Polo político y polo profético
Emmanuel Mounier
La actitud ante la política es uno de los mejores indicadores de la salud moral y de la responsabilidad social de un pueblo. El espíritu de servicio, la comprensión de la sociedad y de la vida en común, el grado de fe y coherencia en los principios, el respeto y la preocupación por el otro, las capacidades educativas, etc... son aspectos de los que da buena muestra la comprensión de la vida pública y la capacidad de compromiso que mantienen los miembros de una sociedad. La opinión que de la política se tenga y el espíritu que en ella se manifieste son consecuencias de la visión del hombre predominante en una época histórica. Emmanuel Mounier (1905-1950) supo comprender las íntimas relaciones entre la vida interior y la acción pública: lejos de buscar soluciones a los problemas políticos en incentivos externos, buscó la raíz de la actitud política en el sentido de la vida humana que cada uno mantenga. Siguiendo el camino que dejó trazado en sus escritos (1), intentaremos exponer la perspectiva que el pensamiento personalista sostiene sobre el compromiso político al objeto de comprender las relaciones entre la vida íntima del sujeto y su proyección en el trabajo solidario con su comunidad.
Es curioso constatar, frente al criterio dominante en los escritos políticos contemporáneos, cómo Mounier no comienza nunca sus reflexiones apelando a las instituciones, a la organización política o a las corrientes de pensamiento expresadas por la élite partidista. Nuestro autor siempre prefiere echar un vistazo sobre la persona como microcosmos, es decir -desde nuestra perspectiva actual-, como unión, resumen y manifestación de todo sistema social. El punto de partida de su exposición se dirige constantemente a la crítica del dualismo psicofísico de origen cartesiano, que secciona al hombre en diferentes fragmentos aparentemente irreconciliables, convirtiendo la esquizofrenia en un elemento constitutivo de lo humano: vida pública y vida privada, vida corporal y vida psíquica, acción exterior y pensamiento interior, deber y derecho, sociedad y familia, etc., son algunas de las parcelas que aparecen separadas debido a esta concepción moderna. En la comprensión de la política, el dualismo cartesiano se ha desarrollado a través de una postura materialista y otra espiritualista, desde la base generalmente aceptada del carácter irreconciliable de ambos ámbitos: el de la participación en la vida pública, que exige un compromiso con la materia despreciando los valores; o el de rechazo a la política por tratarse de un campo corrompido que pone en extremo peligro la integridad personal.
Para quien ha decidido dar un sentido materialista a su vida Mounier utiliza, en consonancia con su admirado Charles Peguy, la denominación de «burgués», entendiendo por tal no al ser humano cuyo nivel económico le hace pertenecer a una clase social determinada, sino a quien se ha cerrado a la transcendencia al entregar su corazón a las corrientes naturales y sociales y ser atrapado por ellas. Así comprendidos, «burgueses» han existido en todas las épocas y en todas las clases sociales porque toda persona, tenga un nivel económico u otro, viva en la sociedad en que viva, corre el riesgo de reducir toda su comprensión de la realidad al ámbito material. El «burgués» es caracterizado por Mounier como el hombre que permanece intensamente preocupado por la comodidad, y por el deseo de asegurar la permanencia en dicha comodidad: quiere rodearse del suficiente lujo, placer y seguridad como para «vivir tranquilo». Muestra sus preferencias por un sistema político que defienda estos aspectos para él capitales, y apoya un sistema jurídico que le conceda garantías de propiedad y equilibrio financiero. Frente a la política, el «burgués» puede mostrar dos caras bien distintas, ambas apoyadas en los presupuestos ya plasmados: el «pasota» y el «gestor». El «pasota» es aquel que no desea preocuparse, ni siquiera se permite dedicar un poco de su tiempo en observar qué pasa a su alrededor. Todo lo que pretenda distraer su atención de su propio egoísmo le resulta intolerable y entre estas distracciones se encontraría la política, tema que no le interesa: no genera impulsos nerviosos suficientemente arrebatadores y él se alimenta sólo de sensaciones intensas. Para él el mundo se divide entre lo emocionante y lo rutinario. Otro hilo de la misma cuerda es el «gestor», que se ha lanzado a la arena pública movido por un solo principio, el de la «eficacia». El «gestor» no posee ningún ideal que desarrollar en la práctica más allá de «cuadrar los números» de la mejor manera posible para los presentes, que son los potenciales votantes. Para este personaje dentro de lo político no cabe el compromiso transformador ni los valores aplicados, reduciéndolo todo a la máxima rentabilidad de las inversiones desde un profundo pesimismo en el ser humano.
A Mounier, por ser más engañosa, le interesaba especialmente la otra cara de la misma moneda: el espiritualismo, que considera una versión edulcorada del materialismo (2). El espiritualismo sostiene, por un lado, la confusión entre alma y espíritu, reduciendo toda actividad espiritual al campo de la psique y, por otro lado, la separación entre lo corporal y lo psíquico. Desde este punto de partida, y ante la necesidad de elección entre la materia y el espíritu (alma), elige la vida centrada en la psique y desprecia lo material como corrupto y fuente de corrupción. También aquí encontramos dos caras para un mismo rostro: el «burgués» ahora enmascarado, y la actitud del «profeta». El «burgués» espiritualista no deja de ser un hombre enamorado de lo material, pero en este caso, por reacción, se encierra bajo una capa de religiosidad o de moralidad rigurosa y protege así su conciencia de sus propios actos: autojustificado por esta filosofía vital, se afirma orgulloso de su distancia con el mundo, que le impide mancillarse. Mounier no puede aceptar el engaño que supone esta actitud y la perversión que produce en las conciencias: "rehusar el compromiso es rehusar la condición humana. Se aspira a la pureza, pero demasiado a menudo se llama pureza a la exposición de la idea general, del principio abstracto, de la situación soñada, de los buenos sentimientos, tal como lo traduce el gusto imperante por las mayúsculas, lo contrario mismamente de un heroísmo personal. Este inquieto cuidado por la pureza suele expresar también un narcisismo superior, una preocupación egocéntrica por la integridad individual, separada del drama colectivo." (3)
La otra forma en que se manifiesta el espiritualismo es la del «profeta», que clama desesperado ante la iniquidad pero que desdeña todo deseo de eficacia por implicar ésta el empeño en medios mundanos. Su propósito y su pretendida ascesis es la denuncia, el escándalo, y no la implicación y la transformació
Se nos presentan los dos polos de una actuación pública de carácter personalista: el polo político, que exige el compromiso con lo realizable, y el polo profético, que exige el compromiso con los valores absolutos: ninguna acción es sana si descuida o, peor aún, si rechaza la preocupación por la eficacia o la aportación de la vida espiritual. El hombre no es un ser dividido que deba elegir en qué parte del campo desea jugar, sino que cuerpo y alma o, mejor, cuerpo, alma y espíritu, son constitutivos que se relacionan y complementan formalizando la realidad que denominamos ser humano. Vivir sólo en el ámbito de lo físico supone acceder a la esclavitud del individuo como parte de la naturaleza o de la sociedad. Pretender evitar la ley de mi propia encarnación es condenarme al fracaso, separándome de la materia hasta dejarme incapaz frente a ella: "El problema no está en evadirse de la vida sensible y particular, entre las cosas, en el interior de las sociedades limitadas, a través de los acontecimientos, sino en transfigurarla. (...) Los tres ejercicios esenciales de la formación de la persona son, pues: la meditación, en busca de su propia vocación; el compromiso, reconocimiento de su encarnación; la purificación, iniciación a la entrega de sí y a la vida en los demás. Si la persona falta en alguno de ellos, fracasa." (5) Estos ejercicios esenciales se manifiestan, en el contexto de la acción pública, en cuatro modalidades:
1.- En el hacer (hoiexu) nos encontramos con la acción económica, cuyo fin es dominar y organizar una materia exterior. Su fin y medida propia es la gestión adecuada para la obtención de fines concretos, y la medida de su validez es la eficacia. Dentro de este hacer, al hombre no le basta con la fabricación, porque no encuentra el sentido de su acción si no es capaz de alcanzar cierta elevación por encima de la utilidad. El trabajo es la expresión de una vocación a la realización personal que encuentra en el campo del servicio a los demás a través de la profesión la forma más directa de transformació
2.- El obrar (pratteiu ) es el campo en el que la acción no pretende realizar una obra exterior, sino formar una unidad personal. Se trata de una zona de acción ética cuyo fin es la autenticidad: importa menos lo que se hace que quién lo hace, cómo se hace y en qué se convierte al hacerlo. Aquí hay que atender a los medios, que deben ser proporcionados a la persona y tenerla siempre como centro. La persona que actúa, su formación interior, es tan importante como la acción en sí: la persona contaminada contamina todo a su alrededor, al igual que la persona amante proporciona amor a todo lo que entra en su contacto. Desde este punto de vista, la situación personal del que obra, el sentido que encuentre a su acción, los medios que utilice y las repercusiones que la acción tengan hacia su persona, especialmente en el ámbito interior, son más importantes que aquello que se hace. Por eso la ética de un régimen se constituye en materia tan importante como su ideal de actuación: "Técnica y ética son los dos polos de la inseparable cooperación de la presencia y de la operación en un ser que no hace sino en proporción a lo que es, y no es sino haciendo." (7)
3.- En la acción contemplativa (qewrexn) encontramos la exploración de los valores, que no corresponde sólo al intelecto, sino al hombre integral que no se evade del mundo, aspirando a un reino de valores que envuelva toda la actividad humana. El fin es la perfección y la universalidad, pero a través de los fines apropiados a la eficacia y la responsabilidad. Esta dimensión de la acción corresponde a la continua revisión del equilibrio interior y de la producción exterior y a la constante búsqueda de coherencia entre principios y comportamientos. Ante el peligro de desviación que sufre la atención al acontecimiento, Mounier propone tener siempre presente que la lucha política no consiste en agitación sino en la realización de los valores absolutos a través de los fines parciales: "No hay ninguna proporción entre la totalidad de nuestra obra y sus coordenadas propiamente políticas. Lo político puede ser urgente, pero está subordinado. El punto al que se dirigen nuestras más amplias miras no es la felicidad, el confort, la prosperidad de la ciudad, sino la realización espiritual del hombre. (...) Lo que nosotros combatimos no es una ciudad inconfortable, sino una ciudad malvada. (...) Nuestra acción política es pues el órgano de nuestra acción espiritual, y no a la inversa. (...) Lo espiritual manda sobre lo político y lo económico. El espíritu debe mantener la iniciativa y la maestría de sus fines, que van al hombre por encima del hombre, y no al bienestar." (8)
4.- Por último, la actividad humana es una actividad comunitaria, y sólo en una comunidad de destino y en una red de relaciones personales abierta es posible una humanización integral. El hombre solitario sólo puede clamar al aire, no tiene a quien darse para poseerse. El ser humano se mueve a través de tres sociedades: la sociedad de la materia, a la que debe llevar la chispa divina; la sociedad de los hombres, que su amor debe atravesar para unirlos en un destino común; y la sociedad que corresponde a la totalidad del espíritu que lo eleva por encima de sus limitaciones. En este sentido es un ser plenamente social por su esencia. "Por todas estas vías hemos de llegar a crear un hábito nuevo de la persona, el hábito de ver todos los problemas humanos desde el punto de vista del bien de la comunidad humana y no del de los caprichos del individuo. La comunidad no es todo, pero una persona aislada no es nada. (...) hay dos filosofías de la primera persona, dos maneras de pensar y de pronunciar la primera persona: estamos en contra de la filosofía del yo y a favor de la filosofía del nosotros." (9)
Mounier nos pide la coherencia de nuestra vida interior con nuestra encarnación. Desde el polo profético se mantienen los valores absolutos como guías de la acción concreta; desde el polo político se nos recuerda el compromiso con la eficacia que exige una responsabilidad no meramente sentimental para con el otro. El hombre de acción acabada debe llevar en sí ambos polos, y mantener el equilibrio caminando entre uno y otro de forma que sus realizaciones efectivas respondan a su riqueza interior. Si el compromiso es consentir con el desvío y con la limitación, no puede, sin embargo, suponer la abdicación de la persona, sino la constante lucha por la libertad que supone el ser íntegro en un mundo complejo. Es necesario un "estado de vigilia crítica" y un "esfuerzo continuo de fidelidad por caminos desconcertantes" (10). La atención al acontecimiento no debe hacernos olvidar que nuestra actuación es a la vez un hacer algo, un hacerse y un hacer comunidad, y que si las metas deben ser modestas, no por eso dejan de estar enlazadas con el objetivo último de transfiguració
1) Nos centraremos en dos de sus obras: Revolución personalista y comunitaria (RPC) y El personalismo (PER). Se citarán de sus Obras Completas. Salamanca: Sígueme, 1988-1993, tomos I y III respectivamente. (Título original: Ouvres. Paris: Seuil, 1961).
2) "el desconocimiento de la materia es la primera forma de materialismo.
3) PER 527.
4) PER 526.
5) RPC 213.
6) PER 523.
7) PER 524.
8) RPC 173-174.
9) RPC 198.
10) PER 527-528.
11) MOUNIER, E.: "El personalismo del compromiso", en ¿Qué es el personalismo?
[tomado de http://www.arbil.
Marcelo López Cambronero. Universidad Católica San Antonio de Murcia
Nota: Esta reflexión es un aporte al diálogo entre la fe y la política y no implica ninguna relación del autor con la Coalición Cívica. Para suscribirse al servicio gratuito de reflexiones diarias sobre la política desde la fe, envíe un mensaje en blanco a: elcorazondelapolitica-subscribe@gruposyahoo.com.ar
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