 1).

Los gobernantes no tienen derecho de hacer leyes con respecto a la adoración a Dios y a la religión; sin embargo, sus responsabilidades se extienden hacia ambas tablas de la ley. Esto es claro por las Escrituras y por la práctica de los paganos, entre quienes los filósofos hacían de la religión su primera preocupación. Por tanto, sería absurdo para los magistrados cristianos abandonar las demandas de Dios por los intereses de los hombres (Ibid., IV, 20, 9). Calvino deseaba que el gobierno mantuviera formas públicas de religión entre los cristianos y de humanidad entre los hombres. Las autoridades civiles, siendo ellas mismas cristianas, deben guardar la verdadera religión contenida en la ley de Dios de ser violada y contaminada por la blasfemia pública (Ibid., IV, 20, 3).

En sus ideas acerca del orden político, es determinativo el principio básico de Calvino de la soberanía de Dios. Pues estaba fuertemente opuesto a toda forma de absolutismo estatal, autocracia y monarquía absoluta. Los reyes y los presidentes debían tener su poder limitado por legisladores y por la ley constitucional. Calvino cita en las Escrituras el caso concreto de Samuel quien registra los derechos del pueblo en un libro para referencia futura entre ellos y el rey. Esto difiere in toto de la idea del contrato social de Rousseau, en el que la voluntad colectiva del pueblo es la norma más alta. Para Calvino el Dios soberano es legislador de las naciones hoy, lo mismo que en los días de Samuel, y la soberanía popular es un producto de la imaginación engañada del hombre caído.

El estado es también electivo en el sentido que se requiere la aprobación del pueblo para la autoridad legal. Calvino señala al ejemplo de David, quien no asumió su prerrogativa de gobernar, ya sea en Hebrón o en Jerusalén, aunque Dios le había escogido para el sagrado oficio, hasta que los ancianos del pueblo vinieran y le solicitaran gobernar sobre ellos. El votar, para Calvino, es un asunto serio y sagrado por el cual los magistrados son escogidos popularmente con el propósito de refrenar la tiranía de los reyes. Esto no es meramente su derecho en virtud de su oficio, sino también su sagrada responsabilidad. De esta manera el gobierno hereditario es eliminado. Los ciudadanos privados pueden, en verdad, rehusar obediencia al gobernante cuando manda cualquier cosa contraria a la Palabra de Dios, pues debemos obedecer a Dios antes que al hombre. Pero un ciudadano que no tiene oficio no puede rebelarse o levantarse contra la autoridad legalmente constituida.

Al gobierno los ciudadanos deben honor, obediencia, servicio militar y de otros servicios, pago de impuestos y oraciones por el bienestar de los gobernantes. Y mientras gobernantes injustos sean levantados por Dios para castigar las iniquidades del pueblo, deben ser obedecidos. El único recurso en tales casos es la oración, para que Dios juzgue entre las naciones y de su retribución a aquellos que quitan el derecho de la viuda y del pobre (Ibid., IV, 20, 17- 32). Aquí se evidencia otra vez el pleno impacto de la idea de la soberanía de Dios. No solamente el gobernante está bajo restricción, sino también el ciudadano, quien está obligado a cumplir su responsabilidad y a cumplir su obligación divina, por causa de Dios. Es verdad que al fin Calvino concede que Dios también levanta individuos para poner fin a la tiranía, o puede enviar a otros gobernantes para vencer a los tiranos, pero esto implica un llamado especial del Señor. El procedimiento normal es que los magistrados inferiores (i.e., aquellos que representan al pueblo y que son elegidos por voto popular) debiesen remover a los gobernantes que tiranizan a su pueblo y violan la constitución. Esto ha sido llamado por los eruditos calvinistas "el santo derecho de la rebelión."(13)

Albert Hyma afirma que fue especialmente la transferencia del sistema de elección usado en la elección de ancianos y diáconos en la iglesia ginebrina hacia la arena política lo que hizo posible un impacto tan tremendo dondequiera que iba el calvinismo (República Holandesa, Inglaterra y Escocia, y América).(14) El fallecido Williston Walker, de la Universidad de Yale escribió: "La influencia del calvinismo, por más de un siglo después de la muerte del Reformador de Ginebra, fue la fuerza más potente en Europa en el desarrollo de la libertad civil. Lo que el mundo moderno le debe es casi incalculable."(15) Un reciente autor inglés, al contar la historia de cuál es el logro del calvinismo en Estados Unidos, dice: "Lo hemos visto modificando las constituciones y formas de vida de países antiguamente establecidos en Suiza, Holanda y Gran Bretaña, pero aquí lo tenemos operando como un factor principal en crear un nuevo estado. La influencia de los Estados Unidos en el mundo de hoy hace de sus orígenes un asunto de gran interés. Esos orígenes revelan uno de los triunfos más especiales del calvinismo."(16) Esto también es enfatizado por el Sr. Davies (cf. pie de página 14), quien afirma que el estado mental de los colonizadores estadounidenses había sido formado antes que la influencia de Locke llegara a expresarse en nuestro lado del océano a través de Jefferson, mientras que Dakin estima que alrededor de dos de los tres millones de habitantes en Estados Unidos al momento de la guerra Revolucionaria pertenecían a las filas calvinistas.(17) Es discutible si alguien quisiese argumentar que Calvino habló la palabra liberadora, o la última palabra, sobre la relación entre la iglesia y el estado. Por ejemplo, creía que el estado debía proveer para las necesidades físicas de los ministros, que se requería que cuidara de los pobres y proveyera educación para los jóvenes ciudadanos. Aún cuando concedamos que Calvino preveía un gobierno cristiano, no obstante colocó un arma aguda en las manos del gobierno, mediante la cual se vuelve bastante simple para un gobierno hostil forzar a la iglesia a obedecer sus mandatos.

Además, bien podemos cuestionar la posición de Hyma (Doumergue también tiene esta opinión) de que una iglesia democrática hizo surgir un estado democrático. En realidad, la iglesia que Calvino organizó no era democrática en este sentido moderno, pues el poder y la autoridad últimos estaban conferidos a los ancianos, siendo estos delegados a ellos por Cristo.

Sin embargo, aunque la separación de la iglesia y el estado no se realizó en Ginebra durante la vida de Calvino, podemos decir que se convirtió en una realidad histórica debido a sus labores al instituir la disciplina espiritual en la iglesia. La batalla por la jurisdicción espiritual del consistorio, con el derecho a excomulgar, era el punto focal de disputa en la larga batalla, dura y a veces amarga, que Calvino peleó con el concilio de Ginebra. Esto, dice Warfield, fue la cuña de entrada, "clavada entre la Iglesia y el Estado que tenía el propósito de separar al uno del otro" (Op. cit., p. 18). Y aunque todos los hijos espirituales de Calvino no apreciaron esto suficientemente, él quería una iglesia autónoma en su propia esfera espiritual. Es debido a esta victoria, a saber, la exitosa introducción y mantenimiento de la disciplina espiritual, dice Warfield, que "toda Iglesia en la Cristiandad Protestante que disfruta hoy de cualquier libertad, cualquiera que ésta sea, al realizar sus funciones como una Iglesia de Jesucristo, lo debe todo a Juan Calvino" (Ibid., p. 19).

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Van Til, Henry, Concepto Calvinista de la Cultura. Juan Calvino: El teólogo cultural y reformador de la vida total. Traducción: Ronald Herrera Terán. 1909.

Publicado en Contra Mundum

Nota: La citas siguen de la entrada anterior: Calvino como teólogo de la Palabra

13.- Sin embargo, cf. A. A. Van Schelven, Het Heilig Recht Van Opstand, (Kampen, cf. 1919), quien argumenta que la situación histórica ha cambiado tanto que los monarcas constitucionales no tienen oportunidad de tiranizar y que la división entre gobernante y magistrado inferior ya no logra nada. Sin embargo, este pequeño tratado es muy valioso, al ubicar las fuentes en una larga historia de una cuestión muy debatida.

14. La Vida de Juan Calvino, (Grand Rapids, Michigan, 1943). Cf. Cap. "Camino a la Democracia," pp. 92-102; Véase también A. Mervyn Davies, El Fundamento de la Libertad Americana, (New York, 1955), quien sostiene que, "Al vencer a la ola emergente de absolutismo cuando ésta amenazaba devorar toda Europa, éste (i.e., el Calvinismo) hizo posible el surgimiento de una mancomunidad del hombre bajo la soberanía de Dios. Así pues, fue eso lo que colocó los fundamentos de nuestra libertad," p. 24.

15. Citado por Hyma, sin ref. op. cit., pp. 96, 97.

16. A. Dakin, Calvinismo (Filadelfia, 1946), p. 162.

17. Op. cit., p. 159 donde Dakin acepta el estimado de L. S. Mudge, Enc. Brit. Ed. XIV, Vol. XVIII, p. 447.

[tomado de http://idanielth.wordpress.com/2009/03/27/el-impacto-politico-de-calvino/]

I. Daniel Tovar

Nota: Esta reflexión es un aporte al diálogo entre la fe y la política y no implica ninguna relación del autor con la Coalición Cívica. Para suscribirse al servicio gratuito de reflexiones diarias sobre la política desde la fe, envíe un mensaje en blanco a: elcorazondelapolitica-subscribe@gruposyahoo.com.ar

lunes, 26 de octubre de 2009

Lunes 26 de octubre

¿Todavía tiene futuro el individualismo?

En Estados Unidos hay una crisis más profunda que la económico-financiera. Es la crisis del estilo de sociedad que se formó desde que fuera constituida por los «padres fundadores». Es una sociedad profundamente individualista, consecuencia directa del tipo de capitalismo que fue implantado allí. La exaltación del individualismo adquirió forma de credo en un monumento delante del majestuoso Rockfeller Center en Nueva York, en el cual se puede leer el acto de fe de John D. Rockfeller Jr: «Creo en el supremo valor del individuo y en su derecho a la vida, a la libertad y a perseguir su felicidad».

En un fino análisis contenido en su clásico libro La democracia en América (1835), el magistrado francés Charles de Tocqueville (1805-1859) señaló al individualismo como la marca registrada de la nueva sociedad naciente. El individualismo se mantuvo triunfante, pero tuvo que aceptar límites debido a la conquista de los derechos sociales de los trabajadores y especialmente al surgimiento del socialismo, que contraponía otro credo, el de los valores sociales. Pero con el derrocamiento del socialismo estatal, el individualismo volvió a tener vía libre bajo el presidente Reagan hasta el punto de imponerse en todo el mundo en forma de neoliberalismo político.

Contra Barack Obama, que intenta un proyecto con claras connotaciones sociales, como salud para todos los estadounidenses y medidas colectivas para limitar la emisión de gases de efecto invernadero, el individualismo resurge con furor. Le acusan de socialista y de comunista y, en Facebook, en Internet, hasta no se excluye su eventual asesinato si llegara a suprimir los planes individuales de salud. Y eso que su plan de salud no es tan radical, pues, tributario todavía del individualismo tradicional, excluye de él a todos los emigrantes, que son millones.

La palabra «nosotros» es una de las más desprestigiadas de la sociedad estadounidense. Lo denuncia el respetado columnista del New York Times, Thomas L. Friedman en un excelente artículo: «Nuestros líderes, hasta el presidente, no consiguen pronunciar la palabra `nosotros' sin que les produzca risa. No hay más `nosotros' en la política estadounidense, en una época en que `nosotros' tenemos enormes problemas -la recesión, el sistema de salud, los cambios climáticos y las guerras en Irak y en Afganistán- con los que sólo vamos poder lidiar si la palabra `nosotros' tiene una connotación colectiva» (JB 01/10/09).

Sucede que, por falta de un contrato social mundial, Estados Unidos se presenta como la potencia dominante, que prácticamente decide los destinos de la humanidad. Su arraigado individualismo proyectado al mundo se muestra absolutamente inadecuado para señalar un rumbo al `nosotros' humano. Ese individualismo no tiene ya futuro.

Se hace cada vez más urgente un gobierno global que sustituya el unilateralismo monocéntrico. O desplazamos el eje del `yo' (mi economía, mi fuerza militar, mi futuro) hacia `nosotros' (nuestro sistema de producción nuestra política y nuestro futuro común) o difícilmente evitaremos una tragedia, no sólo individual sino colectiva. Independientemente de ser socialistas o no, lo social y lo planetario deben orientar el destino común de la humanidad.

Pero, ¿por qué ese individualismo tan arraigado? Porque está fundado en un dato real del proceso evolutivo y antropogénico, pero asumido de forma reduccionista. Los cosmólogos nos aseguran que hay dos tendencias en todos los seres, especialmente en los seres vivos: la de auto-afirmación (yo) y la de integración en un todo mayor (nosotros). Por la autoafirmación cada ser defiende su existencia; si no, desaparece. Pero por otro lado, nunca está sólo, está siempre enredado en un tejido de relaciones que lo integra y le facilita la supervivencia.

Las dos tendencias coexisten, juntas construyen cada ser y sustentan la biodiversidad. Excluyendo una de ellas surgen patologías. El `yo' sin el `nosotros' lleva al individualismo y al capitalismo como su expresión económica. El `nosotros' sin el `yo' desemboca en el socialismo estatal y en el colectivismo económico. El equilibrio entre el `yo' y el `nosotros' se encuentra en la democracia participativa que articula ambos polos. Ella acoge al individuo (yo) y lo ve siempre insertado en una sociedad mayor (nosotros), como ciudadano.

Hoy necesitamos una hiperdemocracia que valore cada ser y a cada persona y garantice la sostenibilidad de lo colectivo que es la geosociedad naciente

[tomado de http://servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=350]

Leonardo Boff

Leonardo Boff es un teólogo brasileño que vive en Petrópolis, Rio de Janeiro.

Nota: Esta reflexión es un aporte al diálogo entre la fe y la política y no implica ninguna relación del autor con la Coalición Cívica. Para suscribirse al servicio gratuito de reflexiones diarias sobre la política desde la fe, envíe un mensaje en blanco a: elcorazondelapolitica-subscribe@gruposyahoo.com.ar

viernes, 23 de octubre de 2009

Viernes 23 de octubre

Un hombre providencial: Raúl Silva Henríquez

Después de la muerte del Cardenal José María Caro, dos figuras eclesiásticas se postulaban en Chile para suceder al Arzobispo de Santiago. Ellos eran Monseñor Alfredo Silva Santiago, Arzobispo de Concepción y Rector de la Universidad Católica, y el Obispo de Talca, fundador del CELAM y Asesor de la Acción Católica, Monseñor Manuel Larraín Errázuriz. Ambos con una amplia trayectoria y representativos de dos líneas de Iglesia: la una más "conservadora" y la otra más "progresista".

Sin embargo, el cable trajo una noticia sorpresiva. El Papa Juan XXIII había nombrado como Arzobispo de Santiago al Padre Salesiano Raúl Silva Henríquez, quien desde fines de 1959 era Obispo de Valparaíso. Muy conocido en su congregación. De familia talquina. Educado en Turín. Profesor de Derecho y Moral en el Teologado Salesiano. Director de colegios y Presidente de Cáritas-Chile.

Su nombramiento produjo comentarios. Nadie lo había imaginado para el cargo. Las opiniones se dividieron. Tradicionalmente el Arzobispo de Santiago había pertenecido al clero secular. La presencia de un religioso como cabeza de la más importante diócesis del país producía inquietudes.Y así llegó a Santiago.

Durante más de veinte años, lo que hizo el Cardenal, lo que dijo, su opinión o su figura, estuvieron siempre en el comentario, en la crítica o en el aplauso entusiasmado.

Para algunos era un hombre polémico. Otros lo consideraron providencial para ese momento de la historia de Chile. Algunos vieron en él la fuerza profética de una Iglesia servidora de los hombres, mientras que para determinados sectores era un hombre ambicioso, con más vocación de político que de pastor.

Fascinante personalidad la de este hombre. Dirigió la Iglesia de Santiago y fue Presidente de la Conferencia Episcopal, bajo cuatro gobiernos, con ideologías y características muy distintas: don Jorge Alessandri, don Eduardo Frei Montalva, don Salvador Allende y el General Augusto Pinochet. Bajo todos ellos mantuvo una sola línea, consecuente con su fe, y entregó con claridad su pensamiento inspirado en los Pontífices. Sin embargo, las críticas fueron implacables, y la mayoría de las veces extraordinariamente duras e injustas. Las recibió siempre con tranquilidad. Su único temor fue dañar u ofender a sus detractores, ya que se sabía también Pastor de ellos.

Muchas veces en la intimidad de la conversación le preguntamos "¿cómo hace usted para resistir tantos ataques?" Su respuesta con una sonrisa fue siempre igual: "No se preocupen. Al Señor le pasó lo mismo. ¿Cómo no me iba a tocar algo a mí?". Y continuaba su tarea con mayor convencimiento y con más tesón.

El Cardenal tenía un "lejos y un cerca". Muchas veces, para quienes no lo conocieron, aparecía terco, insensible, calculador y apasionado. Sin embargo, "de cerca" desplegaba su hermosa humanidad: acogía con especial simpatía en su casa, procuraba que su visita se sintiera cómoda, creaba con ella un clima grato y de confianza. Muchas veces ofrecía un aperitivo preparado con sus propias manos.

Gozaba compartiendo su mesa y se alegraba cuando sus comensales sabían apreciar lo que les había preparado. Muchas veces él mismo iba al mercado a comprar los alimentos con que honraría a sus huéspedes. No le gustaba comer solo. El mismo llamaba por teléfono a sus amigos y los invitaba a tener un simpático momento de tertulia. Era capaz de los gestos más delicados y tiernos con quienes lo rodeaban. Jamás olvidaba traer de sus viajes un regalo para el personal que lo atendía en su casa. Muy pocos saben, por ejemplo, que la noche de Navidad ellos estaban a la mesa y el propio Cardenal les servía la comida.

Sabía reír con el último chiste conocido y seguía con preocupación el acontecer nacional y mundial. Normalmente cada día conocía las opiniones o noticias más importantes sobre la marcha de la Iglesia, sobre economía, política o cultura. En sus afectos hubo, sin duda, quienes se llevaron de él una parte mejor: su familia, el Seminario, los vicarios, los jóvenes y los pobres. Hemos sido testigos de cómo el Cardenal amaba y defendía a sus amigos. Más de una vez lo vimos llorar al conocer el sufrimiento de los humildes, o defender acaloradamente la formación de sus seminaristas, o compartiendo su mesa con jóvenes de distintos sectores, o celebrando un aniversario o el Año Nuevo con sus colaboradores más cercanos.

Tuvo, eso sí, unos amigos preferidos. Ellos fueron los niños de la Aldea de Punta de Tralca. Delante de ellos el Cardenal se transfiguraba. Era el "tío Cardenal" para los niños. Y ellos lo amaban, lo besaban, le mostraban sus notas y sus progresos. Por eso, él tampoco los olvidaba. Y salía de Santiago con un cargamento de dulces, galletas o alimentos. De estos niños era también su Catequista. En forma genial les explicaba el Evangelio, lo representaba, lo vivía y lo actuaba. Ellos no le despegaban los ojos en cada celebración. Al verlo rodeado de estos niños comprendí muy bien su vocación de seguidor de Don Bosco, y cómo, gracias a Dios, el ser salesiano lo llevaba muy adentro de su alma.

Muchas veces el Cardenal resultaba desconcertante. Era tímido y era extraordinariamente audaz. Era humilde y al mismo tiempo era capaz de una dureza increíble. Se sabía "personaje" de la Iglesia pero no pudo nunca borrar su amor al campo y sus dichos pintorescos aprendidos en Loncomilla, cerca de San Javier. Defendía apasionadamente sus ideas. No le gustaba imponerlas. Dialogaba. Discutía. Argumentaba. A pesar de que se recibió de abogado en el lejano año 1929, en realidad nunca dejó de serlo. No perdía jamás sus discusiones sino que hábilmente sabía incorporar a sus argumentos las razones de su interlocutor.

El Cardenal tenía un gran apego a su familia. Guardó siempre un hermoso recuerdo de su madre, y él mismo afirmaba que de ella recibió el amor, la bondad y la ternura para darse a los demás. Admiró la figura de su padre, hombre enérgico, emprendedor, demócrata que arriesgó su vida luchando por sus ideales. De él también recibió como herencia la firmeza en sus principios, su coraje y su amor a la libertad y a la democracia.

El Cardenal era un hombre de contrastes. Impresionaba verlo visitar una población, abrazar a una viuda o dialogar con un dirigente sindical. Allí se sentía cómodo, acogido y amado como Pastor. Al mismo tiempo era solemne, serio, adusto y trascendente. Caminando hacia el altar de su catedral raras veces se le escapaba una sonrisa. Podía al mismo tiempo entrevistarse con reyes, presidentes, pontífices o autoridades con la misma simpatía y sencillez con que escuchaba a los humildes. Su pasado talquino lo dejó marcado. Era campechano, cazurro y penetrante. No decía todo lo que sentía, pero registraba con exactitud todo lo que veía y lo que oía. Esto le daba un cierto aspecto misterioso. Nadie podía exactamente prever sus reacciones o decisiones. Menos aún podía pretender ejercer influencia sobre él. Admitía y escuchaba todas las opiniones. Pero la última decisión era exclusivamente suya. Y no se equivocaba con facilidad.

Es necesario hacer una mención aparte de lo que para el Cardenal significaba Chile. Desde la casa paterna, avecindada en el país desde hace 400 años, los problemas de los pobres, sus angustias y sus triunfos, fueron vividos por él cercanamente. Aprendió a amar a Chile: su tierra, su campo, su gente, su historia y su paisaje. El Cardenal intuía muy bien y muy certeramente lo que el pueblo pensaba y lo que quería. Por eso se produjo siempre una corriente de simpatía muy grande entre las masas y él. No era un afán publicitario -del que careció totalmente- lo que hacía que predicando en la Catedral o celebrando la Misa en una Población obrera fuera recibido con aplausos calurosos por los fieles.

Sus homilías, en especial las de los 18 de Septiembre, expresaban y recogían muy bien su amor por esta tierra y por eso que él llamó tantas veces "el alma de Chile". El Cardenal se hizo intérprete de los valores espirituales y morales de nuestro pueblo. Para él las palabras "participar, "respetar", "dialogar", "ser libres", "elegir", "convivir en paz y en derecho", significaban algo muy profundo: era lo que a lo largo de toda su vida vio y practicó. Por eso para defender estos valores el Cardenal no ahorró esfuerzos ni sacrificios. Se jugó entero, aunque eso le significaran mil incomprensiones.

Son muchas las cosas que se podrían mencionar del Cardenal Silva Henríquez y lo que su ministerio significó para Chile. Pero lo que destaca, me parece, muy nítidamente en este tiempo es su gigantesca obra de Iglesia.

Inició su episcopado en momentos muy difíciles para la Iglesia Universal. El Papa Juan invitaba recién al Concilio Ecuménico para renovar la Iglesia y permitir que un aire fresco entrara por sus ventanas. El Cardenal participó activamente en el Concilio y se destacó en él apoyando esta renovación eclesial. El Concilio lo marcó definitivamente. Eran tiempos en que se daban los primeros pasos para adaptar la Liturgia, o se buscaba urgentemente una "identidad sacerdotal". Se quería adaptar mejor la Iglesia a las necesidades y tareas del mundo. Muchos sacerdotes abandonaban su ministerio y un cierto pesimismo invadía a la Iglesia posconciliar. Era difícil ser Pastor en esas circunstancias.

El Cardenal sintió el desafío. Convocó a la Iglesia de Santiago a una Gran Misión General, probablemente la iniciativa pastoral más importante de la Arquidiócesis, en el presente siglo. Cada casa, cada cuadra, cada manzana o población fue visitada con el mensaje de la Misión. Miles de reuniones se realizaron en las casas, en el campo y en la ciudad. A través de la radio llegaba el Mensaje de la Iglesia como una Buena Noticia. Así surgieron dirigentes, comunidades, compromisos laicales, deseos de participar, y el rostro de la Iglesia apareció más atrayente para los hombres y mujeres de Santiago.

El Cardenal invitó también a realizar un Sínodo de la Iglesia. Representantes de las Parroquias, Colegios, Universidades, Religiosas, Sacerdotes y Laicos se preguntaron en varias etapas: "Iglesia de Santiago, ¿qué dices de ti misma?". Y fueron naciendo en la comunión eclesial acuerdos, orientaciones y decisiones compartidas, que marcaron decisivamente el futuro de esta Iglesia.

Abrió y construyó un nuevo Seminario para la formación de los futuros sacerdotes. Impulsó la Catequesis Familiar, en que miles de laicos se hicieron responsables de la educación de la fe de niños y de jóvenes.

Una de las características del Cardenal Silva Henríquez fue la capacidad de responder con imaginación a las necesidades pastorales que se presentaban. Esta actitud atenta a los requerimientos del momento para responder a ellos le infundió un rostro de auténtico profeta.

Cuando vio que muchos no sabían leer ni escribir, él organizó la primera Campaña de Alfabetización en el país, lo que hizo acceder a la lectura a miles de personas.

Cuando vio a los campesinos que trabajaban las tierras de la Iglesia sin ser propietarios de ellas, hizo, con el Obispo de Talca, la Reforma Agraria, que le costara muchas críticas y sinsabores. Después creó para ellos Inproa (Instituto de Promoción Agraria), para que apoyara a los campesinos con asesoría técnica y crediticia.

Cuando vio el hambre en las poblaciones, organizó la distribución de alimentos más grande que se ha hecho en toda la historia de Chile.

Cuando la situación política hacía que muchos sufrieran la represión, el Cardenal creó primero el Comité Pro Paz, en conjunto con otras Iglesias y confesiones. Y posteriormente creó la Vicaría de la Solidaridad que tanto bien hizo en nuestra Patria y que fue un testimonio para creyentes y no creyentes.

Cuando la situación de los obreros y de los dirigentes sindicales pasaba momentos de aguda crisis, el Cardenal creó la Vicaría de la Pastoral Obrera, para que apoyara sus organizaciones y formara líderes del mundo popular.

Preocupado de una serie de profesionales de gran valor que no tenían dónde investigar y por eso pensaban en emigrar del país, el Cardenal creó la Academia de Humanismo Cristiano, para que ellos tuvieran un espacio donde pensar y no se perdieran estos talentos para Chile.

Al ver la necesidad urgente de formación juvenil, el Cardenal creó la Vicaría para la Educación, la Vicaría de la Pastoral Juvenil Extraescolar y la Vicaría de la Pastoral Universitaria. Entre sus últimas medidas estuvo la convocación a la Misión Joven destinada a anunciar al Señor Jesucristo a los jóvenes de la Arquidiócesis.

Y así, muchas y muchas iniciativas del Cardenal que por desgracia permanecen silenciosas o silenciadas en la ciudad. No se muestran. No se conocen. Su permanente apoyo a las familias sin casa para que logren construir a través de sistemas cooperativos, el apoyo que ha prestado a empresas de autogestión, o a una mejor atención de la salud de los pobres, o a la previsión de los sacerdotes, y tantas otras acciones concretas, haría esta lista interminable.

No es una exageración decir que la mayor pasión del Cardenal a lo largo de su vida ha sido servir a los débiles y postergados. No siempre sus actividades en este sentido encontraron todo el apoyo que él requería o deseaba. Incluso se puede decir que no todas ellas han tenido el éxito que suponía. Pero la intención permanente fue siempre una: servir con desinterés a los que sufren.

Lo que destaca muy especialmente de su ministerio episcopal es, precisamente, su amor y su trabajo con los jóvenes y los pobres. El tiempo y la historia nos harán mirar y valorar con mayor perspectiva la transformación enorme que esto significó en la Iglesia de América Latina. Los jóvenes y los pobres sintieron la Iglesia como un espacio propio. Desde entonces aman a sus Pastores, escuchan sus palabras y mantienen la esperanza en ella.

"Usted le ha devuelto la credibilidad a la Iglesia", le expresó al Cardenal Silva el Cardenal Secretario de Estado del Vaticano. Y así ha sido. No olvidemos que hasta hace algunas décadas se señalaba como el "escándalo del siglo XX" el que las masas populares hubieran abandonado a la Iglesia. Hoy podemos decir que el gran "milagro" de este tiempo es que los pobres se sientan a gusto en la Iglesia y crean en ella.

Para recuperar esta credibilidad es importante valorar la permanente defensa que el Cardenal hizo de los Derechos Humanos y de la dignidad del trabajador, a través de la Vicaría de la Solidaridad. Durante su período hubo una verdadera pastoral de los Derechos del Hombre, para entenderlos como parte integral de la evangelización. Se puede decir que esos Derechos y Deberes han logrado encarnarse armoniosamente en la catequesis, en la liturgia, en la oración y en la conciencia cristiana.

Es importante igualmente, apreciar la nueva organización de la Arquidiócesis que implementó el Cardenal en Santiago. Creó numerosas Parroquias. Organizó los Decanatos (conjunto de Parroquias que se complementan y apoyan en su trabajo, reflexión y servicio a la comunidad). Creó las Zonas Pastorales y a cargo de cada una de ellas nombró a un Vicario Episcopal para que en su nombre orientara la evangelización, se preocupara de la formación del personal apostólico y animara la fe de los creyentes. Creó, igualmente, Vicarías especializadas que apoyaran a las Vicarías territoriales en su labor. Los Vicarios formaron un estrecho equipo con él y sintieron en todo momento el apoyo y la confianza del Pastor en este servicio al Pueblo de Dios.

Para lograr este rostro nuevo de la Arquidiócesis, el Cardenal supo también poner su confianza en el Laicado. Una de las cosas que más impresionan a los extranjeros que nos visitan, es el rol activo y dinámico que los laicos tienen en nuestra Iglesia. La gran mayoría de servicios y de atención en la Catequesis, Liturgia, Animación Comunitaria, Formación de Jóvenes, Administración de Bienes, Organismos Asistenciales, de Promoción y Desarrollo, lo realizan laicos de gran valor. Incluso en labores de Asistencia Jurídica o de Promoción Comunitaria se han incorporado algunos que no profesan nuestra misma fe, pero desean aportar profesional o técnicamente al trabajo que la Iglesia realiza.

Hemos dejado para el último el aspecto más importante de la personalidad del Cardenal y tal vez el menos conocido. El Cardenal es un hombre de Dios. No cabe duda que El es quien orienta su vida y sus actos. Diariamente hace oración en su capilla y celebra la Eucaristía. "No puedo pasar el día, ha dicho, sin rezar la Santa Misa". Tiene con Dios una relación directa, cálida y espontánea. Se puede decir de él que ama al "Buen Dios" entrañablemente. A veces dialoga con El con la fe profunda de un campesino. O lo interpela o le discute amistosamente. Dios es parte de su vida.

La figura de Jesucristo dio sentido e inspiración a todo lo que hizo el Cardenal. "A El lo conocí desde niño en el seno de mi familia. A El le consagré mi vida en mis años de juventud. Y a El también he procurado servir como Pastor de la Iglesia", decía en Pentecostés, inaugurando el Tiempo de Anunciar de la Misión Joven. Su amor a Jesucristo se manifestaba cada vez que hablaba de El. Se emocionaba vivamente. Volcaba todo su ser en anunciar sus palabras. Es imposible comprender las actuaciones y las palabras del Cardenal Silva sin entender esta relación con el Señor. En Jesús veía al Hijo del Carpintero y a los obreros de su país. En el Niño de Belén veía también a todos los niños abandonados de la ciudad. En la cruz de Jerusalén veía al crucificado y resucitado de nuestros días con mil rostros diferentes.

Igual cariño tenía a la Virgen María. En todas sus homilías la invocaba o la mencionaba. La llamaba "Virgen Morena", "Madre de los pobres", "Madre del amor hermoso", "Virgen Santa", "Esperanza de Chile", o "Señora de América Latina". Como sacerdote y como obispo a María Auxiliadora le había confiado su ministerio. Ella fue siempre su apoyo y su consuelo. A ella la invocaba diariamente.

Muchísimas cosas se han dicho ya y se pueden decir del Cardenal Silva Henríquez. Muchas se dirán también en el futuro. Los que tuvimos el privilegio de trabajar cerca de él y de gozar de su amistad, bendecimos a Dios por habernos dado la oportunidad de conocerlo y de amarlo. Ha sido para nosotros ejemplo de hombre, de padre, de cristiano, de sacerdote y de pastor.

El lema que escogió para su escudo episcopal marcó profundamente su vida. "La caridad de Cristo nos urge". Eso vimos en él.

Por eso las páginas que aquí presentamos son un testimonio claro de que ese lema en el Cardenal se hizo vida.

[tomado de http://www.cardenalsilva.cl/un_hombre_providencial.pdf]

P. Miguel Ortega Riquelme

Presentación en el libro "Nos dijo el Cardenal Silva"

Nota: Esta reflexión es un aporte al diálogo entre la fe y la política y no implica ninguna relación del autor con la Coalición Cívica. Para suscribirse al servicio gratuito de reflexiones diarias sobre la política desde la fe, envíe un mensaje en blanco a: elcorazondelapolitica-subscribe@gruposyahoo.com.ar

jueves, 22 de octubre de 2009

Jueves 22 de octubre

Debray quiebra lanzas por lo sagrado

Conocido filósofo francés reconoce las limitaciones de "la religión de los derechos humanos" y del culto a la ecología como base de sociedades más fraternales y reivindica la importancia irrenunciable del fenómeno religioso para recuperar el sentido del "nosotros". A diferencia de John Lennon, que soñó con un mundo sin religiones, "nada por lo cual matar o por lo cual morir, toda la gente viviendo en paz", el beato materialista, que así se califica Debray, reivindica la importancia capital de lo sagrado



El tema de la política, en lo que atañe a la esencia de de este quehacer, vale decir los vínculos de carácter social, la vida en común de los integrantes de una sociedad, se encuentra en la médula de la obra de Regis Debray desde que en 1981 publicara su obra maestra, "Crítica de la razón política", señalaba Le Monde des Religions (el mundo de las religiones), suplemento especializado del prestigioso diario francés Le Monde, a manera de introducción a una entrevista al conocido intelectual que décadas atrás estuvo ligado a la aventura guerrillera de Ernesto Che Guevara. Una presentación cuyo contenido difícilmente podría alguien objetar. Lo que sí provocará la sorpresa de muchos es que al cabo de décadas de reflexión y estudio, el otrora ideólogo marxista haya desembocado en una decidida valoración de la religión.

En su libro más reciente, "Le moment fraternité", que en forma libre podría traducirse como "La hora de la fraternidad", aunque no está disponible todavía en castellano, plantea en sustancia que toda sociedad se basa en un principio invisible, pero que resulta determinante para asegurar un grado de cohesión siquiera mínimo entre sus integrantes. Se trata de una obra que al decir de diversos especialistas es una reflexión estimulante acerca de los las limitaciones de la "religión civil de los derechos humanos" y las potencialidades del concepto de la fraternidad, cuyos raíces se hunden en los comienzos de la humanidad. "Quien se interese en el futuro de nuestras sociedades no puede dejar este lúcido ensayo, a veces inquietante, siempre esclarecedor", dice Le Monde.

INDIVIDUALISMO Y COMUNIDAD

El ensayo parte con una reflexión acerca de por qué, a juicio de Debray, lo sagrado constituye un imperativo para toda sociedad, una de las conclusiones no poco sorprendentes a las que ha arribado al cabo de largos años de ejercicio intelectual. "Aquello que nos une, nos sobrepasa, para bien o para mal" sentencia el filósofo francés.

¿De qué manera, en el reino del "yo", fragmentado en miles de millones de individualidades, se puede recuperar el sentido y la fuerza del "nosotros" del Padre Nuestro, para decirlo en términos cristianos? Se trata, según se señala en la contrapartida del libro, del desafío probablemente más decisivo de nuestra época, lo que explica el empeño de Debray por ponerlo de relieve. En efecto, si los seres humanos no llegan a tomar conciencia y a adoptar las decisiones correspondientes, de que enfrentamos desafíos de alcance planetario, por ejemplo el recalentamiento global, para lo cual se requiere una mentalidad que privilegie el nosotros, antes que el interés egoísta, entonces el futuro mismo de la especie está en grave peligro. Este libro, escrito antes del estallido de la crisis financiera de 2008, se basa en la convicción de que la globalización de la economía no conseguirá por sí sola construir una auténtica sociedad.

¿Cómo crear comunidad y qué es lo que permite a una entidad moral no desaparecer junto con las personas que la componen? Debray confiesa que hace décadas que se viene planteando esa pregunta. A todas luces la unión no se produce en forma espontánea; por algo ciertos pensadores han postulado que el hombre es el lobo del hombre y, apuntamos nosotros, venimos al mundo con el pecado original a cuestas, lo que nos dificulta el establecimiento de relaciones gratificantes con los demás e incluso con nosotros mismos. Y, sin embargo, proliferan por doquier entidades que dan cuenta del afán gregario del ser humano: naciones, etnias, tribus, partidos, agrupaciones, organizaciones sociales, clubes, iglesias. Entonces, ¿cuál es el factor que permite que un rompecabezas se transforme en una obra arquitectónica durable?

IMPORTANCIA CLAVE DE LO SAGRADO

Aventura el autor una respuesta: la clave reside en el sentido de trascendencia, un factor que se ubica más allá de lo inmediato. Para asegurar la adhesión de los individuos a una sociedad se requiere un punto de ausencia, un nicho fundador, un vacío eminente, que puede consistir en un antepasado, un texto, un evento, un mito, una expectativa. El punto de fuga, lo que garantiza tanto la continuidad como la cohesión, esto es lo que Debray denomina "lo sagrado". "Veo allí una necesidad inmutable, aunque con expresiones muy disímiles, ya que cada grupo humano produce su sagrado: no es lo mismo congregarse a los pies de la estatua de Atenea, de una imagen de Jesucristo, de la tumba de Lenin o del panteón en homenaje a Lincoln".

Así, pues, para este pensador que fue uno de los primeros en acometer la revisión del marxismo ateo, aun las sociedades más secularizadas o indiferentes al fenómeno religioso, requieren dar cabida a lo sagrado, con "lo irracional" que ello entraña en un mundo que rinde pleitesía a la ciencia y la técnica.

"En mi condición de beato materialista", declara con evidente ironía, creí por mucho tiempo que podríamos prescindir de lo sagrado, haciendo del hombre su propio padre y reduciendo toda comunidad de destino a una fácil autogestión. Pero he terminado por admitir que en todas partes hay un día de la semana dedicado a algo distinto que la vida del trabajo y el quehacer cotidiano. Al no encontrar sociedad o nación alguna que carezca de un centro neurálgico cristalizador de un recuerdo o una esperanza, abordo el misterio mediante la observación de lo visible. Al describir lo que tienen en común todos estos "lugares" carismáticos, trátese de un monumento, un muro, un mausoleo, una cripta, compruebo que se trata de lugares de reunión y espacios confinados. Es lo que nos permite vivir juntos y, al mismo tiempo, nos diferencia de otros que no pertenecen a la comunidad. Es el doble papel que asume lo sagrado"

LA UTOPIA DE JESUS

En la mencionada entrevista se hace presente al autor que Jesús se las jugó por dejar de lado esta lógica que confina lo sagrado a un espacio, comunidad o territorio determinado. En el diálogo que sostiene junto a un pozo con una mujer samaritana, Jesús anuncia que se acerca la hora en la que se adorará a Dios sin tener que venir a este monte o ir Jerusalén, ya que sólo importará hacerlo de un modo espiritual y verdadero. Pero a poco andar, tras la partida de Jesús, sus seguidores cedieron a la tentación y volvieron a una sacralidad que contiene y acoge y, por eso mismo, termina excluyendo.

Debray juzga con benevolencia esta desviación, considerando que es fruto casi inevitable de la naturaleza humana. Lamentable, pero ineludible. El Mesías propone una formulación bellísima, un ideal maravilloso, pero el cristianismo la ha aplicado en la medida de lo posible. De la utopía teológica a una antropología más bien abusiva respecto de la gran promesa. Jesús vino a decirnos que ya no era necesario concurrir al templo para comunicarse con Dios, que es espíritu y mora en el corazón de cada ser humano. Más tarde, la praxis que adopta la Iglesia desconoce el mensaje que le había dado origen. La eucaristía, sí, pero al interior de un templo, y celebrada por un hombre especial, un sacerdote.

Debray considera inevitable la tensión que en todas las civilizaciones se percibe entre la religión institucional, que requiere definir los límites de lo sagrado, y las corrientes o tendencias místicas que buscan su universalización, al estilo de lo que postula el Evangelio. Los místicos abren el camino y a sus espaldas, los discípulos levantan los muros para proteger un conjunto de verdades doctrinales, normas reglamentarias, con su correspondiente jerarquía y burocracia. Es el proceso que se observa tanto en el desarrollo del judaísmo, el cristianismo y el islamismo Hay un sufí y el imán. Están el abate Pierre y el cardenal…"

DERECHOS HUMANOS, RELIGIÓN QUE TIENE SUS BEATOS


Debray sostiene que la sacralidad moderna en Occidente se encarna en la declaración de los derechos humanos. Una religión civil ante la cual el autor se plantea en forma muy crítica, como si ese ideal de los derechos humanos no fuese suficiente para construir un mundo pacífico y sustentable. Es que percibe que esta nueva religión, "de los infieles", como llama, exhibe la misma tensión que se observa en el cristianismo entre la inspiración de partida y la institución de llegada. Entre el texto de las Bienaventuranzas y las cruzadas exterminadoras de infieles.

Así como cabe achacar al cristianismo las fechorías perpetrados por los cristianos ni los del comunismo a los planteamientos filosóficos de la Ilustración europea del Siglo de las Luces, sería injusto culpar al ideario de los derechos humanos por los errores de Occidente, que hoy los promueve. Nadie puede negar que hay un avance formidable en el reconocimiento y vigencia de los derechos de la persona. Lo que puede sin duda provocar exasperación es observar que esta aspiración, dotada de una legitimidad indiscutible, coexiste con sistemas de poder y de dominación bien estructurados, los cuales se nutren del cinismo, la injusticia y los prejuicios.

En su condición de laicista convencido y devoto, señala Debray, exige una separación tajante entre lo espiritual y temporal, entre el ideal regulador y el aparato estatal. De lo contrario, el humanitarismo degenerará en un nuevo clericalismo. Se percibe en Occidente un complejo de superioridad tan acentuado, tal arrogancia, que los derechos humanos se han convertido en un sistema de exclusión, de no reconocimiento del otro, es decir de un verdadero obstáculo para el cambio. La autosuficiencia moral hace que nuestra conciencia pierda sensibilidad. Ya no se trata de una civilización narcisista, sino que de algo peor, toda vez que hemos caído en el autismo, que es la negación de la fraternidad. Eso es lo inquietante: la profunda indiferencia del occidental promedio respecto del otro, en tanto que otro (prójimo).

De manera, pues, que lo que debía ser un pensamiento de amplio alcance ha terminado convirtiéndose en un instrumento de exclusión, aunque los beatos de esta nueva religión de infieles carezcan de la autocrítica suficiente para percibirlo. Nuestros
particularismos se revisten de universalismo, alega Debray. Se dirá que es lo clásico: "No matarás, no codiciarás la mujer de tu prójimo, respetarás a tu prójimo". Pero quién es este otro, portador de derechos inalienables, al que, al estilo de la Biblia, se nos ordena respetar? No es el hombre del otro lado de la montaña, sino el correligionario, el hermano o el primo. Es imperativo recordar los derechos inalienables de la persona, sin jamás olvidar que el grupo no se comporta como una persona. Y que el individuo no tiene nunca, en estos asuntos, la última palabra.

Debray llega a jugar de profeta. "Llegará el día, en un siglo o dos, en que nos asombraremos de nuestra antropo-latría (adoración por el ser humano individual) y nos percataremos de que esta religión de los DDHH un tanto estrecha la marca infamante de una época de ilusiones en la que el individuo era todavía considerado el centro del universo, escindiéndoselo, segregándoselo, desvinculándoselo de la naturaleza y de la vida. Esta disociación provocará sonrisas compasivas en tiempos en los que se hablará de los derechos de todo lo viviente y de los deberes humanos respecto del mundo".

HERMANOS MAS ALLA DE LA SANGRE

Pregunta clave para el autor por parte de Le Monde. ¿Por qué atribuye importancia tan decisiva a la fraternidad, al punto de situarlo en el corazón mismo de este ensayo? Respuesta: porque cae dramáticamente en el olvido cuando, como sucede en nuestra época, la economía se enseñorea de todo. "Quiero precisar que a mi juicio se trata menos de un trabajo, que de un ejercicio, una gimnasia. Me refiero, por supuesto, a las fraternidades electivas. La fraternidad es lo contrario del parentazgo biológico. Lo que también me intriga es el porqué de este retroceso, de esta falta de herencia (ausencia de herederos).

La fraternidad, impensable en la Antigüedad, se torna posible con el monoteísmo y pensable con el cristianismo, que la puso en práctica en la vida monástica. La Revolución Francesa catapulta este tema espiritual al escenario político. No creo que existan muchas culturas que hayan visualizado una fraternidad que exceda los lazos de sangre, origen étnico o religión.

Entre nosotros, dice el filósofo francés, se encuentra vinculada a la idea de nación, es decir, a una comunidad de iguales ante la ley, independientemente de la etnia de cada quien, es decir la Patria, concepto al mismo tiempo maternal y viril. Cuando se observa el advenimiento de este principio en la historia de Francia, nos percatamos de que está relacionado con el auge del romanticismo cristiano de mediados del siglo XIX, exactamente en 1848, cuando Jesús era el proletario de Nazareth, en oposición al Papa y los privilegiados.

Sin embargo, la primera manifestación política de la fraternidad cristiana o francmasona nos remite a esa madre de la que todos somos hijos y a la que debemos proteger, la Patria en peligro, en Valmy en 1792, señala Debray, aludiendo a la historia de su país. Se visualiza como una doble naturaleza de la fraternidad, tanto religiosa como guerrera, pero nunca benigna. De ahí la represión actual en Occidente, especialmente en Europa, que ya no quiere saber de guerra ni de comunión, como bien le consta a los inmigrantes africanos o de los países que formaban parte de la antigua Unión Soviética.

FRATERNIDAD BUROCRATICA

Sin duda alguna para Debray, la solidaridad es el nombre que adopta en los tiempos actuales la fraternidad. "La solidaridad es una fraternidad purgada de sus connotaciones evangélicas, su dimensión mesiánica, plebeya y combativa. Se trata de una fraternidad burguesa, burocrático, castrada, pero funcional". El católico que lee este texto desde Chile no puede menos que recordar que el Cardenal Raúl Silva Henríquez no bautizó como Vicaría de la Caridad, ni de la Fraternidad, sino de la Solidaridad, la agencia que creó en tiempos de la dictadura para salir en ayuda de los perseguidos políticos y sus familiares.

Debray dice abogar no por una fraternidad burocrática, fruto de normas legales, sino por experiencias vitales de fraternidad o más bien un tipo de sociedad que haga posible esos momentos. "Se ha llegado a tal punto de insolencia en lo tocante al exhibicionismo, la competencia, la fragmentación, el cada uno para su lado o por su cuenta, que todos necesitamos un respiro. Nos hace inmensa falta recuperar el sentido de "nosotros", más allá del individualismo exacerbado que pone todo el acento en el yo de cada quien. Es una cuestión de supervivencia, no sólo espiritual, sino física".

LA ECOLOGIA, TAMBIEN INSUFICIENTE

Según el autor de "La hora de la fraternidad", ésta sólo podrá vivirse de una manera renovada dentro del ámbito de lo sagrado, es decir, en la forma de las fraternidades locales, yuxtapuestas. Pero ¿no constituye la ecología, por ejemplo, una nueva religión civil, que, ante la amenaza de la destrucción del planeta estaría en condiciones de inducir a los seres humanos a una toma de conciencia del carácter comunitario del destino de la tierra, para utilizar la expresión de Edgar Morin en su libro La Tierra-Patria?

"A mi juicio, no cabe hablar de la fraternidad en ausencia del reconocimiento de una filiación voluntaria y cultural. En eso consiste el arte de inventarse una familia que no se nutre de la genealogía (al vínculo de la sangre). La idea de la Tierra Patria me resulta infinitamente seductora. Ella me parece, sin embargo, deficitaria a la hora de ponerla en práctica. La solidaridad por motivaciones ecológicas resulta perfectamente racional, por cierto. Todos somos vulnerables, estamos expuestos a los desastres y debemos hacernos del futuro. Sin embargo, dudo de que una comunidad de vulnerables pueda convertirse en una comunidad de amor. Los riesgos ambientales, sin duda innegables, ¿serán por sí mismos suficientes para generar una historia de amor?"

El filósofo y cientista político concede que probablemente está en marcha la construcción del estadio superior de la aventura de la especie humana, pero pasará mucho tiempo antes de que los pisos inferiores cesen las masacres. Sin una historia común, una palabra de leyenda, considera imposible que surja el fervor de la comunidad o que se comparta un clima de trascendencia. "No diviso qué podría contarnos la Tierra, ni en qué idioma hablarnos. Ella se manifiesta a los geólogos y químicos, pero el hombre común tiene necesidad de que le hablen poetas. Incluso a mí cuesta asociar la tierra natal, esa con t minúscula, y la Tierra con una" t "mayúscula, el planeta y la patria.

¡Ay, si los políticos de todas partes, y no sólo Obama en su campaña, fuesen capaces de comprender que no basta con ofrecer más escuelas, más hospitales, más bonos, mayor eficiencia de las burocracias, más píldoras del día después y para un rato más, olvidando por completo el para qué o el porqué de la existencia de los ciudadanos… seguramente nuestras sociedades, partiendo por la chilena, serían más vivibles! La distancia entre el mensaje de Debray y lo que preconizan los candidatos presidenciales chilenos es mayor que la que existe entre nuestro planeta y Júpiter. Sigamos, mejor, escuchando al pensador francés: ¿Puede la Tierra convertirse en un concepto mítico? ¿Puede ella seducirnos? ¿Murmurarme al oído? Sólo se destruye lo que es reemplazable Si quieres acabar con los himnos nacionales o las estrofas de La Internacional, inventa un himno universal que podamos cantar a coro. ¿Lo escribirás en inglés o en chino? Nadie entiende el esperanto…"

Confesión final de Debray: "Verán, mi error consiste en no ser utópico, mientras sigo experimentando alergia a los conservadores. Revolución y realismo no son conceptos antagónicos. La historia de las revoluciones me ha enseñado que "en cualquier lugar" (donde sea) no es un lugar … y que el ser humano no puede prescindir de un lugar donde asentarse".

Jesús fue un maravilloso utopista, termina diciendo el autor de "La hora de la fraternidad". Sin embargo, apenas un siglo más tarde sus discípulos sentían ya necesidad de disponer de pequeñas reliquias y de tener un punto de encuentro. Lo sabemos de antemano. Cuando se desdeña la necesidad de lo sagrado, éste nos atrapa por la espalda y nos degüella sin palabras. Asumamos el desafío sin engañarnos y saldremos mejor parados.

Con una música bellísima e inspirado por las mejores intenciones, John Lennon, el famoso ex Beatle, soñó así, poco antes de ser asesinado, en su célebre canción "Imagine": "Imagina que no hay paraíso, (es fácil si lo intentas)…, nada por qué matar o por qué morir, sin religión también, imagina toda la gente viviendo la vida en paz, una hermandad de hombres, imagina toda esa gente compartiendo todo el mundo". Sin embargo, el texto del filósofo francés pone en duda de que se pueda construir ese mundo más fraterno por la vía de erradicar de nuestras sociedades lo sagrado. Reflexión nuestra: la clave no está en el confinamiento de las religiones a los templos, en la mera tolerancia, a menudo desdeñosa frente a las religiones o lo religioso, sino en el esfuerzo de los creyentes para aprender a respetar al que cree o vive de una manera diferente su fe, incluso si ella consiste en el ateísmo.

[tomado de http://www.creyentes.cl/wp/2009/09/regis-debray-quiebra-lanzas-por-lo-sagrado/]

Redacción de CREYENTES.CL - Octubre 2009

Nota: Esta reflexión es un aporte al diálogo entre la fe y la política y no implica ninguna relación del autor con la Coalición Cívica. Para suscribirse al servicio gratuito de reflexiones diarias sobre la política desde la fe, envíe un mensaje en blanco a: elcorazondelapolitica-subscribe@gruposyahoo.com.ar

miércoles, 21 de octubre de 2009

Miércoles 21 de octubre

Fe y partidos políticos

En muchos ámbitos del cristianismo se evita la búsqueda de interrelaciones entre el cristianismo y la política, menos aún se hablaría del proyecto político de Jesús. Es porque la palabra política está cargada de connotaciones negativas como, si en torno a este concepto, giraran ámbitos de corrupción y defensas de intereses particulares ilícitos. Como si no pudiera existir ni la ética política ni la búsqueda del bien común desde los ámbitos en los que se desenvuelve la práctica de la política. Muchos sólo ven hoy en la política una ciencia independiente y autónoma de la moral o de los valores del cristianismo. Para muchos, no existe la posibilidad de un proyecto político cristiano. Piensan que la política, al igual que el poder, corrompe.


Nosotros no vamos a afirmar que el mensaje evangélico o el proyecto del Reino que emerge en nuestra historia con la venida de Jesús al mundo, comporte ideas aplicables a un proyecto político concreto como puede ser la constitución de un partido político.

Muchas veces cuesta mucho trabajo el separar la política de partido de la política global, de la ética política aplicable por encima de los intereses de partido. Por tanto, el Evangelio no nos va a ofrecer un modelo concreto de organización específica para la política partidista. Los valores del Reino no son aplicables a los intereses de un único grupo de poder. Nadie se puede hacer el custodio oficial de los valores del Reino. Estos valores están por encima de grupos particulares y de intereses de colectivos que se meten en la lucha política de los diferentes ámbitos del poder. Ningún partido político, ni de derechas ni de izquierdas, responde, de forma total y completa, al proyecto político de Jesús que comporta la aplicación de todos y cada uno de los valores del Reino. Pero tampoco se debe afirmar que haya partidos políticos en los que no puedan militar los cristianos por ser partidos que, conscientemente, rechazan o relegan los valores evangélicos o del Reino de los Cielos. Los valores del Reino están en todos y por encima de todos los partidos políticos, redistribuidos por el mundo e iluminando, más o menos parcialmente, dependiendo del compromiso de los cristianos, la vida política de todos los pueblos.

Los cristianos deben de trabajar para que la vida política en general, superando las concepciones de derechas o de izquierdas, sea impregnada de la orientación, corrección, iluminación, estructuración y sentido que estos valores pueden dar a la política. Los compromisos sociopolíticos concretos que se estructuran en torno a cualquiera de los partidos políticos, pueden ser reorientados desde los valores del Evangelio y de la espiritualidad cristiana. De ahí que sea una ingenuidad pensar si los cristianos deben ser de derechas o de izquierdas como muchas veces ha ocurrido. Los cristianos pueden optar libremente por su opción política y ser sal y luz dentro de ella.

Los cristianos deberían ser elementos de fecundación de cualquiera de los diferentes partidos, de manera que vayan aportando el concepto de projimidad que nos dejó Jesús, tendente al bien común general, de toda la humanidad sin que queden grupos marginados, aislados o excluidos. Los cristianos pueden aportar dentro de los diferentes partidos políticos los horizontes de amor y de solidaridad cristiana en que se poya el concepto de projimidad. Los cristianos pueden ser elementos de esperanza dentro de todos y de cada uno de los partidos políticos de turno, sabiendo que el proyecto político de Jesús, concretado en los valores del Reino, está por encima de todos y de cada uno, y que ningún grupo partidista puede decir que es el que concreta, de forma absoluta, todos los valores del Reino. Eso sería un fanatismo religioso inútil y estéril.

Lo que está claro es que los valores del Evangelio, los valores bíblicos sobre los que se apoya la fe y que le dan vida, no son ajenos a los avatares sociopolíticos de la historia concreta del hombre. Los acontecimientos históricos no son irrelevantes para la fe. La fe cristiana, en todo el contexto bíblico, se realiza en la historia. El pueblo de Dios encuentra a éste, a su Dios, en medio de la historia concreta y en torno a los avatares sociopolíticos a los cuales el Dios de la Biblia no les da la espalda. Nunca la relación con el Dios de la Biblia ha sido una experiencia individualista impregnada de subjetividad. La experiencia de la fe ha sido en relación con los hombres, con su historia, con sus acontecimientos sociopolíticos concretos. El que hace de la fe un elemento privatizante, individualista e insolidario con el hombre que lucha y sufre en medio del acontecer sociopolítico o económico, se aleja de la fe que actúa a través del amor y de todos los valores del Reino. La fe que obra a través los valores del proyecto sociopolítico de Jesús, aunque el proyecto de Jesús que comienza en nuestro aquí y nuestro ahora, con el ya del Reino, se proyecte también en dimensiones de eternidad, de salvación eterna. Pero esta salvación que ofrece el Reino de Dios, que comporta un "todavía no", una falta de plenitud y compleción, ha comenzado ya en nuestra historia en forma de liberación, búsqueda del bien común y dignificación de las personas.

Nadie debe privatizar la fe ni intentar recluirla entre los cuatro muros de la iglesia. La fe es para ser vivida en compromiso iluminativo de todo el acontecer sociopolítico de nuestra historia concreta. Es así como se puede decir que la fe de los cristianos no es sólo una fe mística desencarnada y ajena a la realidad de nuestro aquí y nuestro ahora, sino una fe que se encarna en la historia concreta de todos y cada uno, una fe que nos compromete incluso a iluminar las políticas de partido para que, entre todos, podamos llegar a conseguir el mayor acercamiento al concepto de projimidad que nos dejó Jesús que considera el amor a Dios y al prójimo en relación de semejanza.

[tomado de http://www.protestantedigital.com/new/deparenpar.php?1286]

Juan Simarro Fernández

Juan Simarro Fernández es Licenciado en Filosofía, escritor y director de Misión Evangélica Urbana de Madrid.

Nota: Esta reflexión es un aporte al diálogo entre la fe y la política y no implica ninguna relación del autor con la Coalición Cívica. Para suscribirse al servicio gratuito de reflexiones diarias sobre la política desde la fe, envíe un mensaje en blanco a: elcorazondelapolitica-subscribe@gruposyahoo.com.ar

martes, 20 de octubre de 2009

Lunes 20 de octubre

¿Desquite o reconciliación?

En Sudáfrica, y de hecho en todo el mundo, nos educamos creyendo estrictamente en la justicia como desquite. Con la alarmante alza de crímenes violentos, violaciones y abusos infantiles, hay frecuentes llamadas a reinstituir la pena capital, las cuales tienen un amplio respaldo público. Misericordiosamente, la Corte Constitucional de Sudáfrica ha determinado que la pena de muerte (que los sudafricanos eliminaron al mismo tiempo que fueron liberados del apartheid) es inconstitucional.

Es lamentable que en algunos lugares del mundo parezca que los hombres y mujeres no han podido ir más allá de la admonición bíblica del ojo por ojo en su ansia de desquite. Pero ese adagio bíblico se invocó originalmente para evitar que en las contiendas se reclamaran las vidas de los parientes inocentes de una persona que hubiese cometido un crimen. El ojo por ojo pide que el culpable sea el único objetivo, y no otros cuyo único crimen era haber estado emparentados con él. Así es que este adagio no tenía en su origen el significado que terminó adquiriendo.

Algunos sudafricanos pidieron juicios al estilo del de Nuremberg, especialmente para los autores de las atrocidades diseñadas para mantener el cruel sistema del apartheid. Sin embargo, tuvimos suerte de que Nuremberg en realidad no fuera una opción para nosotros. Nuremberg ocurrió porque los aliados lograron una rendición incondicional de los nazis y por tanto pudieron imponer la así llamada justicia de los triunfadores. En nuestro caso, ni el gobierno del apartheid ni los movimientos de liberación pudieron derrotarse el uno al otro. Estábamos en un punto muerto militar. Más aún, en el caso de Nuremberg, acusadores y jueces pudieron hacer sus maletas después del juicio y abandonar Alemania en ruta a sus respectivos hogares. Nosotros tuvimos que construir nuestros hogares en ésta nuestra patria común y aprender a vivir unos con los otros. Unos juicios así probablemente se habrían alargado indefinidamente dejando abiertas profundas heridas. Habría sido difícil proporcionar evidencias para lograr condenas. Todos sabemos lo buenos que son los burócratas para destruir evidencia incriminadora.

De manera que fue una bendición que nuestro país escogiese el camino de la Comisión de Verdad y Reconciliación (CVR), con lo que logró amnistía a cambio de verdad. En último término, esto se basó en los principios de justicia restaurativa y ubuntu.
En las audiencias de la CVR presenciamos las descripciones de terribles detalles de las atrocidades cometidas para mantener el apartheid u oponerse a él.

"Le dimos café con narcóticos, y luego le disparamos a la cabeza y quemamos su cuerpo. Como un cuerpo humano demora entre 7 y 8 horas en consumirse, hicimos un braaivleis al lado, bebiendo cerveza y comiendo carne". ¡Cuán bajo puede hundirse un hombre en la falta de humanidad!

Cada vez que se publicaban historias así de horribles, teníamos que recordarnos a nosotros mismos que, en efecto, los actos eran demoniacos, pero que los hechores eran hijos de Dios. Un monstruo no tiene responsabilidad moral y no se le puede pedir que rinda cuentas de sus actos; sin embargo, y esto es incluso más grave, llamar monstruo a alguien cierra la puerta a toda rehabilitación posible. La justicia restaurativa y la ubuntu se basan firmemente en el reconocimiento de la humanidad fundamental de incluso el peor criminal posible.

No podemos renunciar a nadie. Si fuera verdad que la gente no puede cambiar y que si se ha sido un asesino una vez siempre se será, entonces todo el proceso de la CVR habría sido imposible. Ocurrió porque creímos que incluso el peor racista tenía la capacidad de cambiar. Y pienso que en Sudáfrica no lo hemos hecho mal, al menos eso es lo que el resto del mundo parece pensar de nuestra transformación y del proceso de la CVR. Pues el ojo por ojo nunca puede funcionar cuando las comunidades están en conflicto: las represalias producen contrarrepresalias del tipo de espiral sangrienta que vemos en Oriente Medio.

El tipo de justicia que practicó Sudáfrica – al que yo llamo justicia restaurativa-, a diferencia del desquite, no tiene una relación básica con el castigo, no es fundamentalmente punitiva. Restituye la paz social mediante la sanación. El crimen ha causado un quiebra en las relaciones y debe ser sanado. Considera al criminal como una persona, como un sujeto con un sentido de responsabilidad y un sentido de vergüenza, que debe ser reintegrado a la comunidad y no ser condenado al ostracismo social.

Hay mucha sabiduría en las viejas costumbres de la sociedad africana. La justicia era un asunto comunitario y la sociedad lograba altos niveles de armonía y paz social. Se creía que una persona lo es sólo a través de otras personas, y una persona rota necesita ser ayudada para sanar. Lo que el crimen ha roto debe ser restaurado, y el transgresor y la víctima deben recibir ayuda para reconciliarse.

La justicia como desquite a menudo hace caso omiso a la víctima, y el sistema usualmente es impersonal y frío. La justicia restaurativa da esperanza. Cree que incluso el peor criminal puede convertirse en una mejor persona.

Esto no significa tener mano blanda con el crimen. Los criminales deben darse cuenta de la gravedad de sus actos mediante el tipo de sentencias que reciban, pero debe haber esperanza, esperanza de que el criminal pueda llegar a ser un miembro útil de la sociedad tras pagar el precio que le debe. Cuando actuamos como si realmente creyéramos que algo puede ser mejor, ese algo puede llegar a ser mejor y a menudo superar nuestras expectativas.

[tomado de http://www.almendron.com/tribuna/1616/¿desquite-o-reconciliacion/]

Desmond Tutu

Desmond Tutu es Arzobispo Emérito Anglicano de Ciudad del Cabo, Sudáfrica, y Premio Nobel de la Paz 1984.

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