La utopía
La utopía ha sufrido un proceso de deterioro, que se refleja en la propia definición de algunos diccionarios, que acentúan su ingenuidad, su carácter irreal, quimérico, fantasmagórico. Tales derivaciones nada tienen que ver con el sentido que se le da en el pensamiento y en la literatura utópica. Lo que se ha impuesto en el lenguaje ordinario, en la vida social, es una caricatura. Así, a las personas utópicas se les considera carentes de sentido de la realidad, de estar en las nubes, de moverse por impulsos primarios, de actuar sentimentalmente, y no de manera racional. No es que se las califique de malas, pero sí de ajenas a la realidad.
Cuando se califica a una persona de utópica, lo que se quiere decir es que la tal no tiene los pies en la tierra y no sabe distinguir entre sus anhelos y su realidad.
En su sentido positivo, el término utopía se emplea como proyecto o ideal de un mundo diferente, donde brille la justicia, la paz y el pleno bienestar. Utopía es el horizonte de esperanza donde se desea llegar . . . y se llegará. En tanto el anhelo de un mañana diferente como la crítica del presente defectuoso…
Fe utópica que mira al futuro
Nuestra fe, nos dice la teología, es utópica en el sentido de estar fundamentada en la esperanza, de ser alimentada por la promesa y de proyectarse hacia delante, contra el anhelo de encontrar la sorpresa de otro mundo, el mundo prometido por Dios. La fe cristiana traiciona su sentido cuando se ancla en el pasado y deja de soñar en el futuro de Dios. El mañana esperado es el que tiene la fuerza de transformar el presente. Por eso la mirada es hacia el frente, como lo indica Isaías cuando dice: "Olviden las cosas de antaño; ya no vivan en el pasado. ¡Voy a hacer algo nuevo! Ya está sucediendo, ¿no se dan cuenta? Estoy abriendo un camino en el desierto" (Isaías 43:18-19). Esta mirada prospectiva es uno de los tres grandes distintivos de la fe judeo-cristiana, como lo señala con acierto Tamayo en una de sus últimas obras:
… la gran aportación de la religión judeo-cristiana a la humanidad puede resumirse en estas tres ideas: la existencia como historia frente a la existencia como eterno retorno de lo mismo, la esperanza como principio de vida, y la utopía como motor de la historia.
La historia, entonces, avanza hacia los propósitos eternos del Creador y culminará en el punto anunciado. ¡No queda la menor duda! La palabra final no es el mundo presente colmado de injusticias. No. Es el cielo nuevo y la tierra nueva anunciada por el profeta:
Presten atención que estoy por crear un cielo nuevo y una tierra nueva. No volverán a mencionarse las cosas pasadas, ni se traerán a la memoria. Alégrense más bien y regocíjense por siempre, por lo que estoy a punto de crear: una Jerusalén feliz, un pueblo lleno de alegría (Isaías 65:17-18)…
En respuesta a esta utopía, la fe y la teología se ponen a la orden de Dios para trabajar con solicitud en la erradicación de la injusticia y de los tantos males que niegan una y otra vez el plan generoso de Dios para la humanidad y la creación toda. Como lo afirma Moltmann:
Los que confían en Dios saben que Dios los espera, que Dios pone su confianza en ellos, que están invitados al futuro de Dios, y que por lo tanto tienen en sus manos la invitación más maravillosa de sus vidas.
Es una invitación que llena la existencia de esperanza, pero también de demandas y de costosos sacrificios…
[tomado de Harold Segura C., Más allá de la utopía, Kairos ediciones, capítulo 1, pp. 23-26]
Nota: Esta reflexión es un aporte al diálogo entre la fe y la política y no implica ninguna relación del autor con la Coalición Cívica. Para suscribirse al servicio gratuito de reflexiones diarias sobre la política desde la fe, envíe un mensaje en blanco a: elcorazondelapolitica-subscribe@gruposyahoo.com.ar
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