jueves, 22 de octubre de 2009

Jueves 22 de octubre

Debray quiebra lanzas por lo sagrado

Conocido filósofo francés reconoce las limitaciones de "la religión de los derechos humanos" y del culto a la ecología como base de sociedades más fraternales y reivindica la importancia irrenunciable del fenómeno religioso para recuperar el sentido del "nosotros". A diferencia de John Lennon, que soñó con un mundo sin religiones, "nada por lo cual matar o por lo cual morir, toda la gente viviendo en paz", el beato materialista, que así se califica Debray, reivindica la importancia capital de lo sagrado



El tema de la política, en lo que atañe a la esencia de de este quehacer, vale decir los vínculos de carácter social, la vida en común de los integrantes de una sociedad, se encuentra en la médula de la obra de Regis Debray desde que en 1981 publicara su obra maestra, "Crítica de la razón política", señalaba Le Monde des Religions (el mundo de las religiones), suplemento especializado del prestigioso diario francés Le Monde, a manera de introducción a una entrevista al conocido intelectual que décadas atrás estuvo ligado a la aventura guerrillera de Ernesto Che Guevara. Una presentación cuyo contenido difícilmente podría alguien objetar. Lo que sí provocará la sorpresa de muchos es que al cabo de décadas de reflexión y estudio, el otrora ideólogo marxista haya desembocado en una decidida valoración de la religión.

En su libro más reciente, "Le moment fraternité", que en forma libre podría traducirse como "La hora de la fraternidad", aunque no está disponible todavía en castellano, plantea en sustancia que toda sociedad se basa en un principio invisible, pero que resulta determinante para asegurar un grado de cohesión siquiera mínimo entre sus integrantes. Se trata de una obra que al decir de diversos especialistas es una reflexión estimulante acerca de los las limitaciones de la "religión civil de los derechos humanos" y las potencialidades del concepto de la fraternidad, cuyos raíces se hunden en los comienzos de la humanidad. "Quien se interese en el futuro de nuestras sociedades no puede dejar este lúcido ensayo, a veces inquietante, siempre esclarecedor", dice Le Monde.

INDIVIDUALISMO Y COMUNIDAD

El ensayo parte con una reflexión acerca de por qué, a juicio de Debray, lo sagrado constituye un imperativo para toda sociedad, una de las conclusiones no poco sorprendentes a las que ha arribado al cabo de largos años de ejercicio intelectual. "Aquello que nos une, nos sobrepasa, para bien o para mal" sentencia el filósofo francés.

¿De qué manera, en el reino del "yo", fragmentado en miles de millones de individualidades, se puede recuperar el sentido y la fuerza del "nosotros" del Padre Nuestro, para decirlo en términos cristianos? Se trata, según se señala en la contrapartida del libro, del desafío probablemente más decisivo de nuestra época, lo que explica el empeño de Debray por ponerlo de relieve. En efecto, si los seres humanos no llegan a tomar conciencia y a adoptar las decisiones correspondientes, de que enfrentamos desafíos de alcance planetario, por ejemplo el recalentamiento global, para lo cual se requiere una mentalidad que privilegie el nosotros, antes que el interés egoísta, entonces el futuro mismo de la especie está en grave peligro. Este libro, escrito antes del estallido de la crisis financiera de 2008, se basa en la convicción de que la globalización de la economía no conseguirá por sí sola construir una auténtica sociedad.

¿Cómo crear comunidad y qué es lo que permite a una entidad moral no desaparecer junto con las personas que la componen? Debray confiesa que hace décadas que se viene planteando esa pregunta. A todas luces la unión no se produce en forma espontánea; por algo ciertos pensadores han postulado que el hombre es el lobo del hombre y, apuntamos nosotros, venimos al mundo con el pecado original a cuestas, lo que nos dificulta el establecimiento de relaciones gratificantes con los demás e incluso con nosotros mismos. Y, sin embargo, proliferan por doquier entidades que dan cuenta del afán gregario del ser humano: naciones, etnias, tribus, partidos, agrupaciones, organizaciones sociales, clubes, iglesias. Entonces, ¿cuál es el factor que permite que un rompecabezas se transforme en una obra arquitectónica durable?

IMPORTANCIA CLAVE DE LO SAGRADO

Aventura el autor una respuesta: la clave reside en el sentido de trascendencia, un factor que se ubica más allá de lo inmediato. Para asegurar la adhesión de los individuos a una sociedad se requiere un punto de ausencia, un nicho fundador, un vacío eminente, que puede consistir en un antepasado, un texto, un evento, un mito, una expectativa. El punto de fuga, lo que garantiza tanto la continuidad como la cohesión, esto es lo que Debray denomina "lo sagrado". "Veo allí una necesidad inmutable, aunque con expresiones muy disímiles, ya que cada grupo humano produce su sagrado: no es lo mismo congregarse a los pies de la estatua de Atenea, de una imagen de Jesucristo, de la tumba de Lenin o del panteón en homenaje a Lincoln".

Así, pues, para este pensador que fue uno de los primeros en acometer la revisión del marxismo ateo, aun las sociedades más secularizadas o indiferentes al fenómeno religioso, requieren dar cabida a lo sagrado, con "lo irracional" que ello entraña en un mundo que rinde pleitesía a la ciencia y la técnica.

"En mi condición de beato materialista", declara con evidente ironía, creí por mucho tiempo que podríamos prescindir de lo sagrado, haciendo del hombre su propio padre y reduciendo toda comunidad de destino a una fácil autogestión. Pero he terminado por admitir que en todas partes hay un día de la semana dedicado a algo distinto que la vida del trabajo y el quehacer cotidiano. Al no encontrar sociedad o nación alguna que carezca de un centro neurálgico cristalizador de un recuerdo o una esperanza, abordo el misterio mediante la observación de lo visible. Al describir lo que tienen en común todos estos "lugares" carismáticos, trátese de un monumento, un muro, un mausoleo, una cripta, compruebo que se trata de lugares de reunión y espacios confinados. Es lo que nos permite vivir juntos y, al mismo tiempo, nos diferencia de otros que no pertenecen a la comunidad. Es el doble papel que asume lo sagrado"

LA UTOPIA DE JESUS

En la mencionada entrevista se hace presente al autor que Jesús se las jugó por dejar de lado esta lógica que confina lo sagrado a un espacio, comunidad o territorio determinado. En el diálogo que sostiene junto a un pozo con una mujer samaritana, Jesús anuncia que se acerca la hora en la que se adorará a Dios sin tener que venir a este monte o ir Jerusalén, ya que sólo importará hacerlo de un modo espiritual y verdadero. Pero a poco andar, tras la partida de Jesús, sus seguidores cedieron a la tentación y volvieron a una sacralidad que contiene y acoge y, por eso mismo, termina excluyendo.

Debray juzga con benevolencia esta desviación, considerando que es fruto casi inevitable de la naturaleza humana. Lamentable, pero ineludible. El Mesías propone una formulación bellísima, un ideal maravilloso, pero el cristianismo la ha aplicado en la medida de lo posible. De la utopía teológica a una antropología más bien abusiva respecto de la gran promesa. Jesús vino a decirnos que ya no era necesario concurrir al templo para comunicarse con Dios, que es espíritu y mora en el corazón de cada ser humano. Más tarde, la praxis que adopta la Iglesia desconoce el mensaje que le había dado origen. La eucaristía, sí, pero al interior de un templo, y celebrada por un hombre especial, un sacerdote.

Debray considera inevitable la tensión que en todas las civilizaciones se percibe entre la religión institucional, que requiere definir los límites de lo sagrado, y las corrientes o tendencias místicas que buscan su universalización, al estilo de lo que postula el Evangelio. Los místicos abren el camino y a sus espaldas, los discípulos levantan los muros para proteger un conjunto de verdades doctrinales, normas reglamentarias, con su correspondiente jerarquía y burocracia. Es el proceso que se observa tanto en el desarrollo del judaísmo, el cristianismo y el islamismo Hay un sufí y el imán. Están el abate Pierre y el cardenal…"

DERECHOS HUMANOS, RELIGIÓN QUE TIENE SUS BEATOS


Debray sostiene que la sacralidad moderna en Occidente se encarna en la declaración de los derechos humanos. Una religión civil ante la cual el autor se plantea en forma muy crítica, como si ese ideal de los derechos humanos no fuese suficiente para construir un mundo pacífico y sustentable. Es que percibe que esta nueva religión, "de los infieles", como llama, exhibe la misma tensión que se observa en el cristianismo entre la inspiración de partida y la institución de llegada. Entre el texto de las Bienaventuranzas y las cruzadas exterminadoras de infieles.

Así como cabe achacar al cristianismo las fechorías perpetrados por los cristianos ni los del comunismo a los planteamientos filosóficos de la Ilustración europea del Siglo de las Luces, sería injusto culpar al ideario de los derechos humanos por los errores de Occidente, que hoy los promueve. Nadie puede negar que hay un avance formidable en el reconocimiento y vigencia de los derechos de la persona. Lo que puede sin duda provocar exasperación es observar que esta aspiración, dotada de una legitimidad indiscutible, coexiste con sistemas de poder y de dominación bien estructurados, los cuales se nutren del cinismo, la injusticia y los prejuicios.

En su condición de laicista convencido y devoto, señala Debray, exige una separación tajante entre lo espiritual y temporal, entre el ideal regulador y el aparato estatal. De lo contrario, el humanitarismo degenerará en un nuevo clericalismo. Se percibe en Occidente un complejo de superioridad tan acentuado, tal arrogancia, que los derechos humanos se han convertido en un sistema de exclusión, de no reconocimiento del otro, es decir de un verdadero obstáculo para el cambio. La autosuficiencia moral hace que nuestra conciencia pierda sensibilidad. Ya no se trata de una civilización narcisista, sino que de algo peor, toda vez que hemos caído en el autismo, que es la negación de la fraternidad. Eso es lo inquietante: la profunda indiferencia del occidental promedio respecto del otro, en tanto que otro (prójimo).

De manera, pues, que lo que debía ser un pensamiento de amplio alcance ha terminado convirtiéndose en un instrumento de exclusión, aunque los beatos de esta nueva religión de infieles carezcan de la autocrítica suficiente para percibirlo. Nuestros
particularismos se revisten de universalismo, alega Debray. Se dirá que es lo clásico: "No matarás, no codiciarás la mujer de tu prójimo, respetarás a tu prójimo". Pero quién es este otro, portador de derechos inalienables, al que, al estilo de la Biblia, se nos ordena respetar? No es el hombre del otro lado de la montaña, sino el correligionario, el hermano o el primo. Es imperativo recordar los derechos inalienables de la persona, sin jamás olvidar que el grupo no se comporta como una persona. Y que el individuo no tiene nunca, en estos asuntos, la última palabra.

Debray llega a jugar de profeta. "Llegará el día, en un siglo o dos, en que nos asombraremos de nuestra antropo-latría (adoración por el ser humano individual) y nos percataremos de que esta religión de los DDHH un tanto estrecha la marca infamante de una época de ilusiones en la que el individuo era todavía considerado el centro del universo, escindiéndoselo, segregándoselo, desvinculándoselo de la naturaleza y de la vida. Esta disociación provocará sonrisas compasivas en tiempos en los que se hablará de los derechos de todo lo viviente y de los deberes humanos respecto del mundo".

HERMANOS MAS ALLA DE LA SANGRE

Pregunta clave para el autor por parte de Le Monde. ¿Por qué atribuye importancia tan decisiva a la fraternidad, al punto de situarlo en el corazón mismo de este ensayo? Respuesta: porque cae dramáticamente en el olvido cuando, como sucede en nuestra época, la economía se enseñorea de todo. "Quiero precisar que a mi juicio se trata menos de un trabajo, que de un ejercicio, una gimnasia. Me refiero, por supuesto, a las fraternidades electivas. La fraternidad es lo contrario del parentazgo biológico. Lo que también me intriga es el porqué de este retroceso, de esta falta de herencia (ausencia de herederos).

La fraternidad, impensable en la Antigüedad, se torna posible con el monoteísmo y pensable con el cristianismo, que la puso en práctica en la vida monástica. La Revolución Francesa catapulta este tema espiritual al escenario político. No creo que existan muchas culturas que hayan visualizado una fraternidad que exceda los lazos de sangre, origen étnico o religión.

Entre nosotros, dice el filósofo francés, se encuentra vinculada a la idea de nación, es decir, a una comunidad de iguales ante la ley, independientemente de la etnia de cada quien, es decir la Patria, concepto al mismo tiempo maternal y viril. Cuando se observa el advenimiento de este principio en la historia de Francia, nos percatamos de que está relacionado con el auge del romanticismo cristiano de mediados del siglo XIX, exactamente en 1848, cuando Jesús era el proletario de Nazareth, en oposición al Papa y los privilegiados.

Sin embargo, la primera manifestación política de la fraternidad cristiana o francmasona nos remite a esa madre de la que todos somos hijos y a la que debemos proteger, la Patria en peligro, en Valmy en 1792, señala Debray, aludiendo a la historia de su país. Se visualiza como una doble naturaleza de la fraternidad, tanto religiosa como guerrera, pero nunca benigna. De ahí la represión actual en Occidente, especialmente en Europa, que ya no quiere saber de guerra ni de comunión, como bien le consta a los inmigrantes africanos o de los países que formaban parte de la antigua Unión Soviética.

FRATERNIDAD BUROCRATICA

Sin duda alguna para Debray, la solidaridad es el nombre que adopta en los tiempos actuales la fraternidad. "La solidaridad es una fraternidad purgada de sus connotaciones evangélicas, su dimensión mesiánica, plebeya y combativa. Se trata de una fraternidad burguesa, burocrático, castrada, pero funcional". El católico que lee este texto desde Chile no puede menos que recordar que el Cardenal Raúl Silva Henríquez no bautizó como Vicaría de la Caridad, ni de la Fraternidad, sino de la Solidaridad, la agencia que creó en tiempos de la dictadura para salir en ayuda de los perseguidos políticos y sus familiares.

Debray dice abogar no por una fraternidad burocrática, fruto de normas legales, sino por experiencias vitales de fraternidad o más bien un tipo de sociedad que haga posible esos momentos. "Se ha llegado a tal punto de insolencia en lo tocante al exhibicionismo, la competencia, la fragmentación, el cada uno para su lado o por su cuenta, que todos necesitamos un respiro. Nos hace inmensa falta recuperar el sentido de "nosotros", más allá del individualismo exacerbado que pone todo el acento en el yo de cada quien. Es una cuestión de supervivencia, no sólo espiritual, sino física".

LA ECOLOGIA, TAMBIEN INSUFICIENTE

Según el autor de "La hora de la fraternidad", ésta sólo podrá vivirse de una manera renovada dentro del ámbito de lo sagrado, es decir, en la forma de las fraternidades locales, yuxtapuestas. Pero ¿no constituye la ecología, por ejemplo, una nueva religión civil, que, ante la amenaza de la destrucción del planeta estaría en condiciones de inducir a los seres humanos a una toma de conciencia del carácter comunitario del destino de la tierra, para utilizar la expresión de Edgar Morin en su libro La Tierra-Patria?

"A mi juicio, no cabe hablar de la fraternidad en ausencia del reconocimiento de una filiación voluntaria y cultural. En eso consiste el arte de inventarse una familia que no se nutre de la genealogía (al vínculo de la sangre). La idea de la Tierra Patria me resulta infinitamente seductora. Ella me parece, sin embargo, deficitaria a la hora de ponerla en práctica. La solidaridad por motivaciones ecológicas resulta perfectamente racional, por cierto. Todos somos vulnerables, estamos expuestos a los desastres y debemos hacernos del futuro. Sin embargo, dudo de que una comunidad de vulnerables pueda convertirse en una comunidad de amor. Los riesgos ambientales, sin duda innegables, ¿serán por sí mismos suficientes para generar una historia de amor?"

El filósofo y cientista político concede que probablemente está en marcha la construcción del estadio superior de la aventura de la especie humana, pero pasará mucho tiempo antes de que los pisos inferiores cesen las masacres. Sin una historia común, una palabra de leyenda, considera imposible que surja el fervor de la comunidad o que se comparta un clima de trascendencia. "No diviso qué podría contarnos la Tierra, ni en qué idioma hablarnos. Ella se manifiesta a los geólogos y químicos, pero el hombre común tiene necesidad de que le hablen poetas. Incluso a mí cuesta asociar la tierra natal, esa con t minúscula, y la Tierra con una" t "mayúscula, el planeta y la patria.

¡Ay, si los políticos de todas partes, y no sólo Obama en su campaña, fuesen capaces de comprender que no basta con ofrecer más escuelas, más hospitales, más bonos, mayor eficiencia de las burocracias, más píldoras del día después y para un rato más, olvidando por completo el para qué o el porqué de la existencia de los ciudadanos… seguramente nuestras sociedades, partiendo por la chilena, serían más vivibles! La distancia entre el mensaje de Debray y lo que preconizan los candidatos presidenciales chilenos es mayor que la que existe entre nuestro planeta y Júpiter. Sigamos, mejor, escuchando al pensador francés: ¿Puede la Tierra convertirse en un concepto mítico? ¿Puede ella seducirnos? ¿Murmurarme al oído? Sólo se destruye lo que es reemplazable Si quieres acabar con los himnos nacionales o las estrofas de La Internacional, inventa un himno universal que podamos cantar a coro. ¿Lo escribirás en inglés o en chino? Nadie entiende el esperanto…"

Confesión final de Debray: "Verán, mi error consiste en no ser utópico, mientras sigo experimentando alergia a los conservadores. Revolución y realismo no son conceptos antagónicos. La historia de las revoluciones me ha enseñado que "en cualquier lugar" (donde sea) no es un lugar … y que el ser humano no puede prescindir de un lugar donde asentarse".

Jesús fue un maravilloso utopista, termina diciendo el autor de "La hora de la fraternidad". Sin embargo, apenas un siglo más tarde sus discípulos sentían ya necesidad de disponer de pequeñas reliquias y de tener un punto de encuentro. Lo sabemos de antemano. Cuando se desdeña la necesidad de lo sagrado, éste nos atrapa por la espalda y nos degüella sin palabras. Asumamos el desafío sin engañarnos y saldremos mejor parados.

Con una música bellísima e inspirado por las mejores intenciones, John Lennon, el famoso ex Beatle, soñó así, poco antes de ser asesinado, en su célebre canción "Imagine": "Imagina que no hay paraíso, (es fácil si lo intentas)…, nada por qué matar o por qué morir, sin religión también, imagina toda la gente viviendo la vida en paz, una hermandad de hombres, imagina toda esa gente compartiendo todo el mundo". Sin embargo, el texto del filósofo francés pone en duda de que se pueda construir ese mundo más fraterno por la vía de erradicar de nuestras sociedades lo sagrado. Reflexión nuestra: la clave no está en el confinamiento de las religiones a los templos, en la mera tolerancia, a menudo desdeñosa frente a las religiones o lo religioso, sino en el esfuerzo de los creyentes para aprender a respetar al que cree o vive de una manera diferente su fe, incluso si ella consiste en el ateísmo.

[tomado de http://www.creyentes.cl/wp/2009/09/regis-debray-quiebra-lanzas-por-lo-sagrado/]

Redacción de CREYENTES.CL - Octubre 2009

Nota: Esta reflexión es un aporte al diálogo entre la fe y la política y no implica ninguna relación del autor con la Coalición Cívica. Para suscribirse al servicio gratuito de reflexiones diarias sobre la política desde la fe, envíe un mensaje en blanco a: elcorazondelapolitica-subscribe@gruposyahoo.com.ar

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