jueves, 29 de octubre de 2009

Jueves 29 de octubre

Los 10 mandamientos para un debate sobre el aborto

Ni los jerarcas religiosos deberían monopolizar la moral y sancionarla con condenas, ni las presuntas posturas defensoras de la mujer deberían jugar demagógicamente con la apelación a derechos ilimitados de ésta para decidir sobre su cuerpo, postula teólogo católico español. Un debate democrático sobre la materia debe procurar, antes que aplastar al otro bando, buscar creativamente puntos de coincidencia para leyes que dispongan del más amplio consenso posible.

En una columna publicada en el diario español El País, el teólogo jesuita de esa nacionalidad Juan Masiá, profesor de bioética de la Universidad Católica de Osaka (Japón), ha entregado un decálogo de sugerencias que podrían contribuir a sacar del atolladero en que se encuentra desde hace tiempo en diversas sociedades democráticas del mundo el debate sobre el aborto.

La lacerante discusión se arrastra desde hace décadas en Estados Unidos, donde el aborto es legal, pero se discute si hacerlo o no más expedito, para espanto y rechazo virulento de muchos católicos. La discusión ha suscitado un severo enfrentamiento entre el Presidente Barack Obama, un cristiano convencido, y la jerarquía católica estadounidense y el Vaticano. En varios otros países del mundo se reproduce esta polarización de posturas. En Chile, el debate se lleva a cabo en forma larvada y un tanto hipócrita, usándose como excusa la llamada píldora del día después, cuya distribución masiva impulsa con decisión el gobierno de Michelle Bachelet, sin perjuicio del rechazo de una minoría que considera o sospecha que el fármaco es abortivo.

Hay quienes enfrentan este debate con una frivolidad de la cual se jactan, ya que consideran que ello constituye una muestra elocuente y indesmentible que son personas modernas, que no se complican la vida con "prejuicios valóricos". Para ellas, el sexo es una actividad básicamente recreativa que se debe ejercer sin mayores atados, cuidando eso sí de no contraer enfermedades como el herpes o el sida y tomando precauciones anticonceptivas. Pero si la mujer llega a embarazarse contra su voluntad, entonces hay que deshacerse cuanto antes del problema, recurriendo al aborto si no hay más remedio, lo cual, a estas alturas del desarrollo tecnológico, es un procedimiento rápido y seguro si se lleva a cabo en condiciones adecuadas. Y aquí no ha pasado nada.

POLARIZACION Y VIOLENCIA

Descontados estos hombres y mujeres tan modernos, en una y otra trinchera, la de quienes defienden y la de quienes rechazan el aborto, hay personas de buena voluntad que abogan por sus posturas movidas por un sincero interés de proteger a las mujeres de situación más vulnerable o de asegurar mejores condiciones de vida a los que nazcan. Unos se llaman pro-vida, pero eso no significa que sus adversarios sean partidarios de la muerte: por el contrario, estos últimos quieren librar de la muerte a muchas mujeres que ponen en peligro sus vidas al recurrir al aborto clandestino cuando se ven enfrentadas a un embarazo que no pueden asumir. Los otros se denominan partidarios de la libertad, pro-choice, pero eso no significa que sus oponentes quieran esclavizar a las mujeres.

En una y otra trinchera hay creyentes, incluso cristianos, en numerosos casos católicos, hecho indesmentible y documentado, que los fanáticos de uno y otro lado no debieran ignorar o desconocer.

La polarización de las posturas ha llegado a tal punto que parece que ya no hay esperanzas de que las partes lleguen a acuerdos siquiera mínimos. En Estados Unidos fue hace poco asesinado un médico que realizaba abortos en contra de fetos de hasta seis meses, ejecución a sangre fría perpetrada al interior de una iglesia luterana a cuyo servicio religioso asistía la víctima, por parte de un militante partidario de la vida. Los promotores de la libertad de elegir, por su parte, extreman sus posturas y llegan a propiciar el aborto libre hasta una edad en la que el feto es ya perfectamente viable.

En este escenario, las consideraciones formuladas recientemente por el teólogo Juan Masiá pueden contribuir a que esta pugna dé a luz un diálogo más constructivo, que eleve la ética de las respectivas sociedades.

Punto clave es que así como ningún gobierno tiene derecho a arrogarse el monopolio de la democracia, ninguna iglesia o confesión religiosa tiene derecho a arrogarse el monopolio de la moral en el debate de los llamados temas valóricos. Cuando la tradición del debate político está arraigada en una sociedad sanamente plural, laica y democrática, no tiene sentido que un determinado grupo cultural o religioso se erija en portavoz exclusivo de la moral ante la opinión pública, como tampoco se concibe que haga tal imposición un determinado sector político.

Al gobierno, que en toda democracia es el responsable de la promoción del bien común, le corresponde no exasperar, ni burlarse ni aplastar a ningún sector, aunque éste sea minoría, sino procurar, recurriendo al máximo de creatividad, construir consensos siquiera mínimos entre los bandos en pugna. Posiblemente a uno y otro lado de la barricada habrá muchos que coincidan en que es preferible prevenir los embarazos no deseados, que distribuir píldoras o crear secciones en los hospitales públicos para realizar abortos; o favorecer la adopción de bebitos antes que destinar personal médico a extraer fetos.

Las organizaciones profesionales, los medios de comunicación, las entidades educacionales, los científicos y por cierto los representantes de tradiciones religiosas ejercen su derecho a contribuir al debate cívico, enriqueciéndolo con aportes intelectuales o testimoniales y matizándolo con cuestionamientos; pero no pueden imponer esas opiniones saltando por encima de las reglas constitucionalmente consensuadas por la comunidad política para su funcionamiento parlamentario. Todos pueden proponer, pero sin imponer. Todos pueden cuestionar, pero sin condenar.

Ahí está clave de un debate democrático, que respete los derechos de los ciudadanos, según el teólogo Masiá, quien critica la situación que prevalece al respecto en España. "Aparecen a menudo ante la opinión portavoces eclesiásticos que enarbolan la bandera de la moral, presuntamente amenazada por el gobierno, tentando a portavoces de las autoridades para que entren al trapo devolviendo la pulla, con el regocijo de quienes pescan morbo informativo en el río revuelto de la polémica".

En tal sentido, cabe dejar constancia de la ambigua postura que asumió el presidente de la Conferencia Episcopal de Chile, Alejandro Goic, cuando concurrió ante la comisión especializada de la Cámara de Diputados que analizaba el proyecto de ley propuesto por el Gobierno para facilitar la entrega gratuita de la píldora del día después a mujeres pobres. Por una parte, el prelado dejó en claro que concurría "con respeto y humildad"; por el otro, empero, criticó que el tema fuese debatido en vísperas de elecciones presidencial y parlamentarias, en circunstancias de que el período preelectoral constituye un momento privilegiado, toda vez que los ciudadanos tienen derecho a votar informadamente acerca del pensamiento de las personas que aspiran a dirigir el Estado y elaborar las leyes.

También en España el debate sobre la interrupción del embarazo, nombre de fantasía con que se denomina el aborto, ha asumido las características de una guerra a muerte entre dos bandos que buscan deslegitimar y aplastar al otro, se queja Juan Masiá. "Parece un pugilato de izquierdas contra derechas, Gobierno contra Iglesia, posturas pro mujer contra posturas pro vida, defensa de madres contra protección de fetos y un interminable etcétera de oposiciones maniqueas". Si se ha llegado a un callejón sin salida, es porque, diagnostica el teólogo, "seguimos sin aprobar la asignatura pendiente: proponer sin imponer; despenalizar sin fomentar; cuestionar sin condenar; concienciar sin excomulgar".

En el caso de parlamentarios creyentes, de uno y otro lado, el teólogo hace votos para sepan conjugar su conciencia religiosa con la prudencia legislativa, sin condicionamientos de pertenencia confesional o política. "Sabrán que no todo lo éticamente rechazable ha de ser penalizado, ni tampoco lo despenalizado es, sin más, éticamente aprobable. Sin ceder a presiones, ni de cúpulas partidistas o religiosas, buscarán conjugar la protección de la vida naciente con la necesidad de evitar aquellos excesos penales que harían un flaco favor a la vida que se desea proteger".

DECALOGO

El decálogo propuesto el catedrático jesuita encuentra su origen a fines del siglo pasado y se basa en el intercambio que mantuvo en Tokio con otro jesuita, el padre Javier Gafo, en el marco del programa de colaboración entre la Cátedra de Bioética de la Universidad Pontificia de Comillas, el Instituto de Ciencias de la Vida de la Universidad Sofía y la conferencia episcopal japonea.

La consideración de este decálogo puede complementarse con las lúcidas reflexiones sobre bioética planteadas recientemente por el Cardenal Carlo María Martini.

1) Evitar el dilema entre pro-life y pro-choice. Posturas opuestas pueden coincidir en que el aborto no es deseable, ni aconsejable. Hay que unir fuerzas para desarraigar sus causas. Nadie debe sufrir coacción para abortar contra su voluntad y debe mejorarse la educación sexual para prevenir los embarazos no deseados.

2) No mezclar delito, mal y pecado. Rechazar desde la conciencia el mal moral del aborto es compatible con admitir, en determinadas circunstancias, que las leyes se abstengan de penalizarlo como delito. El apoyo a esas despenalizaciones no tiene por qué identificarse necesariamente con la actitud de favorecer frívolamente el aborto.

3) No ideologizar el debate. Evitar agresividad contra cualquiera de las partes, no hacer bandera de esta polémica por razones políticas o religiosas y no arrojarse mutuamente a la cabeza etiquetas descalificadoras ni excomuniones anacrónicas. Ni el aborto deja de ser un mal moral cuando la ley lo despenaliza, ni la razón de considerarlo mal moral depende de una determinación religiosa autoritaria.

4) Dejar margen para excepciones. No formular las situaciones límite como colisión de derechos entre madre y feto, sino como conflicto de deberes en el interior de la conciencia de quienes quieren (incluida la madre) proteger ambas vidas.

5) Acompañar a las personas antes de juzgar los casos. Ni las religiones deberían monopolizar la moral y sancionarla con condenas, ni las presuntas posturas defensoras de la mujer deberían jugar demagógicamente con la apelación a derechos ilimitados de ésta para decidir sobre su cuerpo. El consejo psicológico, moral o religioso puede acompañar a las personas, ayudándolas en sus tomas de decisión, pero sin decidir en su lugar ni dictar sentencia contra ellas cuando la decisión no es la deseable

6) Comprender la vida naciente como proceso. La vida naciente en sus primeras fases no está plenamente constituida, de modo que no cabe exigir el tratamiento correspondiente al estatuto de persona, pero eso no significa que pueda considerarse el feto como mera parte del cuerpo materno, ni como realidad parásita alojada en él. La interacción embrio-materna es decisiva para la constitución de la nueva vida naciente y merece el máximo respeto y cuidado: a medida que se aproxima el tercer mes de embarazo aumenta progresivamente la exigencia de ayudar a que éste se lleve a término. Para evitar confusiones al hablar de protección de la vida, téngase presente la distinción entre materia viva de la especie humana (por ejemplo, el blastocisto antes de la anidación) y una vida humana individual (por ejemplo, el feto más allá de la octava semana).

7) Confrontar las causas sociales de los abortos no deseados. No se pueden ignorar las situaciones dramáticas de gestaciones de adolescentes, sobre todo cuando son consecuencia de abusos. Sin generalizar, ni aplicar indiscriminadamente el mismo criterio para otros casos, hay que reconocer lo trágico de estas situaciones y abordar el problema social del aborto, para reprimir sus causas y ayudar a su disminución.

8) Afrontar los problemas psicológicos de los abortos traumáticos. Es importante prestar asistencia psicológica y social a quienes cuya toma de decisión dejó cicatrices que necesitan sanación. No hay que confundir la contracepción de emergencia con el aborto. Pero sería deseable que la administración de recursos de emergencia como la llamada píldora del día siguiente fuese acompañada del oportuno aconsejamiento médico-psicológico.

9) Cuestionar el cambio de mentalidad cultural en torno al aborto. Es necesario repensar el cambio que supone el ambiente favorable a la permisividad del aborto y el daño que eso hace a nuestras culturas y sociedades

10) Tomar en serio la contracepción, aun reconociendo sus limitaciones. Fomentar educación sexual con buena pedagogía, enseñar el uso eficaz de recursos anticonceptivos y la responsabilidad del varón, sin que la carga del control recaiga sólo en la mujer. Sin tomar en serio la anticoncepción no hay credibilidad para oponerse al aborto; hay que fomentar la educación sexual integral, desde higiene y psicología a implicaciones sociales, e incluya suficiente conocimiento de recursos contraceptivos, interceptivos y contragestativos.

[tomado de http://www.creyentes.cl/wp/2009/07/los-10-mandamientos-para-un-debate-sobre-el-aborto/]

Nota: Esta reflexión es un aporte al diálogo entre la fe y la política y no implica ninguna relación del autor con la Coalición Cívica. Para suscribirse al servicio gratuito de reflexiones diarias sobre la política desde la fe, envíe un mensaje en blanco a: elcorazondelapolitica-subscribe@gruposyahoo.com.ar

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