jueves, 19 de noviembre de 2009

Jueves 19 de noviembre

La Declaración de Pasadena sobre Migración, Misión y Comunidad

Los participantes en la consulta "Migración, Misión y Comunidad", auspiciada por la Fraternidad Teológica Latinoamericana, reunidos en el Seminario Teológico Fuller (Pasadena, California) los días 27 y 28 de marzo, 2008, le agradecemos a Dios por el privilegio de haber participado en este encuentro . Nos hemos reunido para compartir nuestras experiencias y reflexiones sobre la tarea que el Señor nos ha encomendado y con un espíritu de amor fraternal y con esperanza en el Dios de justicia, emitimos la siguiente declaración como una expresión de lo que su Espíritu nos ha mostrado y de nuestro compromiso contraído con Él.

Nosotros/as, seguidores de Jesucristo, pastores/as, profesores/as, teólogos/as, y líderes denominacionales aquí representados/as, creyendo que Dios es el Señor soberano de la historia, las naciones y la tierra, queremos responder en fe a la enseñanza bíblica de llevar a cabo la misión de Dios. Por lo tanto, entendemos y reconocemos que como líderes pastorales y discípulos de Jesús, nuestro primer llamado es amar a Dios sobre todas las cosas y, como corolario, servir a quienes Dios ha traído a nuestras congregaciones. Así, reconocemos que nuestro compromiso de "obedecer a Dios antes que a los hombres" nos lleva a ministrar a los extranjeros en nuestro medio. La Biblia nos exhorta a que amemos y no maltratemos al extranjero. Las Escrituras también afirman que Dios defiende la causa de los huérfanos y las viudas, y que ama al extranjero. Para comprender la realidad actual en que viven muchos inmigrantes indocumentados, nos comprometemos a acompañarlos en las diversas áreas de sus vidas. Buscaremos formas de apoyar la dignidad intrínseca de cada persona, porque todo ser humano ha sido creado a la imagen de Dios. (Génesis 1:26-27; Éxodo 22:21-22; Levítico 24:22; Deuteronomio 10:18-19; Salmo 146:9; Rut; Ester; Marcos 12:30-31; Hechos 5:29; 20:28)

Contexto

En todo el mundo hay un movimiento migratorio continuo, no sólo entre países sino al interior de los mismos. Al emigrar de regiones rurales a centros urbanos para lograr mejores condiciones de vida, el migrante frecuentemente experimenta prejuicio y rechazo. De manera similar, hay un gran flujo migratorio desde nuestros países latinoamericanos hacia los Estados Unidos y esto genera, a menudo, las mismas reacciones negativas que no permiten una integración plena de los inmigrantes a la sociedad estadounidense. La visión del Reino de Dios que incluye a gente de toda nación y lengua nos motiva a crear iglesias y comunidades que valoren las diferencias del estilo de vida de los inmigrantes. Mientras que en los Estados Unidos la ley le cierra el camino al inmigrante, en el Sur global se abren vías legales cada vez más amplias a las compañías multinacionales. Se logran acuerdos de comercio que facilitan la migración libre de capital, recursos, productos y ganancias. Sin embargo, se bloquea el tránsito libre de la mano de obra, del inmigrante, quien se ve cada vez más presionado a desplazarse por el efecto económico de estos mismos acuerdos. Lejos de tomar como marco inmutable las leyes actuales, y como iglesia que cree en el poder del Resucitado quien traspasó la frontera entre Dios y la humanidad, debemos ser los primeros en promover cambios en las leyes y en buscar otras alternativas que fomenten la integración de los inmigrantes en nuestra sociedad. Reconocemos también la necesidad de reformas migratorias integrales que tomen en cuenta los temas de trabajo, familia y seguridad entre otros. (Éxodo 1:8-14; Levítico 23:22; Ester 4:12-14; Rut 2:1-23; Jeremías 29:7; Lucas 10:1-12; Apocalipsis 7:9-17)

Dentro de este marco migratorio, la mujer enfrenta desafíos particulares, pues muchas de ellas se quedan solas en sus países esperando la ayuda económica de sus esposos, hermanos e hijos que han emigrado. A menudo interpretan la ausencia de sus seres queridos como un abandono emocional, y les toca jugar el papel de padre y madre para los hijos e hijas. Cuando se da el caso que la mujer emigra a otro país, ella tiene que enfrentar un nuevo entorno y debe aprender nuevas reglas de juego para sobrevivir y sacar adelante a su familia. Si es indocumentada, es muy difícil que encuentre protección legal en caso de abuso doméstico o de violación. Otro desafío se presenta dentro de la iglesia cuando las mujeres cristianas reciben el llamado al ministerio. Ellas tienen que enfrentar las restricciones del modelo patriarcal tanto en la cultura inmigrante como en la mayoritaria. Entonces ellas, bajo la guía del Espíritu, son pioneras en abrir camino para servir a su propio pueblo con la autoridad de pastoras y predicadoras. (Hechos 18:26; Romanos 16:1-2, 7; Gálatas 3:28)

Fundamentos bíblico/teológicos

La iglesia, el pueblo de Dios, es un pueblo peregrino, tanto en el sentido histórico/geográfico, como en el sentido escatológico, dado que su identidad primaria es el Reino de Dios. Así, encontramos en la Biblia el mandato de cuidar al inmigrante o extranjero con compasión, igualdad y justicia de la misma manera que al huérfano o la viuda. La ley del Antiguo Testamento con relación a los extranjeros era el medio para revelar el corazón de Dios y expresaba el amor y la disciplina, buscando siempre aceptar y proteger al extranjero y procurar medios para su integración al pueblo de Dios. El pueblo debía recibir al extranjero en su medio -sin por ello desviarse de la adoración exclusiva de Dios-, y el extranjero debía, a su vez, someterse a la ley de Dios. Reconocemos que, a través de la historia, el proceso de inmigración, intencional o no, ha sido un medio para el cumplimiento de la misión de Dios. Dios llama al inmigrante no sólo a ser objeto sino más bien a ser sujeto de misión y renovación de las congregaciones y denominaciones. El llamado de Abraham y Sara sigue siendo un paradigma para nuestro llamado de ser bendición para todas las naciones. La naturaleza mestiza, familiar, transnacional y apostólica de la iglesia latina nos capacita para ser agentes de misión que se adaptan a los contextos cambiantes. Aunque la iglesia reconoce la complejidad institucional de la situación de los inmigrantes indocumentados, ella está llamada a recibirlos y protegerlos, mientras espera el cielo nuevo y la tierra nueva donde todos los pueblos, de todas las lenguas y naciones, adorarán juntos al Rey de reyes y Señor de señores. (Génesis 12:1-3; Éxodo 22:21-22; Hechos 18:2; Efesios 2:19; Hebreos 11:8-10, 13; 1ª Pedro 2:13)

Afirmaciones

  • Celebramos la presencia de las iglesias de los inmigrantes con su vitalidad y testimonio en los Estados Unidos.
  • Celebramos el esfuerzo y diálogo que muchas iglesias han logrado para dar atención pastoral y ayuda legal a los indocumentados.
  • Reconocemos que somos partícipes en los pecados estructurales, sistémicos, eclesiales, y familiares que afectan la situación de explotación de los inmigrantes.
  • Aceptamos el reto de combatir el temor y el desconocimiento del "otro" que es diferente a nosotros. Nos comprometemos a promover un diálogo y acercamiento con las iglesias y los sectores no latinos de la sociedad.
  • Reconocemos el llamado y ministerio de las mujeres dándoles las mismas oportunidades de educación, liderazgo y ministerio que los varones, reconociendo que su llamado viene del Espíritu.
  • Declaramos que las iglesias deben emprender un proceso de educación continua sobre la situación de los inmigrantes con el fin de concientizar a nuestras comunidades de sus derechos y responsabilidades civiles.
  • Reconocemos que las leyes actuales de inmigración contienen elementos abusivos e injustos; por lo tanto nos comprometemos a tomar iniciativas que promuevan cambios significativos en la legislación vigente.
  • Declaramos que las iglesias deben facilitar la integración de los inmigrantes dentro de la sociedad así como el aprecio de su riqueza cultural por parte de la cultura mayoritaria.
En espíritu de humildad y arrepentimiento, nos consagramos de nuevo a Dios Padre que ama al extranjero, a la viuda y al huérfano, a Jesucristo que nos amó hasta la muerte, y al Espíritu Santo que renueva a su pueblo, impulsándolo a cumplir su misión, para la gloria de Dios.

[tomado de http://www.lupaprotestante.com/index.php?option=com_content&task=view&id=1282&Itemid=128]

Nota: Esta reflexión es un aporte al diálogo entre la fe y la política y no implica ninguna relación del autor con la Coalición Cívica. Para suscribirse al servicio gratuito de reflexiones diarias sobre la política desde la fe, envíe un mensaje en blanco a: elcorazondelapolitica-subscribe@gruposyahoo.com.ar

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