martes, 9 de junio de 2009

Martes 9 de junio

Conciencia de Dios

Para algunos que no participamos activamente en política, la palabra misma nos causa un cierto escozor, y justo es reconocer que hay razones para ello. Y es que la política en las últimas décadas ha sido asunto de los políticos, casi una casta social a la que sólo parece poder accederse por invitación.

Sin embargo, la política es una actividad humana no sólo necesaria sino imprescindible para el funcionamiento de cualquier organización, comenzando por la familia y culminando en la nación. Todos hacemos política, porque todos deseamos gobernar, dirigir e intervenir en lo que está ocurriendo en nuestros grupos de pertenencia.

Pero gobernar no es una tarea sencilla. Para gobernar se necesita poder y el poder, en cualquier proporción es peligroso. Como bien decía Lord Acton, "El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente". Permitir que alguna personas nos gobiernen, significa que les estamos otorgando el poder para que lo hagan, y por eso es fundamental que podamos confiar en que esas personas comprenden las limitaciones éticas y morales que restringen el uso del poder conferido.

Desde la perspectiva de la fe, debemos asegurarnos que esas personas tengan conciencia de Dios, como juez único y final de todos nuestros actos. Nuestra Constitución reconoce esa conciencia desde su proclamación, invocando a Dios como "fuente de toda razón y justicia", y si creemos en la honesta y sabia intención de nuestros predecesores, deberíamos seguir su misma línea de pensamiento.

La política como toda otra actividad humana no es mala ni buena; quienes la ejercen son los que definen su carácter, de acuerdo al uso y los objetivos que persigan. La invocación de Dios no se refiere a ampulosos actos protocolares o la práctica de tradiciones centenarias carentes de un significado espiritual preciso. Se refiere a que toda la nación, pero principalmente quienes la gobiernan, deben vivir y actuar siguiendo sus mandamientos, que poco tiene que ver con lo cultual y mucho con lo moral.

El estado crítico que ha alcanzado nuestro querido país no será resuelto a través de una utilización mezquina y parcial del arte de gobernar (política) por parte de aquellos que han acumulado experiencia valiosa, pero que no la usan más que en su propio beneficio o el de los grupos que representan.

Los buenos políticos son aquellos que, viviendo cercanamente las realidades de quienes pretenden representar, trabajan por todos los medios legítimos a su alcance para satisfacerlas. Resulta cuando menos curioso creer que quienes nunca han rozado la pobreza, nunca han compartido la miseria de los menos favorecidos, puedan interpretar adecuadamente sus necesidades. Tampoco podrán hacerlo quienes habiendo sido parte de la masa de los humildes, han huido de sus lugares para refugiarse en la misma ostentación que dicen combatir.

Definitivamente debemos convivir y apreciar el valor de la política y de los políticos en una nación que ha conquistado a un alto precio el valor de vivir en democracia. Sólo convendría recordar que la buena política –el arte de gobernar y administrar el estado en beneficio de todos– sólo la pueden hacer los buenos políticos.

Guido Micozzi

Guido Micozzi es ingeniero y pastor de la Comunidad Cristiana en San Fernando, en el Gran Buenos Aires.

Nota: Esta reflexión es un aporte al diálogo entre la fe y la política y no implica ninguna relación del autor con la Coalición Cívica. Para suscribirse al servicio gratuito de reflexiones diarias sobre la política desde la fe, envíe un mensaje en blanco a: elcorazondelapolitica-subscribe@gruposyahoo.com.ar

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