En tiempos violentos, siempre es posible trabajar para la paz
Hace unos días nos ¿sorprendíamos? una vez más con un hecho de violencia protagonizada por jóvenes argentinos hacia un adulto argentino que viajaba en su auto por una calle del Gran Buenos Aires.
Podría haber sido en nuestra Capital, o en una rotonda europea o en la pendiente selvática en un morro de una favela carioca. El mundo anida violencia. Un caso entre miles.
Violencia, en una de sus acepciones, para la Real Academia Española significa "una acción contra el natural modo de proceder". Acción protagonizada por el hombre en ejercicio de su voluntad. Y pregunto: ¿qué se espera de un joven frente a un adulto en una calle, de una ciudad, de un país, de un continente de este mundo? ¿Cuál sería una actitud natural al proceder? Cualquiera menos la violencia. Indiferencia o desprecio, en el peor de los casos; cordialidad y bienvenida en el mejor de ellos.
Pero, como líquido que se amolda a las situaciones y sin reparos éticos ante los sanos modos de convivencia social, la violencia se adueña, genera sucesos, induce, y hasta pareciera panacea —como oasis que calma la sed de algunas angustias humanas— ante desgracias colectivas que no plantean un horizonte claro y posible de solución.
Jesús también vivió en tiempos violentos en los que el poder se ejercía por la dominación de los más débiles. Altos tributos, pobreza y esclavitud, hambrunas y guerras. Ésas fueron algunas de las coordenadas de esa historia que caminó Jesús por las polvorientas calles de Jerusalén. Calles en las que conoció amigos, miró a los ojos a sus enemigos, se cruzó con la vida y con la muerte. Calles que fueron cielo en su amparo y también suelo en su calvario.
Hoy nuestras calles no difieren mucho de aquellas en las que podemos ver rostros amables y de los otros. ¿Cómo transmitir, con posibilidades y no solamente con probabilidades, que la convivencia social en paz es un horizonte a alcanzar?
Situaciones de violencia en las calles nos ponen frente a jóvenes que atacan a un "otro" desde su no-educación, su no-familia, su no-contención social, su no-salud, su no… sí, su no-amor. Todas las repuestas sociológicas y psicológicas no pueden pasar por alto esta verdad y necesidad tan fundamental para el desarrollo sano de la personalidad.
Hay cosas que no se transforman por decretos y con leyes, sino con la capacidad de apuesta como sociedad a algunos síes. Y en lugar de esa violencia incorporada que se ha hecho callo y no nos sorprende, se puede presentar ante los niños y jóvenes una amistad social desde las instituciones, generando familia, trabajo digno, escuela para todos.
Una mirada diferente frente a los otros que excluya la competencia instintiva y malsana: mi próximo no es mi enemigo porque tiene más cosas materiales que yo, es mi prójimo porque está cerca y quizás me necesita. Pero esta manera de mirar, que seguramente lleva a una manera de proceder, necesita de un andamiaje social que sostenga y contenga al niño y al joven en el seno de un grupo de adultos referentes que son su familia incluida: sí, incluida y no invisible, descartable y sobrante.
"No hay camino para la paz, la paz es el camino", dijo Mahatma Gandhi, un hombre de paz en tiempos violentos no demasiado lejanos. Y si miramos nuevamente hacia Jesús añadiría que es tiempo de dar testimonios de paz. Su mensaje y su gestualidad eran inclusivos, sin prejuicios ni distinciones, en tiempos también violentos.
—¿Quién es mi prójimo? —le preguntó un maestro de la ley a Jesús.
—Quien tiene compasión del caído —contestó Jesús en el relato evangélico de Lucas, el del buen samaritano.
Estamos a las puertas de tiempos de recuperación de la confianza y de darnos la oportunidad de extender una mano.
Trabajar para la paz no constituye una entelequia en un universo de fantasía. La paz puede ser hoy. Estar hoy. Y cambiar historias líquidas en historias sólidas. Sólidas de compromiso conmigo mismo, con los otros, con los afectos más profundos que nos pueden seguir distinguiendo como argentinos. Compromisos que asumamos nosotros, los adultos en situación de decisión y acción, para poder encontrarnos con los ojos puros de los niños y los esperanzados de los jóvenes, y sostener las miradas no sólo desde lo discursivo sino desde lo tangiblemente real.
Nunca sobrarán las flores. Nunca habrá demasiadas estrellas. Nunca será excesivo el abrazo que le extendamos a un niño, a un adolescente, a otro ser humano. (¡Gracias, Madre Teresa!).
[tomado de http://www.aica.
Mons. Eduardo García, obispo auxiliar de Buenos Aires - Buenos Aires, 11 Nov. 09 (AICA)
Nota: Esta reflexión es un aporte al diálogo entre la fe y la política y no implica ninguna relación del autor con la Coalición Cívica. Para suscribirse al servicio gratuito de reflexiones diarias sobre la política desde la fe, envíe un mensaje en blanco a: elcorazondelapolitica-subscribe@gruposyahoo.com.ar
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