lunes, 6 de julio de 2009

Lunes 6 de julio

La fe y la patria

La fe en Dios, que es Padre de todos los hombres, nos da la conciencia de una fraternidad universal que va más allá de los límites de una nación. Todo hombre es mi hermano es el primer principio de la moral social, por ello el respeto que debemos al inmigrante. Sin embargo, esta universalidad de la fe no excluye el concepto de pertenencia y de Patria. Por el contrario, lo fortalece. La fe tiene un anclaje en lo concreto del lugar que he nacido. La fe, si bien es un don de Dios y se dirige a él, ella se encarna, se la vive desde lo propio de cada hombre. Por ello la fe, tal cual la hemos conocido de Jesucristo, nos debe llevar a amar y a trabajar por el bien de nuestra Patria.

Jesucristo es Hijo de Dios de un modo único y personal, pero nació para nosotros de la Virgen María en un país. Era judío. Esta realidad histórica de su nacimiento no lo encerró en los límites de una nación, porque él vino para todos. Testimonio de esto es la presencia de cristianos en diversas razas y regiones del mundo. Pero este universalismo de Jesús no significaba para él no amar y tener lazos especiales de pertenencia con el pueblo judío. El Evangelio nos dice que Jesús lloró por Jerusalén, su Patria, porque la amaba, se sentía parte de ella: "Cuando estuvo cerca y vio la ciudad (de Jerusalén), se puso a llorar por ella, diciendo ¡Si tú también hubieras comprendido en este día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos" (Lc. 19, 41).

Jesucristo lloró por Jerusalén, su Patria. Partiendo de este hecho, les decía el otro día a los fieles que concurrieron a la celebración de la Fiesta del Corpus Christi, después de cantar el Himno Nacional como expresión de nuestro amor de argentinos, les decía: "¿No tendríamos que llorar también nosotros por nuestra Patria, como lo hizo Jesús por Jerusalén?". Esta afirmación encierra, ciertamente, una crítica al estado actual de pobreza y marginalidad, de violencia, inseguridad y droga en que vivimos, pero también es un llamado a salir de esta situación que deteriora la dignidad del hombre y que nos tiene a los argentinos como principales responsables.

El llorar es un acto noble que nos habla de dolor, de sensibilidad y cercanía hacia aquello por lo que lloramos. Pero también es comienzo de conversión, de cambio de actitud y de compromiso para empezar algo nuevo o modificar lo que estaba equivocado. Esto supone una actitud de humildad para reconocer errores, pero también de esperanza para ver el futuro como un desafío al que nos debemos sentir llamados. Por ello, el llorar, lejos de ser un acto que nos ata al pasado o nos paraliza es, por el contrario, un principio que nos renueva y nos devuelve la alegría de nuestra identidad para emprender un camino de superación, sea en nuestra vida como en la sociedad.

Queridos amigos, que esta imagen de Jesús nos sirva para ver con ojos nuevos, tal vez purificados por el llanto, a nuestra Patria y a comprometernos con su futuro. Reciban de su Obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

Texto del micro radial de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, emitido por LT 9 (27 de junio de 2009). Tomado de AICA On Line del 3 de julio de 2009.

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

Nota: Esta reflexión es un aporte al diálogo entre la fe y la política y no implica ninguna relación del autor con la Coalición Cívica. Para suscribirse al servicio gratuito de reflexiones diarias sobre la política desde la fe, envíe un mensaje en blanco a: elcorazondelapolitica-subscribe@gruposyahoo.com.ar

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