Política y religión: distancia, no separación
Mientras muchos se apresuraban hace algunos años a firmar la partida de defunción tanto de la religión como de la política, ambas realidades parecen estar hoy más vivas que antes. Claro que el panorama cada vez más amplio y plural desafía a una permanente búsqueda de espacios de diálogo entre estas dos dimensiones fundamentales de nuestra existencia. Reproducimos aquí una síntesis del rico debate organizado en Buenos Aires, a fines de julio, por Ciudad Nueva y el Movimiento Políticos por la Unidad. En este evento, dos politólogos, el sociologo Jean-Yves Calvez, jesuita francés, y el filósofo Antonio Maria Baggio, italiano, respondieron a las preguntas de quienes firman esta nota.
A lo largo de la historia, política y religión han tenido encuentros; y en la modernidad sobre todo desencuentros. Hoy resulta claro que estos dos ámbitos deben reconocer su mutua autonomía. Por otra parte, cuando esa distancia se transforma en divorcio, se verifica el empobrecimiento de ambas. ¿Por qué es necesaria, entonces, la autonomía y por qué es conveniente que no haya un divorcio?
CALVEZ: Hay que emplear con cuidado palabras tan genéricas, porque en todo caso el problema que más se ha verificado a lo largo de la historia es el de la proximidad y el distanciamiento entre autoridades religiosas y políticas. El problema concreto, en realidad, es el de la separación y la relación entre las autoridades. Hay una relación estrecha entre los valores políticos esenciales y los valores religiosos. La política es un lugar de entrega profunda, ocupa un nivel muy alto en nuestra existencia. Por eso hablo de una cierta trascendencia en lo político. En este sentido se trata de una esfera muy cercana a lo religioso. El doctor en Letras y Ciencias Humanas Claude Lefort, quien escribió sobre la relación entre democracia y religión, sostiene que en lo político hay una trascendencia, un lugar vacío que no pertenece a nadie y que no debe ser ocupado por nadie. Afirma que no hay democracia sin este nivel de apertura a algo superior. De lo contrario, se organizaría la sociedad de manera puramente positivista, sin poder responder a los deseos profundos de los hombres. Pero hay que establecer una distancia prudente con la autoridad política, ya que dispone de medios de coerción que no pueden ser usados cuando está en juego la conciencia. Las autoridades religiosas no deben aprovechar del poder político para cuestiones de conciencia o de doctrina religiosa.
BAGGIO: En el origen de la reflexión sobre la vida asociada, encontramos conceptos de naturaleza religiosa. Sobre esta base, las civilizaciones han construido la organización política y civil. En todas hay una cierta analogía entre el universo político y el universo religioso. Por lo tanto, la visión de Dios –que es una cosmovisión que confiere un orden–, influye sobre la política que construye una civilización. Cuando pensamos políticamente usamos conceptos religiosos secularizados. Esto puede crear una gran distancia, porque a veces la secularizació
Hoy el legislador se enfrenta a dilemas delicados como el divorcio, el aborto, las uniones homosexuales, las diferentes morales sexuales, etc. Son temas sobre los cuales, desde su creencia, podría tener una determinada postura al respecto. Sin embargo, sucede a veces que la comunidad de la que es representante plantea otra visión. ¿Cómo se resolvería ese conflicto?
BAGGIO: Hay que evitar que una parte justifique imponer algo al todo. Si esto sucede, estamos en una dictadura. Creo que cuando un grupo religioso considera válido un principio desde el punto de vista civil, para fundamentarlo tiene que usar dos lenguajes. Uno interno, referido a su comunidad, con el cual se fundamenta recurriendo a las palabras de la propia revelación. Pero cuando se está en un parlamento, en el gobierno de la ciudad o en una discusión política, no se puede usar el lenguaje religioso. Si hay algo bueno en la idea religiosa, tenemos que poder expresarlo en un lenguaje común a toda la sociedad. La fe tiene que tener una relevancia pública también por los elementos humanos traducibles que contiene. Es decir, hay que encontrar argumentos basados en los derechos que la democracia protege.
CALVEZ: Estamos frente a una gran cantidad de materias y no es posible resolverlas en poco minutos; además, casi ninguna de ellas tiene una resolución universal porque, precisamente, son materias de portada política también. Y no existen dos sociedades políticas iguales. El bien común concreto depende de los aspectos históricos, de las características de un pueblo, de la diversidad de las pertenencias religiosas. Y esto hay que tenerlo en cuenta para ofrecer una solución viable en tales cuestiones. Aunque en una comunidad sean todos buenos católicos, o todos buenos musulmanes, no es razonable para la vida común que las leyes morales se impongan por ley, a través de la coerción. Al respecto, Tomás de Aquino es muy claro. Para él, la paz civil es un valor muy grande. Si imponer una norma moral crea una división civil total, una guerra civil, hacerlo es irresponsable, cualquier sea mi posición, de mayoría o de minoría.
En la actualidad aparece el tema de las convivencias civiles, que algunos pretenden equiparar a la familia. Quien sigue la moral católica no comparte la idea de que una mera convivencia, sea o no homosexual, se equipare a una familia. Sin embargo, es jurídicamente relevante que dos personas hayan convivido durante 20, 30, 40 años. Por lo tanto, una cosa es no considerar familia una unión que no lo es y otra cosa es negar efectos jurídicos a algo que constituye una praxis en la vida de la comunidad civil…
BAGGIO: En un orden democrático es bueno que el gobierno, el poder, ayude a todas las formas de solidaridad civil. Especialmente entre pares, horizontal, porque es muy buena para mejorar la solidaridad entre todos. Si un amigo y yo hemos compartido todo, nos hemos ayudado, hemos hecho sacrificios y hemos convivido haciendo esfuerzos para ayudarnos en la vejez, yo me preocuparía para que este amigo pueda recibir cuando yo muera los beneficios que obtuve en vida. Las leyes pueden contemplar esta forma de solidaridad, por ejemplo, prever la reversibilidad de las pensiones. Y no es necesario definir que mi amigo y yo somos una familia, es suficiente que el Código Civil lo permita. Por lo tanto, si la voluntad es realmente ayudar esta forma de solidaridad, que tiene muchos matices, se puede hacer fácilmente. Distinto es si se quiere entablar una batalla ideológica y pretender que sea familia una forma de convivencia distinta. Un Estado debe hacer referencia a su propio orden jurídico para definir qué es familia y qué no lo es. Hay Estados que tienen una Constitución que define qué es una familia. Si la comunidad nacional considera que esa definición ya no representa el sentir nacional, debe cambiarse esa Constitución, y aquí se abre un debate cultural.
¿Cómo se compagina la misión evangelizadora del cristiano con la necesidad de consenso? ¿Pueden estar en contradicción?
CALVEZ: Creo que distinguir es la solución para casi todos los problemas que nos planteamos en materia de religión y política. Hay que distinguir bien entre mis convicciones, que tienen que ser plenamente libres y que debo poder expresar donde me quieran escuchar, y lo que es el trabajo político parlamentario como legislador. Tengo la responsabilidad de elaborar la mejor ley posible, y eso no necesariamente significa que corresponda en todo a mis convicciones, pero deberá ser la ley mejor posible para la comunidad concreta en la que vivimos. No hay contradicción: son dos puntos de vista distintos. Gobernar significa combinar, conjugar, entenderse, negociar. No creo que necesariamente el ideal sea recurrir siempre al voto, determinar todo por votación. Un buen presidente de comisión o de una asamblea es un hombre que rara vez apela al voto. Es, en todo caso, un hombre que busca el mayor consenso posible, que luego de haber escuchado a todos, pregunta si hay todavía alguien que no está de acuerdo en absoluto con esa solución, y si hay uno, le da la palabra. Y así, hasta que ya no haya nadie que levanta la mano para oponerse. Es lo que entiendo por consenso. Por cierto, esa resolución no corresponderá a lo que es lo mejor para nadie, pero es la solución política buena, porque lo "mejor" es siempre algo relativo. Refleja la imperfección del hombre, pero se trata de la perfección de lo político. Hay un cierto idealismo absoluto que no respeta la realidad.
Conviene apuntar siempre a los derechos humanos como punto de referencia…
CALVEZ: Creo que es fundamental apoyarse en los derechos humanos, cuyo origen es principalmente, aunque no de manera exclusiva, cristiano. Esto lo reconocen también figuras no cristianas. Juan Pablo II decía que los derechos humanos, en cierto sentido, son más importantes que la democracia. No porque la democracia no lo sea, sino porque está incluida de alguna manera en los derechos humanos. Pero, claramente, hay niveles distintos. La vida y la muerte son fundamentales, porque sin ellos no hay nada. Pero yo, más que la vida, propongo siempre la persona. No se ha dicho suficientemente que la Iglesia no defiende la vida de todo ser animado, sino el derecho de la persona a la vida.
Nota: Jean-Yves Calvez, S.J., es presidente del Foro Ecuménico Social, director del Departamento de Etica Pública del Centre Sèvres de París y profesor del Institut Catholique de París. Antonio M. Baggio es filósofo italiano.
[tomado de http://www.miradagl
José María Poirier/Alberto Barlocci
José María Poirier es Director de la Revista Criterio:http:
Nota: Esta reflexión es un aporte al diálogo entre la fe y la política y no implica ninguna relación del autor con la Coalición Cívica. Para suscribirse al servicio gratuito de reflexiones diarias sobre la política desde la fe, envíe un mensaje en blanco a: elcorazondelapolitica-subscribe@gruposyahoo.com.ar
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