miércoles, 17 de junio de 2009

Miércoles 17 de junio

Justicia y caridad

…La caridad es, dentro de la fe cristiana, una de las tres virtudes teologales. Es la forma en que traducimos del griego la palabra agape… una palabra infrecuente y descolorida entre los griegos que los cristianos tomaron del desván del idioma y le dieron un vigor y brillo extraordinario. Porque agape es el amor que nace de la voluntad y que se entrega generosamente sin esperar recompensa; es el amor que se da por entero sin que medie ningún interés…

Al lado de esta palabra brillante colocamos la palabra justicia. Otra palabra luminosa muchas veces empañada cuando se la confunde con venganza, revanchismo, desquite, represalia, escarmiento. La justicia es la sed constante del hombre en un mundo entristecido por la presencia constante del mal y la corrupción. Cuando esta sed desaparece, cuando el conformismo o el fatalismo nos hacen renunciar a la búsqueda de una justicia imparcial, el hombre se desnaturaliza…

Los sabios que indagaron sobre la importancia de la justicia llegaron a una conclusión que queda registrada en la Biblia en el libro de Proverbios: "La justicia engrandece a la nación; la corrupción es afrenta de las naciones" (Proverbios 14:34). También los profetas, en tiempos de declinación moral, hicieron de la justicia el tema central de su prédica como único camino para salir de la decadencia. Isaías les recuerda que "el efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre" (Isaías 32:16).

Pero ¿qué es la justicia? ¿Cómo podemos definirla? … Cervantes, que conocía como pocos el alma humana, utiliza a su alter ego literario para resumir en pocas palabras los problemas que se le presentan al hombre cuando debe actuar como juez. Don Quijote aconseja a Sancho, flamante gobernador de la ínsula, sobre la administración de justicia y le dice:

Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las informaciones del rico. Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico, como por entre los sollozos e importunidades del pobre. (...) Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia. (...) en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente, porque, aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia.

Cervantes, como viejo cristiano, conocía la sentencia de la ley mosaica que dice: "No perviertan la justicia; no hagan ninguna diferencia entre unas personas y otras, ni se dejen sobornar, pues el soborno ciega los ojos de los sabios y pervierte las palabras de las personas justas" (Deuteronomio 16:20)…

¿Cómo relacionar justicia y caridad? Parecen virtudes paralelas, difíciles de conjugar. Jean Guitton, en sus agudas reflexiones sobre la justicia y la caridad, dice: "No hay que confundir justicia con caridad, pues, aunque se la recomienda, la caridad no es exigible, como la justicia, por la fuerza. Es su complemento, la humaniza. La práctica de la mera justicia no tiene ningún mérito. Pero la justicia es la condición necesaria para la caridad".

Luego Guitton elogia un fallo de la justicia francesa. Una mujer pobre había robado alimentos selectos para mimar a sus hijos a quien siempre tenía que alimentar con pastas. El tribunal la absolvió pero el Ministerio Público apeló la medida. Finalmente, la Corte la condenó a una pena ligera, pero en suspenso. Guitton comenta: "Buena manera de juzgar. La Corte aplicó la ley, es decir hizo justicia. Pero al dejar la pena en suspenso practicó la misericordia"…

A nosotros, los mortales, nos cuesta mucho conjugarlas. Afectados por el mal y la corrupción hemos bastardeado nuestro concepto de justicia. Platón dice en La República que la justicia armoniza todas las virtudes, y afirma: "La justicia es la virtud de la ciudad". Aristóteles la define como la virtud que gobierna las relaciones interpersonales en la sociedad y es reflejo de la armonía interior del hombre ejercitar la justicia.

De acuerdo al diagnóstico de los ilustres filósofos de la antigua Grecia las dificultades que nos aquejan a los argentinos con la justicia reflejan nuestro estado de desequilibrio interior y presagian un destino aciago. No se puede consagrar la impunidad o tolerar la corrupción y a la vez mantener la armonía del cuerpo social. Luis Thiers dice: "La injusticia es una madre jamás estéril, siempre produce hijos dignos de ella"…

El sabio Salomón en Eclesiastés observa: "También he visto que a gente malvada la alaban el día de su entierro; y en la ciudad donde cometió su maldad, nadie después lo recuerda. Y esto no tiene sentido, porque al no ejecutarse en seguida la sentencia para castigar la maldad, se provoca que el hombre sólo piense en hacer lo malo" (Eclesiastés 8:10-11).

Esta antigua radiografía de una sociedad decadente se ajusta tristemente a nuestra realidad… No se puede vivir sin justicia, por lo tanto hay que tener el valor de ejercerla. No se puede tolerar la impunidad, por lo tanto hay que tener el valor de extirparla. Y hay que hacerlo porque no se puede vivir con las heridas permanentemente abiertas, no podemos seguir atados al pasado y todos tenemos que abocarnos febrilmente a buscar la forma de hacerlas cicatrizar. Mientras esas heridas permanezcan abiertas no tendremos futuro. Hay que cicatrizarlas; es imprescindible.

Pero ¿cómo hacerlo? Soy consciente de que querer pararse en el medio es exponerse a ser victima de todas las iras. Pero quisiera por un momento hacer abstracción de las propias heridas en homenaje al tema que nos convoca. Porque intuyo que la clave está en que sepamos conjugar las dos palabras que nos convocan: justicia y caridad. El bálsamo que necesita nuestra sociedad está en que se cumpla con las demandas de una verdadera justicia no infectada por las ideologías y, si fuera posible y diera lugar, se practique una sincera caridad consensuada que surja de corazones serenos convencidos voluntariamente que no hay futuro si se sigue revolviendo el pasado.

Tengo debajo del mentón una ahora casi imperceptible cicatriz. Cuando apenas tenía cinco años caí de bruces y el filo de una baldosa me abrió un tajo que sangró profusamente. Durante varios días tuve que soportar el incómodo vendaje y luchar contra la tentación de tocar la herida. Finalmente se hizo la costra, me retiraron las vendas y aprendí a convivir con esa cicatriz que me acompaña hasta hoy. Cada vez que la veo esbozo una sonrisa recordando la caída, el pánico, el dolor, la sangre y el llanto. Pero el tiempo la transformó en un recuerdo que ya no duele.

Lo mismo me pasó con otras heridas, las del alma. Como a todos los mortales me tocaron recibir muchas y tuve que aprender a dejarlas cicatrizar, porque es preferible llevar una marca como recuerdo que soportar un permanente dolor. Guiado por el saber de los antiguos, ajenos a los dislates del psicoanálisis, no intenté reabrir continuamente las heridas ni revolver histéricamente el pasado. Tengo la lucidez necesaria como para saber que lo más importante es construir el futuro y me aboco a trabajar mirando hacia delante. Vendar en silencio las heridas del alma hace que el dolor se disuelva y deje paso al recuerdo.

Hoy puedo decir que allí están, forman parte de mi historia, ayer dolieron pero ya no duelen. Son cicatrices. ¿Por qué no las mantuve abiertas? Porque manteniendo heridas abiertas uno se hace esclavo del pasado y no se puede avanzar mirando hacia atrás.

Añoro que en nuestra tierra las heridas se cierren y quede siempre presente la cicatriz de la memoria, porque nunca es recomendable el olvido. Sueño que podamos legar a la generación que viene una Argentina luminosa donde la noche del pasado se sepulte para siempre. Anhelo, en definitiva, que se cumplan las palabras del salmista cuando dice:

La misericordia y la verdad se encontraron;
La justicia y la paz se besaron.
La verdad brotará de la tierra,
Y la justicia mirará desde los cielos
(Salmos 85:10-11)


Espero que esté cerca el día en que todos elevamos los ojos hacia el Supremo Juez del universo, comprendiendo que solo él, en quien se conjugan naturalmente la justicia y la caridad, puede darnos una respuesta definitiva para que la nueva generación avance en paz hacia un horizonte de esperanza.

[extraído del artículo "Justicia y caridad"]

Salvador Dellutri

Salvador Dellutri es pastor de la Iglesia de la Esperanza, en San Miguel, al noroeste de la Ciudad de Buenos Aires, conferencista y escritor.

Nota: Esta reflexión es un aporte al diálogo entre la fe y la política y no implica ninguna relación del autor con la Coalición Cívica. Para suscribirse al servicio gratuito de reflexiones diarias sobre la política desde la fe, envíe un mensaje en blanco a: elcorazondelapolitica-subscribe@gruposyahoo.com.ar

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