El corazón de la política: la práctica de la justicia
Cuando hablamos del "corazón" en sentido metafórico nos referimos a la esencia, la médula o lo central de un asunto. ¿Cuál es el corazón de la política? Para responder esta pregunta nos tenemos que remontar a Aristóteles, para quien la política como gobierno de la polis (ciudad) era tan esencial a la naturaleza que denominaba al ser humano como: zoon politikon, es decir, animal político. Para Aristóteles, el Estado era la más importante de las asociaciones que los seres humanos han inventado. Entre los individuos y el Estado como un todo hay una relación estrecha de modo que "valor, virtud, justicia en el Estado, producen los mismos resultados y tienen los mismos caracteres que virtud, justicia y valor en los individuos." La virtud de la justicia es el corazón de la vida política. Se trata de una cualidad moral que hace que los seres humanos practiquen cosas justas. En el pensamiento característicamente sistemático de Aristóteles, básicamente hay dos formas de justicia: la distributiva y la reparadora o represiva. Mientras la primera forma implica distribuir equitativamente los bienes sociales, la segunda regula las relaciones entre unos ciudadanos y otros.
Hasta aquí estas breves referencias al corazón de la política tal como las expusiera el gran pensador griego. ¿Tienen estos conceptos alguna vinculación con la religión y, particularmente la tradición judeo cristiana? Pensamos que sí. En la Biblia, el ser humano es presentado como un "ser en relaciones". Como bien señala el filósofo judío americano Michael Walzer, el individuo nunca está aislado sino que pertenece a un universo social. Es "individuo-en-sociedad" y no un "individuo-en-sí". En el Génesis, Adán aparece como alguien que desarrolla vínculos responsables en varias direcciones: con Dios, con el prójimo (Eva como compañera) y con la naturaleza. Hay muchas virtudes a las cuales está llamado el ser humano pero, coincidentemente con Aristóteles, podríamos decir que la justicia es la virtud esencial. Es cierto que también se demanda santidad, pero esta es una virtud más bien de naturaleza religiosa. En efecto, "lo santo" –según la famosa investigación de Rudolf Otto– es una dimensión característicamente de la experiencia del ser humano con el Eterno, de la criatura con el Creador, de lo finito a lo Infinito. Los seres humanos viven en comunidad. Se asocian y buscan el bien común. Esa búsqueda debe tener una meta final: la justicia. En la Biblia, la justicia es exaltada como una de las virtudes más importantes a practicar por el ser humano y por la sociedad como un todo. Sólo dos textos bíblicos prueban esta afirmación. En el Antiguo Testamento dice el profeta Miqueas:
"¡Ya se te ha declarado lo que es bueno!
Ya se te ha dicho lo que de ti
Espera el Señor.
Practicar la justicia,
Amar la misericordia,
Y humillarte ante tu Dios" (Miqueas 6.8)
Es interesante que en contexto anterior, el profeta hace referencia a la tendencia de Israel de acercarse a Dios con holocaustos, sacrificios de animales, derramamiento de mil arroyos de aceite. En otras palabras: a reemplazar la justicia con "actos religiosos". Y el Señor rechaza esa sustitución. Insiste que lo bueno para el pueblo era, en primer lugar: practicar la justicia. El Nuevo Testamento no cambia esta perspectiva. El mensaje de Jesús es claro: "busquen primeramente el reino de Dios y su justicia" (Mateo 6.33). Lo primero para Jesús es la práctica de la justicia del reinado de Dios. El gobierno de Dios es justo y, por lo tanto, exige la justicia de sus seguidores. Para San Pablo es exactamente igual. En una discusión sobre comidas y bebidas, termina diciendo: "el reino de Dios no es cuestión de comidas o bebidas sino de justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo" (Romanos 14.17).
En síntesis: el corazón de la política, tanto para Aristóteles como para latradición judeo cristiana es la práctica de la justicia. No la justicia declamada y proclamada en las tribunas políticas partidarias, en los medios de comunicación o en declaraciones del momento. Se trata de practicar la justicia a través de acciones concretas que impliquen una distribución equitativa de los bienes sociales y, por otro lado, el castigo de quienes infringen la ley. No hay otro camino para la paz porque ella es, siempre, fruto de la justicia.
Alberto F. Roldán
Nota: Esta reflexión es un aporte al diálogo entre la fe y la política y no implica ninguna relación del autor con
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